jueves, 31 de octubre de 2019

Desafío: Capítulo 14

—Docenas —le aseguró él en tono aburrido—, pero actualmente eres la primera de la lista.

—Qué suerte tengo —contestó ella en el mismo tono mientras colgaba el teléfono sin darle la oportunidad de contestar y pasaba los siguientes diez minutos en el pasillo por si volvía a llamar. No lo hizo y, mientras se recriminaba a sí misma, volvió a su baño.

Había hecho bien en rechazarle, se aseguró por enésima vez. Su instinto le advertía de que Pedro no era para ella y, aunque le fascinaba, se negaba a arriesgar su seguridad emocional por un hombre que consideraba a las mujeres meras compañeras de juegos sexuales. Horas después, ella deseó haber aceptado la invitación.

—Paula, ¿Por qué no bebes nada?

Paula giró la cabeza para evitar la bocanada de aliento alcohólico. Aquella noche se estaba convirtiendo en un infierno, pensó cuando Diego Bailey, la estrella de los anuncios de una popular marca de vaqueros, se sentó a su lado.

—Camarero, más champán —pidió Diego—. ¿Quieres saber quién es ella? —gritó tan fuerte que obligó a todos a girarse hacia ellos—. Es Paula Chaves, la mujer más preciosa del mundo, ¿Verdad, Paula? —la miró de reojo, con su atractivo rostro inflamado por el vino.

Tras rechazar la invitación de Pedro, ella se enfrentaba a una larga y solitaria velada, y cuando el teléfono sonó poco después de las seis, ella dio un respingo, pero su escalofrío de anticipación se esfumó al descubrir que la llamada era de uno de los modelos con los que había trabajado en Sudáfrica. Una cena con amigos, aunque fueran meros conocidos y no íntimos, era mejor que una noche frente al televisor. Por lo menos le permitiría pensar en otra cosa queno fuera en cierto griego. Pero en el restaurante, enseguida resultó evidente que la tranquila velada se había convertido en un acto social a gran escala. Amigos de los amigos se unieron a la fiesta. El vino corría y el grupo era cada vez más ruidoso. Los intentos de unborracho Diego por meterse dentro de su vestido fue la gota que colmó el vaso, y ella le dedicó una mirada heladora.

—Cierra el pico, Diego —murmuró con irritación—. ¿No crees que ya has bebido bastante?

Su comentario sólo consiguió que el actor sonriera bobaliconamente y mientras ella intentaba retirar la mano de él de su falda, sintió un escalofrío. Fue la misma sensación que tuvo aquella noche en casa de Sofía y, lentamente, levantó la cabeza. Pedro estaba en una mesa algo alejada. Paula lo reconoció al instante y se le cayó el alma a los pies al ver a su atractiva acompañante. ¿Sería la segunda de la lista?, se preguntó mientras contemplaba a la increíble pelirroja que se encontraba sentada a su lado. Era tarde y ella supuso que Pedro y su acompañante habían ido al restaurante nada más salir del teatro. Sin duda, la representación de El lago de los cisnes había sido espectacular, pensó mientras deseaba haber tenido el valor de aceptar su invitación. Al principio se dijo que había hecho bien, al ver que no había tardado en encontrar otra pareja, pero se quedó sin respiración cuando de repente él se irguió y miró al otro lado del restaurante. Incluso en la distancia, ella detectó el destello de sorpresa cuando la descubrió, y se sonrojó al recordar la excusa con la que había rechazado su invitación. Era obvio que él también recordaba su mentira. Su mirada se posó en Diego Bailey, hundido en su estupor alcohólico a su lado, y su boca esbozó una sonrisa antes de volverse hacia su acompañante. Maldita sea, pensó ella furiosa. Él no era su niñera. Había mentido, ¿Y qué? A lo mejor por fin había captado el mensaje de que ella no quería tener nada que ver con él. Pero, para su pesar, era incapaz de quitarle la vista de encima. Estaba estupendo, delgado, moreno y rebosante de su propia mezcla letal de magnetismo sexual. La mayoría de los ojos femeninos en el restaurante estaban posados sobre él. En ese momento, él levantó la vista y atrapó su mirada. Las voces parecieron amortiguarse y los demás comensales esfumarse hasta que sólo quedó Pedro y la poderosa corriente eléctrica entre ambos. La reacción de ella fue instantánea. Le dolían los pechos y, para su horror, sus pezones estaban erectos. Se consoló al pensar que él no podía verlo a esa distancia, pero la repentina tensión de sus hombros le indicó que era muy consciente del efecto que causaba en ella.

—Paula, vamos al club, ¿Vienes? —la voz de Diego Bailey resonó en sus oídos, irritante e insistente, pero al menos consiguió que ella se liberara del hechizo de Pedro.

—No, gracias, ya he tenido bastante y me voy a casa —contestó secamente.

—Venga, no seas sosa —suplicó Diego.

La siguió tambaleándose hacia la salida. El restaurante era uno de los más populares de Londres y los paparazzi se agolpaban ante la entrada, desesperados por fotografiar a cualquier famoso. Lo último que ella deseaba era una foto junto a Diego en las portadas del díasiguiente. Por algún motivo, a la prensa le fascinaba su vida amorosa, pero ella se negaba a ser un peón en su juego. Se retiró hacia un rincón, pero Diego se dió cuenta y se unió a ella con la mirada perdida y la camisa desabrochada mientras la empujaba contra la pared.

—De acuerdo, olvidemos el club. Celebremos una fiesta privada, tú y yo, nena. ¿Quieres venir a mi casa? —se tambaleó y cayó hacia delante, aprisionando a Puala contra la pared. Su aliento le quemaba la piel cuando posó sus labios sobre los de ella, y sus manos húmedas parecían estar por todo su cuerpo mientras buscaban bajo su blusa.

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