martes, 8 de octubre de 2019

La Impostora: Capítulo 32

—Conozco la zona. ¿Podrías llamarla ahora? —le preguntó Marcos, impaciente. Sus ojos color chocolate resplandecían.

Paula miró el reloj de pared.

—Puedo intentarlo. En Nueva Zelanda son doce horas más, así que deben de ser las diez y media. Seguro que puedo contactar con ella.

Karen se levantó de su silla.

—Ven conmigo, Valeria. Te llevaré a mi estudio. Podrás llamarla desde allí.

—¿Cuándo quieres ir para allá? ¿Y por cuánto tiempo? —le preguntó Paula a Marcos, yendo hacia la puerta.

—Lo antes posible y durante un mes por lo menos.

Paula se sorprendió un poco al verlo tan decidido. Era evidente que quería marcharse de Isla Sagrado, ¿Pero por qué con tanta prisa?

—Y… Valeria…

Ella se volvió justo antes de salir.

—¿Qué?

—Quisiera reservar todo el hotel para mí, mi entrenador y posiblemente un par de personas más. Pagaré muy bien por ese privilegio.

—Muy bien. Veré qué puedo hacer.

Cuando regresó al salón estaba más que satisfecha y apenas podía ocultar su alegría.

—Ya está hecho —dijo, al entrar por la puerta—. Siempre y cuando estés de acuerdo con el precio, puedes irte la semana que viene. Me costó un poco convencerla porque tenía muchas reservas para esa época, pero al final accedió a transferir a los huéspedes a otros hoteles de la zona. Ahora bien, tendrás que compensarla muy bien por todos los clientes que va a perder y por la inconveniencia que tu llegada supondrá para los huéspedes que ya están alojados en el hotel.

—¿Y cuál es el precio?

—El mismo precio que supondría una ocupación completa del hotel, más un veinte por ciento.

—Que sea un treinta por ciento. Pagaré la mitad por adelantado.

Paula se quedó boquiabierta.

—¿Estás seguro?

—Más que nunca. Llámala ahora mismo.

—Todavía no me puedo creer que se haya decidido tan rápido —le dijo Paula a Pedro de camino a la casa de campo.

—Tiene sus motivos —dijo Pedro en un tono enigmático—. Te agradezco que le apoyes en estos momentos, que le hagas más fáciles las cosas.

—Y yo me alegro de ser útil —dijo ella, contemplando el paisaje nocturno a través de la ventanilla—. Las heridas que tiene… Se recuperará, ¿Verdad?

Pedro suspiró.

—Eso esperamos todos. Pero después del accidente no ha vuelto a ser el mismo. Creo que le llevará bastante tiempo. Solo me duele que necesite estar tan lejos de nosotros para recuperarse.

Paula puso su mano sobre el muslo de Pedro.

—Estará bien. Carla cuidará muy bien de él. El personal del hotel es muy discreto, así que no tendrá problemas en ese sentido.

—Eso espero. Mi hermano se ha llevado un golpe muy duro con el accidente, y no me refiero solo a las heridas físicas. Sería terrible para él verse fotografiado en los medios, en ese estado. De esta forma, cuando regrese a Isla Sagrado, volverá a ser el mismo de siempre.

—¿Es así de orgulloso?

—Es un Alfonso—le dijo Pedro, como si eso bastara para explicar su forma de ser.

Paula se rió suavemente y trató de apartar la mano, pero Pedro puso la suya encima y entrelazó sus dedos con los de ella. Cuando llegaron a la casa de campo, él la ayudó a bajar del vehículo y la acompañó hasta la puerta. Ésa sería otra de las cosas que echaría mucho de menos cuando tuviera que marcharse; esa caballerosidad del viejo mundo.

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