jueves, 10 de octubre de 2019

La Impostora: Capítulo 33

Sacó las llaves del bolso, pero Pedro la sorprendió quitándoselas de las manos. Le abrió la puerta con cortesía y entonces la hizo entrar. Ella se quitó los zapatos y encendió una luz. La cálida luminosidad de la lámpara de mesa destacó algunas zonas de la casa, dejando otras en la penumbra. De repente oyeron un ruido proveniente de la habitación.

—Espera aquí —dijo Pedro, yendo hacia el lugar desde donde provenía el sonido.

Paula esperó junto a la puerta, preguntándose si debía llamar a la policía. El corazón se le salía del pecho. Si Pedro no hubiera estado allí… Una vez habían entrado en su departamento de Christchurch y con solo recordarlo se le ponía la piel de gallina. Isla Sagrado siempre le había parecido un lugar seguro. Los lugareños rara vez se aventuraban a alejarse tanto de la ciudad, y mucho menos de noche. Además, la vieja leyenda estaba muy viva en el folklore popular y nadie se acercaba tanto a la casa. De repente otro pensamiento alarmante se cruzó por su mente. ¿Y si era Valeria? ¿Y si había regresado antes de lo previsto? Una mano gélida agarró el corazón de Paula.

—Te dejaste una ventana abierta en el dormitorio —dijo Pedro, regresando junto a ella y disipando así sus temores—. Debió de colarse algún animal porque la lámpara de la mesita de noche se había caído al suelo. Seguramente solo fue un gato de alguna granja cercana. He cerrado todas las ventanas y he encendido velas. Creo que lo de la lámpara no tiene arreglo.

—¿Un gato? Me he dado un buen susto. Qué bien que estabas aquí. No quiero ni imaginarme qué habría hecho si hubiera estado sola.

Incluso en ese momento, sabiendo que todo estaba bien, no era capaz de contener los temblores. Pedro la estrechó entre sus brazos.

—Estás temblando. ¿Te encuentras bien?

—Lo estaré muy pronto. Solo dame unos minutos.

—A lo mejor necesitas algo de distracción.

Antes de que Paula pudiera responder, los labios de él estaban sobre los suyos, besándola con pasión. Un momento después le oyó cerrar la puerta con llave. Sin embargo, ella solo podía pensar en el calor de sus labios y en la increíble potencia de su erección.

—¿Lo ves? —le susurró él contra los labios—. Ahora estás segura.

¿Segura? ¿En sus brazos? ¿Con el corazón latiendo a mil por hora? Debía apartarle de ella, arrojarle a la espesura de la noche lo antes posible. Sin embargo, en vez de hacerlo, deslizó ambas manos por dentro de su chaqueta hasta agarrarle de la cintura y entonces se apretó contra él. Pedro levantó las manos y la agarró de la barbilla.

—Dime que me vaya antes de que sea demasiado tarde.

Paula entreabrió los labios para decir lo que tenía que decir, pero las palabras no salieron de su boca. Su cabeza sabía que estaba mal, pero su cuerpo no la obedecía y, por primera vez en toda su vida, dejó de escuchar la voz de la razón y se dejó llevar por el corazón. Con un gemido de deseo, Pedro volvió a besarla y entonces le capturó el labio inferior con los dientes.

—Última oportunidad —le dijo.

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