martes, 22 de octubre de 2019

Desafío: Capítulo 3

Mientras avanzaban hasta la mesa, ella fue consciente del roce del muslo de él contra el suyo y se puso rígida. ¿Qué le pasaba? Era Paula Chaves y su apodo, bien merecido, era «Princesa de hielo». Nadie la había pillado con la guardia baja, jamás, y le enfurecía ver que el arrogante y presuntuoso griego tenía la capacidad de alterar su equilibrio. Nunca más, se juró cuando Pedro le sujetó la silla para que se sentara antes de hacerlo él mismo a su lado. Ella percibió su loción para después del afeitado, una mezcla especiada y exótica que volvió locos sus sentidos y le obligó a hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para extender la servilleta y sonreírle con un aire de seguridad que no sentía. Él se mostraba demasiado insistente, demasiado confiado y ella decidió obsequiarle con la fría indiferencia que había llegado a perfeccionar hasta convertir en un arte. El primer plato consistió en un delicioso cóctel de marisco compuesto de gambas sobre un lecho de lechuga y una deliciosa salsa. Paula no había comido nada desde su desayuno de yogur y fruta, y llevaba todo el día en tensión ante la perspectiva de volver a verlo.

—¿Te gustó el viaje a Sudáfrica? Los paisajes son increíbles.

—Fue un viaje de trabajo, sin tiempo para hacer turismo —la sensualidad de su voz la envolvía, y apenas podía tragar. El viaje, como siempre, se había centrado en los vestíbulos de hotel, con unos días en la playa para posar unos modelos de trajes de baño.

—Es una lástima. Las flores silvestres de la sabana son increíbles en esta época del año. ¿Siempre trabajas con unos horarios tan ajustados? —preguntó Pedro en un tono que dejaba claro que no le interesaba demasiado recibir explicaciones sobre modelitos.

—Por sorprendente que parezca, el trabajo de modelo es una profesión muy exigente que yo me tomo muy en serio. Me pagaron por hacer un trabajo en Sudáfrica, no para disfrutar de vacaciones pagadas.

—Tu actitud es encomiable —le aseguró Pedro, aunque ella detectó un destello de humor en su mirada.

A ella le enfurecía la opinión de que las mujeres hermosas no tenían nada en la cabeza. Estuvo a punto de explicarle que acababa de terminar el cuarto año de la carrera de Económicas por correspondencia, pero se lo pensó mejor. ¿Qué importaba lo que Pedro Alfonso pensara de ella? Su opinión le traía sin cuidado. De repente descubrió que ya no tenía apetito. Sin embargo, él comía con entusiasmo. Ella no le quitaba ojo, pendiente de cada uno de sus movimientos. Por la breve conversación mantenida en Zathos, ella sabía que su padre había insistido en que él lo aprendiera todo sobre el negocio de la construcción. Su familia sería dueña de la multimillonaria Alfonso Construction, pero Pedro había empezado como peón.

Tras veinte años, era un experto en la materia y podía pasar la mayor parte del tiempo en la sala de juntas y no en la obra, a pesar de lo cual conservaba el increíble físico adquirido con el trabajo duro. Sus manos eran fuertes y bronceadas. Bronceado adquirido bajo el ardiente sol de Grecia. Ella no pudo reprimir un escalofrío ante la idea de esos dedos acariciando su cuerpo. Debía de ser una sensación algo abrasiva. Ella se preguntó si el oscuro vello que tenía en las muñecas se continuaría por el resto del cuerpo. Sin duda, en el pecho sí lo tendría. ¿Se afeitaría el vello corporal como la mayoría de sus compañeros modelos? En el mundo superficial en el que ella se movía, la abrumadora masculinidad de Pedro era inusual e inquietante, pero incuestionablemente sexy. Evocaba en ella pensamientos y sentimientos inesperados y escandalosos. Su tensión le pasó factura y se atragantó con una gamba.

—Tranquila, intenta beber un poco de agua —sus atenciones hicieron que las lágrimas afloraran a los ojos de ella mientras bebía un sorbo de agua del vaso que él le ofrecía—. ¿Mejor? —sus ojos no eran negros, como ella pensó al principio, sino de un profundo caoba oscuro y aterciopelado.

—Sí, gracias —murmuró ella mientras intentaba recuperar la compostura.

Gran parte de su vida la había pasado en actos sociales en compañía de algunos de los hombres más atractivos del mundo, y Pedro no iba a ser demasiado para ella. Se sirvió el plato principal, pero Paula no hizo justicia a la excelente cocina de la señora Jessop y se dedicó a juguetear con el tenedor para aparentar que comía.

—¿No tienes hambre, o es que eres una de esas mujeres que cuenta cada caloría que ingiere? —le murmuró Pedro al oído—. Tienes un cuerpo espectacular, Paula, pero no me gustaría que estuvieras más delgada —añadió sin importarle la mirada furiosa que ella le dedicó.

Sus palabras fueron la gota que colmó el vaso. ¿Cómo se atrevía a hacer comentarios personales? Ella no iba a darle la oportunidad de ver su cuerpo, se juró Paula sin darse cuenta de que él podía leer esos pensamientos que habían oscurecido sus ojos hasta un tono cobalto.

Paula Chaves era exquisita, fina como una figurita de porcelana, admiró Pedro, incapaz de apartar la mirada de la delicada belleza de su rostro. Sus rasgos eran perfectos y la inclinación de su boca era toda una invitación de sensualidad que él ansiaba aceptar. No se podía viajar a ninguna parte del mundo sin ver su rostro en algún cartel publicitario o revista. Él había leído que la empresa de cosméticos que ella representaba le había ofrecido un contrato multimillonario, y no era de extrañar. Llevaba su pelo rubio recogido en un moño y sus enormes ojos estaban cuidadosamente maquillados. Era el referente de toda mujer y la fantasía de cualquier hombre con sangre en las venas.

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