La luz de la mañana se filtraba por las ventanas cuando Paula se despertó. Su cuerpo estaba saciado, pero su mente estaba llena de incógnitas. Se levantó de la cama y agarró un albornoz del respaldo de una silla. ¿Quién era en ese momento? ¿Valeria? ¿Ella misma? Ya no lo sabía con certeza. Había cruzado tantas líneas que ya no sabía quién debía ser. Fue al cuarto de baño y después a la cocina para preparar un poco de café. Todavía era muy temprano, pero no podía permanecer al lado de Pedro ni un minuto más, con toda la culpa que sentía. Junto a la puerta de entrada, sobre una mesa, vió su bolso de mano. Dentro estaba su teléfono móvil. Fue a buscarlo. Ahora que había tomado una decisión, tenía que quitarse ese peso de encima. ¿Era demasiado pronto para llamar a su hermana? Miró el reloj de pared de la cocina. Las seis de la mañana… Probablemente era demasiado temprano, pero tenía que contárselo antes de que aquel secreto acabara con ella. Sacó el teléfono de su funda. Tenía tres llamadas perdidas. Había silenciado el teléfono la noche anterior antes de irse y había olvidado cambiar la configuración. Al mirar la lista de llamadas perdidas vió que dos eran de la noche anterior y que la última era de esa misma mañana. Todas eran de Valeria. La decisión estaba tomada. Se le cayó el corazón a los pies. Su hermana había intentando contactar con ella varias veces, lo cual significaba que debía de haber tomado una decisión. Valeria nunca había sabido contenerse. Una llamada nunca hubiera sido suficiente para ella. Con manos temblorosas, marcó el número del buzón de voz, pero entonces el teléfono empezó a vibrar de repente.
—¿Valeria?
—Oh, gracias a Dios que te pillo esta vez. ¿Dónde has estado? Bueno, en realidad no importa. Solo quería decirte que regreso hoy…
La voz de Valeria se perdió entre las interferencias.
—¿Hoy? ¿A qué hora?
—… tan emocionada… He sido una estúpida, pero he tomado una decisión… hablar con Pedro… casarnos… estoy deseando verte…
Paula sintió que se quedaba sin aire. Trató de encontrar palabras en su mente, pero era inútil. De pronto la conexión se perdió. Las piernas ya no la sostenían, así que se dejó caer en el butacón más próximo. El teléfono se le cayó de las manos, deshaciéndose en unos cuantos pedazos. Valeria iba a regresar para casarse con Pedro. Había tomado una decisión sin saber que su hermana, su hermana gemela, la había traicionado de la manera más horrible posible. Empezó a sentir que el mundo daba vueltas a su alrededor. No solo se había acostado con el prometido de su hermana, sino que, además, iba a terminar perdiéndolos a los dos. Era hora de aclararlo todo. Primero con Pedro, y después con Valeria. Lo que había hecho no tenía perdón, y solo podía aferrarse a un hilo de esperanza. Quizá, algún día, su hermana llegara a perdonarla. Se obligó a ponerse en pie y fue a la cocina. Buscó dos tazas y sirvió un poco de café. Era hora de enfrentarse a la realidad.
Pedro estaba tumbado en la cama, de espaldas. La blanca sábana le cubría el trasero, insinuando lo que había debajo. De repente, Paula sintió una punzada culpable. No tenía derecho a mirarlo así. Dejó las tazas de café sobre la mesita de noche y estiró una mano para despertarle. En cuanto sus dedos entraron en contacto con el hombro de él, sintió un cosquilleo. Incluso en ese momento, sabiendo que estaba prohibido para ella, sabiendo que tenía que decirle la verdad de lo que había hecho, su cuerpo respondía de forma instintiva. Se inclinó sobre la cama y le empujó sutilmente.
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