jueves, 31 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 24

Paula se dió la vuelta por la respuesta. Que admitiera que era un error lo hacía más tentador. Estaba detrás de ella, muy cerca, alto y fuerte con la fachada del hotel detrás de él.

—¿Entonces qué estamos haciendo?

—Te he traído aquí porque... —hizo una pausa.

—¿Sí? —dijo ella en un susurro.

—Lo siento —se dió la vuelta bruscamente—. Ha sido un error.

Decepcionada,  se  rodeó  con  los  brazos.  Las  noches  en  la  terraza  eran  muy  románticas,  excepto  cuando  sólo  estaban  a  unos  pocos  grados  de  la  helada  y  se  llevaba   un   vestido   de   tirantes.   Y   más   cuando   el   acompañante   se   alejaba.   La   sorprendió darse cuenta de que no quería que lo hiciera.

—Tienes  frío  —y  sin  dudarlo  Pedro se  quitó  la  chaqueta  y  se  la  echó  por  los  hombros.

—¿No me habías dicho que Caro tenía hijos y no podría venir? —dijo mirando su camisa blanca a la luz de la luna.

—Así es. Están en casa de nuestro padre con la niñera.

—Entiendo.

—¿Lo entiendes?

—En realidad, no —lo miró con la cabeza inclinada—. Lo que está claro es que tú  la  quieres.  Y  ella  a  tí.  Yo...  —se  quedó  callada  preguntándose  hasta  dónde  sería  seguro contarle—. Me das envidia. No tengo hermanos ni hermanas, ni siquiera una familia.

—¿Dónde está tu familia? ¿Tus padres? —se apoyó en la balaustrada a su lado y miraron juntos las sombras de las montañas.

—No conocí a mi padre. Y no he hablado con mi madre desde hace años.

—¿Tiene eso algo que ver con el miedo que te doy?

Se  mordió  el  labio.  No  podía  mirarlo.  No  entendería  lo  de  Fernando,  ni  lo  de  su  madre.  Además,  eso  sólo  enrarecería  las  cosas  entre  ellos.  Sus  sentimientos  podían  estar  cambiando  pero,  definitivamente,  Pedro no  estaría  interesado  en  alguien  con  tanto  equipaje.  Él  tenía  un  padre  y  una  hermana  y  todo  su  negocio  se  basaba  en  la  familia. Eran de mundos distintos.

—Da lo mismo, Pedro.

Enlazó  los  dedos  con  los  de  ella  y  Paula sintió  que  se  le  paraba  el  corazón.  En  diez minutos le había dado más ternura y cariño que el que había recibido en toda su vida.Sería demasiado fácil enamorarse de él.

—¿Y tú qué? Debes de tener una novia... o novias... en algún sitio.

—No.

—Oh,  eso  está  bien.  Te  gusta  ser  soltero.  ¿Crees  de  verdad  que  podrás  serlo  siempre?

Se apartó de ella y su mandíbula se tensó.

—No creo especialmente en el amor, Pau.

—Ya somos dos —dijo ella con una sonrisa contenida.

La miró con sus ojos profundos y oscuros.

—¿Por qué?

Él  se  marcharía,  pero  quizá  fuera  lo  mejor.  No  tenía  por  qué  saber  su  historia,  no estará allí lo bastante como para que eso fuera importante.

—Cuando la única persona que debería amarte no lo hace, eso te marca quieras o no. Así que vine aquí y me hice una vida. Es todo lo que tengo, Pedro.

—Y crees que yo te lo quitaré.

Ella lo confirmó limitándose a permanecer en silencio mirándolo.

—No lo haré.

—No te dejaré —eso le arrancó un atisbo de sonrisa—. ¿Y tú, Pedro? ¿Por qué no crees en el amor?

—Mi  madre  nos  abandonó  a  todos  cuando  yo  era  un  muchacho.  Oía  a  Caro llorar  antes  de  dormirse  cada  noche.  Veía  la  angustia  de  mi  padre,  pero  él  la  seguía  queriendo. Se divorció de él y llegaron a un acuerdo, pero ni una sola vez fue a ver a Caro, ni a mí. Ni a mi padre. Nos dejó por otra vida.

—¿No la has vuelto a ver?

—Ni una sola vez. Ni siquiera cuando Caro se casó o cuando nacieron sus hijos.

—Lo siento, Pedro—le dolió el corazón al pensarlo—. Pero tu padre...

—Hizo un trabajo maravilloso sacándonos adelante y dirigiendo Alfonso. Pero en ausencia de ella, Alfonso se convirtió en su novia. Mantiene férreamente el control.

—No confía en tí.

—Cree que lo hace.

Pedro quería más. Quería algo suyo. Quizá tuvieran más en común de lo que ella había pensado al principio.

—Así que has venido aquí para demostrar algo.

Él  asintió.  Quedó  hipnotizada  por  el  movimiento.  Toda  la  noche  se  había  sentido  como  despertándose  de  una  pesadilla.  Él  la  había  tocado  y  ella  no  había  brincado asustada. Estaría allí poco tiempo, pero estar con él ayudaba.

—Jamás querría estar en la posición que estuvo mi padre. No me hace falta un psicoanalista. No confío en el amor, no en el de a largo plazo.

—Así que te contentas con aventuras breves.

—He  intentado  otra  cosa  alguna  vez  y  siempre  hemos  acabado  haciéndonos  daño los dos. Es mejor así.

—¿Qué pasó?

Pedro dudó  y  ella  notó  su  dolor.  Quizá  no  debería  preguntar.  Pero  un  Pedro así  de  abierto...  quizá  no  volvería  a  suceder.  Quería  saber.  Era  algo  raro  en  ella,  pero  quería saber cosas de él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario