jueves, 24 de octubre de 2019

Desafío: Capítulo 8

Pero, ¿Qué estaba haciendo? Debía de haberse vuelto loca al pensar siquiera por un segundo en mantener una relación con él. En Pedro Alfonso se reflejaba la imagen de su padre: atractivo, carismático e incapaz de permanecer fiel a una mujer durante más de cinco minutos.

—Siento defraudarte, pero no tengo intención de mantener una relación contigo, y desde luego no una aventura mientras estés en Londres. Debiste de llevarte una impresión equivocada en Zathos —añadió altiva—. No recuerdo que hubiera nada entre nosotros. De hecho, casi te había olvidado.

—¿En serio? —bajo su tono humorístico, ella detectó ira y se preparó para luchar contra él cuando la sujetó por los hombros y la obligó a girarse.

Sus oscuros ojos eran cautivadores y ella se encontró atrapada por el calor sensual de su mirada mientras él bajaba la cabeza. Iba a besarla. Su cerebro lanzó un aviso de emergencia para que ella se zafase de él, pero estaba hechizada, envuelta en una trémula expectación. Era lo que ella había deseado desde que le conoció en Zathos. Necesitaba que él tomase el mando, que derribase sus barreras y atrapara su boca en un beso sediento que ignorase su resistencia. Sentía aumentar su desesperación, y al final cerró los ojos y se inclinó hacia él.

—En ese caso supongo que tendré que conformarme con supervisar tu entrenamiento —su voz relajada hizo añicos el hechizo y ella abrió los ojos para encontrarse con los de él.

Cuando la soltó, se sentía azorada y humillada, pues era evidente que él era consciente de su desilusión. Ella se había ofrecido como… una virgen para el sacrificio. Y él la había rechazado.

—No necesito ayuda. Prefiero entrenar sola —balbuceó mientras echaba a correr a un ritmo imposible de mantener. Iba demasiado deprisa, pero sólo pensaba en poner distancia entre ella y el hombre más irritante del mundo—. Márchate, Pedro, y déjame en paz.

Pedro la observó alejarse y sintió ese dolor familiar en la ingle mientras admiraba sus increíblemente largas y bronceadas piernas y el hipnótico movimiento de su derriére. Desde el principio se sintió intrigado, no sólo por su belleza, sino también por la persona. A primera vista aparentaba ser la sofisticada y elegante supermodelo omnipresente en las crónicas de sociedad. Pero empezaba a pensar que la verdadera Paula era una mezcla de emociones mucho más compleja. No iba a resultarle fácil convencerla de que se metiera en su cama. Necesitaría tiempo y paciencia para ganarse su confianza, y no iba muy sobrado de ninguna de las dos cosas. El sentido común le decía que lo dejara. El mundo estaba repleto de rubias espectaculares y él prefería a las mujeres que requerían poca implicación emocional. Pero durante los dos últimos meses, Paula había llenado sus pensamientos, excluyendo casi todo lo demás.  No había previsto un rechazo tan frontal, admitió, pero el empeño de ella por ignorar la química que existía entre ellos no hacía más que estimular su interés. La deseaba. Y lo que Pedro Alfonso deseaba, siempre lo conseguía.

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