—¿Pedro? Despierta. Tengo que hablar contigo.
Él movió los ojos por debajo de los párpados y un momento después estaba despierto. Levantó la cabeza y rodó hasta ponerse de lado. En cuanto sus ojos se encontraron con los de ella, su mirada se llenó de deseo y lujuria; un deseo que ella reconocía y compartía, por mucho que quisiera evitarlo. Pedro estiró una mano y le acarició la cara, los labios…
—Buenos días —sonrió y la agarró de la nuca para darle un beso.
Al sentir la ternura de sus labios, Paula sintió el picor de las lágrimas en los ojos; tanto así que se vió obligada a cerrar los ojos. No podía llorar delante de él. De alguna manera encontró la fuerza que necesitaba y se apartó de él. Se incorporó y se paró junto a la cama.
—¿Ya te has cansado de mí? —le preguntó él entre risas.
—No. No es eso —agarró una de las tazas y se la ofreció—. Ten. Tómatelo.
Pedro se incorporó y aceptó la taza.
—Preferiría. Preferiría tomarte a tí, querida.
Después de saber lo que tenía que decirle, él ya no la querría más. Paula bebió un sorbo de café y enseguida deseó no haberlo hecho. El intenso brebaje se le atragantó, aumentando el nudo que tenía en la garganta.
—Val… ¿Todo va bien?
Paula apenas podía mirarlo a los ojos. Dejó el café sobre la mesa y se sentó en el borde de la cama.
—Yo no… Yo no soy quien tú crees que soy.
Pedro sintió una rabia creciente en su interior. ¿Eso era todo? ¿Por fin había conseguido lo que deseaba? ¿Por qué quería decirle la verdad en ese preciso momento? No había ninguna razón para ello. Había sido una locura darles lo que buscaban acostándose con ella. «¿Acostarse?», se preguntó. En realidad había sido mucho más que eso. La culpa se clavó en su corazón. Había sido mucho más que sexo. Había hecho el amor con ella, la había venerado y amado como nunca antes había amado a nadie. Resentido, ahuyentó esos pensamientos. Las hermanas Chaves tenían un plan y él había caído en la trampa.
—Sé quién eres —le dijo con contundencia.
Paula se quedó perpleja.
—¿Lo sabes?
—Eres Paula Chaves. La hermana gemela de Valeria Chaves, mi prometida.
—¿Cómo…? ¿Cuándo…? —Paula miró hacia la cama—. ¿Por qué?
—¿Cómo? Bueno, eres una réplica perfecta de tu hermana, pero hay algunas cosas que no puedes fingir y el carácter de tu hermana es una de ellas.
—Pero nunca me dijiste…
—¿Que nunca te dije nada? ¿Y por qué iba a hacerlo? No tenía tiempo de jugar a sus estúpidos juegos. En ese momento mi prioridad era mi hermano y mi abuelo. Y después empezaste a ayudarme en la oficina cuando más lo necesitaba. Supongo que por lo menos he recibido una recompensa por lo que tu hermana y tú me han costado.
—¿Y desde cuándo lo sabes?
—Me dí cuenta de que no eras Valeria cuando te besé. En ese momento me dí cuenta de que no eras la mujer con la que me había comprometido.
—¿Cómo? —preguntó Paula, perpleja.
Pedro no estaba dispuesto a contestar a esa pregunta. No podía decirle que besarla había sido una experiencia única que había cambiado su vida sin remedio. No quería pensar en eso. No quería recordar lo mucho que había disfrutado cuando habían bailado juntos en el bar de tapas, o cuando habían trabajado juntos. Sobre todo no quería pensar en lo que ella le había hecho sentir la noche anterior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario