martes, 22 de octubre de 2019

Desafío: Capítulo 2

Su voz era suave y melodiosa y a Paula le recordó el sonido de un violonchelo. Tenía un fuerte acento griego. Nunca antes había sonado su nombre tan sensual. Un escalofrío la recorrió mientras forzaba una breve e impersonal sonrisa.

—¡Señor Alfonso! Qué alegría verle de nuevo —ella alargó la mano y se quedó sin aliento cuando él la agarró y la atrajo hacia sí.

Antes de poder reaccionar, bajó la cabeza y la besó en ambas mejillas haciendo que se le pusiera la piel de gallina. Por su carrera como modelo, ella viajaba mucho y estaba acostumbrada al saludo europeo, pero su abrumadora reacción ante Pedro hizo que se sonrojara. Se apartó bruscamente mientras se le aceleraba el corazón y sentía el calor en sus venas. La cabeza le daba vueltas como si se hubiese bebido una botella entera de champán, y respiraba con dificultad.

—¿Qué tal está, señor Alfonso? —consiguió decir mientras sentía aumentar su irritación al ver la sonrisa de Pedro, indicativa de que era consciente de la reacción que había provocado en ella.

—Muy bien, gracias —dijo seriamente—. Me llamo Pedro, por si te habías olvidado —añadió en un tono que reflejaba una confianza que a ella le faltaba—. Creo que podemos dejarnos de formalidades, ¿No, Paula? A fin de cuentas, somos casi familia.

—No sé muy bien cómo has llegado a esa conclusión —Paula enarcó las cejas, agradecida porque sus años de experiencia le permitían mantener una apariencia y una voz relajada a pesar del caótico martilleo de su corazón.

—Soy el primo de Mauro, y tú eres la mejor amiga de Sofía, prácticamente son hermanas —sin que ella se diera cuenta, Pedro la había empujado hacia una esquina, ligeramente apartada del resto.

Estaba demasiado cerca para su gusto, incapaz de dejar de mirarlo o de apreciar el contraste entre su piel era morena y la blancura de los dientes que mostraba al sonreír. No era un hombre atractivo a la manera convencional y no poseía la perfección de rasgos que compartían los modelos con los que ella trabajaba. Tenía la nariz ligeramente aguileña, unas espesas cejas negras y la mandíbula cuadrada. La enorme envergadura de sus hombros y su fuerte complexión añadían un toque de rústica masculinidad. Pero lo que más llamaba la atención de Paula era su boca, sensual y de labios carnosos. Su beso no iba a ser de tierna seducción, pensó ella mientras se humedecía el labio inferior. Pedro exhalaba un magnetismo sexual que advertía de que exigía una entrega total. Era un amante desinhibido y posesivo que utilizaría su boca a modo de instrumento de tortura sensual. ¿Por qué se le había ocurrido esa idea?, se preguntó ella mientras centraba su mirada en la inmaculada camisa blanca. Ella era alta, pero se sentía como una enana a su lado, intimidada por la fuerza latente de su ancho y musculoso pecho.

—Vaya, Paula —su voz acarició cada sílaba del nombre—, estás increíble. Has estado fuera —sus ojos recorrieron su cuerpo mientras apreciaban su ligero bronceado—. Sudáfrica, ¿No?

—Pues sí, pero ¿Cómo…? —ella dió un respingo. Debía de habérselo dicho Sofía, a fin de cuentas no es que fuera un secreto de estado.

—Lo averigüé en tu agencia —admitió él sin atisbo de vergüenza en sus oscuros ojos cuando ella lo miró indignada.

—¿Por qué? —preguntó ella contrariada, incapaz de disimular su confusión ante el aparente interés que él mostraba por ella. Al conocerse en Zathos, él no se había molestado en ocultarle su desprecio hacia la profesión de modelo. De hecho, ella tenía la impresión de que la creía una muñeca descerebrada—. La agencia no da esa clase de información a cualquiera.

—A mí sí me la dieron, pero es que yo no soy cualquiera —afirmó con increíble arrogancia—. Soy Pedro Alfonso, y en cuanto les convencí de que era amigo tuyo, fueron de lo más amables.

—Pero no eres mi amigo. Apenas nos conocemos. Sólo nos hemos visto una vez, y el hecho de haber bailado juntos en el bautizo de nuestro ahijado no nos convierte en hermanos de leche.

Paula se hubiera tragado sus palabras. Su pecho se agitaba por el peso de la emoción y se comprimía bajo el ajustado vestido.

—Ahí lo tienes. Acabas de mencionar el inquebrantable nexo de unión entre nosotros: Benjamín, nuestro ahijado —afirmó Pedro cuando ella lo miró perpleja—. Yo diría que es una buena razón para conocernos mejor. Incluso es nuestro deber.

Paula se dió cuenta, furiosa, de que se burlaba de ella. Cuando Sofía le propuso ser la madrina de su hijo adoptivo, ella se mostró encantada. Era un honor y se había jurado estar a la altura mientras viajaba hacia Zathos para conocer al padrino. Desgraciadamente, el atractivo primo estaba lejos del ángel guardián que ella había imaginado que Sofía elegiría para su hijo, pero había sido elección de Mauro, que le tenía en gran estima y eso le bastaba a su mejor amiga. No tuvo más remedio que apartar sus dudas, pero no era capaz de imaginarse a Pedro mostrando el menor interés por un niño. De lo que no cabía duda era de su interés por las mujeres. Era un animal sexual casi primitivo. Una mirada de sus oscuros ojos bastaba para que a las mujeres les temblaran las rodillas. Lo sabía por propia experiencia. Las rodillas le habían fallado en el instante de serle presentado y en ese momento era consciente del temblor de sus piernas.

—Siento interrumpirlos, pero si no pasamos a cenar, la señora Jessop entrará en combustión espontánea —el tono alegre de Sofía sirvió para aliviar la tensión que agarrotaba a Paula.

—Vayamos entonces —Pedro se hizo a un lado mientras sonreía a la anfitriona—. Paula, me he dado cuenta de que esta noche no tienes pareja — murmuró con una voz aterciopelada que le provocó un escalofrío en la columna vertebral—. Yo también estoy solo y me encantaría acompañarte.

La propuesta era perfectamente razonable, tuvo que reconocer Paula, que asintió con una sonrisa forzada mientras le permitía que la tomara por el brazo.

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