martes, 8 de octubre de 2019

La Impostora: Capítulo 30

—Adelante —dijo Pedro, al ver cómo lo miraba Paula—. Cuéntale todas las ideas que tienes. Aunque debo advertirte que no será tan fácil de convencer como éste de aquí —añadió, mirando a su hermano Federico.

Federico resopló.

Paula trató de reprimir una sonrisa, pero no pudo. Estar allí, rodeada de toda la familia, era una delicia. Había un profundo cariño y respeto entre ellos que hacía honor a la leyenda del escudo de la familia Alfonso. Pedro cruzó la habitación, sirvió una copa de uno de los exquisitos vinos de Marcos, y se la llevó a Paula.

—¿Podrías traer la botella también? —le pidió ella, volviéndose de nuevo hacia Marcos.

Pedro se la llevó.

—Creo que el punto de partida… —dijo ella, girando la botella hasta poner la etiqueta de frente—. Es tener un sentido de unidad con la marca Alfonso. Es algo que deben tener con todos los negocios de la empresa. En la oficina, en la casa… El emblema de la familia tiene mucho peso. Honor, verdad y amor. Sin embargo, no lo veo por ninguna parte en las campañas de marketing, ya sea en las del complejo hotelero o en las del vino.

Cuando la empleada los llamó a la mesa, Paula ya había expuesto todas sus ideas para la renovación de la imagen de la marca, y también de la familia. Algunas de las propuestas habían sido recibidas con una pizca de escepticismo y bastantes preguntas, pero en el fondo ella sabía que los había cautivado.

Pedro la observaba desde el otro lado de la habitación y trataba de ignorar el sentimiento de orgullo que crecía en su interior al verla hablar con tanta pasión y conocimiento, llamando la atención de todos los presentes. En la oficina podía fingir ignorancia, pero en aquel ambiente privado quien brillaba era la auténtica Paula Chaves. Todos estaban bajo su hechizo, y no solo por su inteligencia, sino por el respeto y la consideración que mostraba para con todos los miembros de la familia. Valeria no tenía el corazón de su hermana; un corazón que cada día lo intrigaba más y más. Antes de que aquella idea floreciera, Pedro cortó los pensamientos por lo sano. Las hermanas Chaves se traían algo entre manos y no podía perder la cabeza. Todos sus seres queridos habían caído bajo la influencia de una mujer que no era quien decía ser. Ni el abuelo ni Karen se separaban de ella e incluso Marcos y Federico se habían dejado seducir por su simpatía. Pero Paula Chaves los estaba engañando a todos y tenía que hacer algo para detenerla; tenía que hacerlo esa misma noche.

Para el alivio de Paula, la conversación durante la cena derivó hacia temas más relajados y variados. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo se le hacía más y más difícil responder cada vez que la llamaban por el nombre de su hermana; sobre todo cuando era Pedro. Lo que más deseaba en ese momento era que él la llamara por su propio nombre, pero sabía que eso era imposible. A lo largo de la velada, notó que Marcos se retraía cada vez más. Sin embargo, sus dos hermanos no le hicieron mucho caso hasta que el abuelo se retiró.

—¿Cómo estás, en serio? —le preguntó Pedro, yendo directo al grano.

Marcos miró a Karen y a Paula de reojo y entonces sacudió la cabeza con un mínimo gesto.

—Cansado, dolorido. Pero es lo normal.

—Lo que tienes que hacer es salir de aquí. Odio tener que decirlo, pero tener que fingir delante del abuelo te va a pasar factura, Marcos —Federico se recostó en la silla y giró la copa que tenía entre las manos.

Paula observó a los hermanos con curiosidad. Los tres tenían un gran parecido físico. Sin embargo, todos tenían una personalidad muy distinta. No se llevaban más de un año entre ellos, pero era evidente que Federico tenía muy asumido el papel de hermano mayor y cabeza de familia.

—¿Y adónde se supone que voy a ir? —dijo Marcos en un tono amargo.

Pedro frunció el ceño. Claramente ése no era el Marcos de siempre.

—Tiene razón —dijo Pedro—. Los periodistas no dejarán de seguirle. No puede esconderse en el complejo hotelero, ni en un país vecino. Además, tiene que seguir la rehabilitación y no podrá hacerlo bien si lo persiguen continuamente.

—¿Y qué tal Nueva Zelanda? —dijo Paula, sin habérselo pensado dos veces.

Todos los ojos se volvieron hacia ella.

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