jueves, 24 de octubre de 2019

Desafío: Capítulo 6

—Acabo de recordar que no tengo ninguna noche libre de aquí a varias semanas —Paula resistió la tentación de abofetearlo. Su arrogancia era tremenda y ella quería bajarle los humos.

—Es una lástima, porque si no hay cena, no hay donativo —contestó Pedro con dureza, aparentemente inalterado por el destello de ira de sus ojos azules.

—¿Insinúas que aunque termine la carrera, sólo entregarás tu donativo después de que cene contigo? —preguntó ella acaloradamente—. ¡Eso es chantaje!

—Ése es el trato —sentenció—. No estés triste, pedhaki mou. Puede que incluso te guste.

—Yo no contaría con ello —le espetó, furiosa justo cuando volvía Sofía con su chaqueta.

—Siento haber tardado tanto —dijo Sofía mientras contemplaba la expresión de rebeldía de Paula y el gesto taciturno de Pedro.

—Una cena espléndida —Paula sonrió forzadamente a su amiga—. Felicita a la señora Jessop de mi parte y despídeme de Mauro.

—Ten cuidado. Ojalá no tuvieras que conducir tú sola por el campo y de noche —contestó Sofía preocupada, hasta que vió a Pedro agitar las llaves de su coche en la mano.

—No te preocupes, iré justo detrás de ella y me aseguraré de que llegue sana y salva —prometió Pedro—. Gracias por una estupenda velada, Sofía.

—Pero yo pensé… —Paula lo miró furiosa. Ella no necesitaba ningún guardaespaldas—. Supuse que te alojarías aquí, en Ottesbourne —balbuceó mientras lo seguía hacia la salida.

—No. Me resulta más cómodo quedarme en Londres. Además, Mauro y Sofía son tan acaramelados que me siento como un cuco en nido ajeno —añadió con una sonrisa que hizo derretirse a Paula.

—Pues espero que no hayas interrumpido tu velada con la idea equivocada de que me acompañarás a casa —dijo ella secamente mientras entraba en su deportivo y se ponía al volante—. Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma.

—De eso estoy seguro, pedhaki mou —el tono ardiente llamó la atención de Paula, que sintió aumentar su irritación al ver que él tenía la mirada fija en sus piernas descubiertas—. Conduce con cuidado. Te llamaré —añadió en tono burlón mientras ella cerraba el coche de un portazo.

—Genial —musitó ella.

Salió a la carretera con un humor de perros. Un nuevo ejemplo de la arrogancia de Pedro. Ella había cuidado de sí misma durante la mayor parte de su vida y valoraba mucho su independencia. No necesitaba a un arrogante y condenadamente sexy griego a su rescate. Una vez en la autopista, pisó a fondo el acelerador mientras disfrutaba de la sensación de velocidad. Su deportivo rojo de alta gama era una extravagancia, sobre todo porque lo usaba principalmente para la ciudad, donde consumía muchísima gasolina. Pero en la carretera podía ceder a su pasión por la velocidad y, con suerte, dejar atrás a su aspirante a protector. Con una sonrisa de satisfacción, eligió un CD y puso al máximo el volumen. Voló por la autopista y llegó a su salida en tiempo récord. Al llegar al semáforo, otro coche se paró a su lado. La sonrisa se esfumó del rostro de Paula al comprobar que se trataba de Pedro. ¡Maldita sea! No se había despegado de ella en ningún momento. Incluso desde donde estaba, ella podía ver el brillo de desafío en la mirada de él. Estaba oscuro, pero ella distinguía perfectamente su perfil, el ángulo afilado de sus pómulos y esa barbilla cuadrada que indicaba una testaruda personalidad. El único rasgo de suavidad en él eran sus rizos. Tuvo que admitir que era el hombre más maravillosamente sensual que hubiera visto jamás, pero su ensoñación se vio interrumpida por un impaciente claxon que le avisaba de que el semáforo se había puesto en verde. Diez minutos después, cuando llegó al estacionamiento de su residencia, él seguía a su lado. ¿Qué esperaba? ¿Quería una medalla o una invitación a subir a su piso? No iba a concederle ninguna de las dos cosas, pero su educación le hizo acercarse al coche de él.

—Gracias por acompañarme —dijo educadamente.

—No hay de qué. Esperaré hasta que estés dentro.

—Ya soy mayorcita —a menudo ella sentía miedo por si alguien merodeaba por los alrededores, pero el tono de Pedro la irritó—, y de verdad que puedo cuidar de mí misma.

—No estoy tan seguro, pedhaki mou. Por lo pronto, conduces demasiado deprisa —contestó él con un tono de censura en la voz.

—Soy una excelente conductora —le espetó indignada—. Puede que conduzca deprisa, pero siempre tengo cuidado.

Él la contempló en silencio. Su mirada no permitía adivinar sus pensamientos, pero de algún modo, hizo que ella se sintiera como una niña pequeña.

—De acuerdo. En ocasiones me gusta vivir peligrosamente —dijo ella desafiante.

—Entonces espero que nuestra cita para cenar sea una de esas ocasiones. Y ahora márchate antes de que decida acompañarte hasta tu piso —advirtió él sin prestar atención a su indignación—. Buenas noches, Paula, que tengas dulces sueños.

El sonido de su risa burlona la siguió por el estacionamiento. Pedro Alfonso era el demonio, pero no iba a alterar su ordenada y relajada vida.

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