Después de ducharse y vestirse se peinó el cabello suelto, con un aire natural. Se acercó al restaurante y estudió el menú del día. Por suerte no había señales de Pedro y estaba hambrienta.
—¿Comerás con nosotros hoy, Paula?
Ella se giró ante el familiar acento italiano y sonrió a Roberto, el gerente de la cafetería. Su buen hacer había proporcionado al restaurante una merecida fama. En verano, ella comía a menudo en la terraza, sentada junto al arroyo que recorría todo el complejo deportivo.
—Reconozco que me apetece —contestó ella mientras rechazaba la idea de un sándwich en su casa ante alguno de los exquisitos platos de Roberto.
—He preparado tu plato preferido, ensalada Niçoise —le informó Roberto con una sonrisa—. Tu amigo te espera en tu mesa habitual.
—No me digas.
De inmediato perdió el apetito, sustituido por una fuerte irritación, pero no tenía otra opción y siguió a Roberto hasta la terraza.
—¿Qué haces aquí? —preguntó a Pedro, que estaba sentado a su mesa, en cuanto Roberto desapareció—. Creí haberte dejado claro que no quería volver a verte.
—Tienes que comer adecuadamente después de todo ese ejercicio —contestó Pedro tranquilamente, sin preocuparle la tormenta que se formaba en sus ojos azul oscuro—. Y no me refiero a un simple sándwich mientras pones al día el papeleo.
¿Tenía poderes para leer la mente? Ella esperó sinceramente que no fuera así mientras apreciaba sus pantalones y polo negro, desabrochado, que dejaba ver el bronceado de su cuello. Era muy sexy, pero ella preferiría morir antes que darle la satisfacción de saber cuánto le gustaba.
—No quiero comer contigo —musitó ella, furiosa, con las manos apoyadas en las caderas.
—¿Siempre te portas como una cría? —preguntó él tranquilamente.
—¿Siempre eres tan terco?
Parecían haber alcanzado un punto muerto, pero entonces apareció Roberto con la comida.
—Estás provocando una escena. Sé buena chica y siéntate. Hazlo por tu amigo —ordenó Pedro en un tono que hizo que ella se sentara en la silla.
—Eso no ha sido una escena, créeme. Sé hacerlo mucho mejor—gruñó amenazadoramente antes de recibir a Roberto con una sonrisa—. Qué buen aspecto tiene, Roberto, como siempre.
—Espero que les guste —dijo Roberto alegremente—. Ya he visto que entrenas duro para la carrera, pero ahora necesitas comer —le guiñó un ojo a Pedro—. Paula parece un ángel, y te aseguro que tiene un gran corazón. Siempre está recaudando dinero para distintas obras. ¿Vas a verla correr el maratón?
—No me lo perdería por nada del mundo —aseguró Pedro mientras evitaba la mirada envenenada de Paula—. La apoyaré todo el camino.
Esa idea bastó para arruinar el apetito de Paula, pero no quería herir los sentimientos de Roberto y se puso a comer. Pedro la ignoró, concentrado en su propio plato y ella empezó a relajarse. La comida era deliciosa y Paula disfrutó de ella, y con el relajante sonido del arroyo.
—¿Mejor que un sándwich? —la pregunta hizo que levantara la cabeza para descubrir que Pedro había terminado su plato y la contemplaba fijamente.
—Mucho mejor, aunque tengo mucho papeleo por terminar —admitió con una leve sonrisa. La comida de Roberto, y su propia naturaleza, había hecho que su enfado se esfumara poco a poco—. No me había dado cuenta del hambre que tenía. Gracias —añadió torpemente.
—No hay de qué.
Ella se sorprendió por el efecto que le produjeron esas sencillas palabras. Todos sus sentidos estaban pendientes de Pedro y no existía nada más. Ya no oía las voces de los demás comensales, y el aire parecía tan inmóvil que era consciente de su respiración.
—¿Cuánto tiempo te quedarás en Inglaterra? —preguntó en un tono de vozdemasiado alto.
—No estoy seguro, depende de una serie de cosas —contestó con una sonrisa que hizo saltar el corazón de Paula, que sintió el impulso de arrancarle las gafas de sol para poder leer sus pensamientos, aunque lo que hizo fue ponerse las suyas. Se sentía más segura con ellas—. ¿Y tú qué? ¿Tienes algún viaje previsto?
—Tengo algunos compromisos en Nueva York, pero hasta dentro de dos semanas no tengo nada. Así podré prepararme para la carrera benéfica —y añadió con una sonrisa arrebatadora—, y luego recuperarme de ella.
Pedro reconoció que esa sonrisa lo había conquistado. Cuando ella sonreía, se iluminaba su rostro y su belleza clásica se volvía sobrecogedora. Se preguntaba qué haría ella si de repente él se inclinara sobre la mesa y la besara sin pensar en los demás comensales. La mayoría de las mujeres de su entorno se reirían mientras bajaban la mirada. Paula sin duda le tiraría la cafetera a la cabeza, reconoció con una sonrisa mientras intentaba controlar sus aceleradas hormonas.
—¿Por qué elegiste la carrera de modelo? —preguntó—. Aparte de los motivos evidentes.
—¿Evidentes? —preguntó ella, perpleja.
—Tu aspecto. Seguro que no soy el primero en decirte que la combinación de tus facciones es exquisita.
Paula sintió un escalofrío ante la frialdad de sus palabras. Era verdad que recibía continuos piropos por su aspecto, pero no solían afectarla lo más mínimo. ¿Por qué había provocado tal oleada de placer en ella la afirmación de Pedro?
No hay comentarios:
Publicar un comentario