Paula se dió la vuelta por la respuesta. Que admitiera que era un error lo hacía más tentador. Estaba detrás de ella, muy cerca, alto y fuerte con la fachada del hotel detrás de él.
—¿Entonces qué estamos haciendo?
—Te he traído aquí porque... —hizo una pausa.
—¿Sí? —dijo ella en un susurro.
—Lo siento —se dió la vuelta bruscamente—. Ha sido un error.
Decepcionada, se rodeó con los brazos. Las noches en la terraza eran muy románticas, excepto cuando sólo estaban a unos pocos grados de la helada y se llevaba un vestido de tirantes. Y más cuando el acompañante se alejaba. La sorprendió darse cuenta de que no quería que lo hiciera.
—Tienes frío —y sin dudarlo Pedro se quitó la chaqueta y se la echó por los hombros.
—¿No me habías dicho que Caro tenía hijos y no podría venir? —dijo mirando su camisa blanca a la luz de la luna.
—Así es. Están en casa de nuestro padre con la niñera.
—Entiendo.
—¿Lo entiendes?
—En realidad, no —lo miró con la cabeza inclinada—. Lo que está claro es que tú la quieres. Y ella a tí. Yo... —se quedó callada preguntándose hasta dónde sería seguro contarle—. Me das envidia. No tengo hermanos ni hermanas, ni siquiera una familia.
—¿Dónde está tu familia? ¿Tus padres? —se apoyó en la balaustrada a su lado y miraron juntos las sombras de las montañas.
—No conocí a mi padre. Y no he hablado con mi madre desde hace años.
—¿Tiene eso algo que ver con el miedo que te doy?
Se mordió el labio. No podía mirarlo. No entendería lo de Fernando, ni lo de su madre. Además, eso sólo enrarecería las cosas entre ellos. Sus sentimientos podían estar cambiando pero, definitivamente, Pedro no estaría interesado en alguien con tanto equipaje. Él tenía un padre y una hermana y todo su negocio se basaba en la familia. Eran de mundos distintos.
—Da lo mismo, Pedro.
Enlazó los dedos con los de ella y Paula sintió que se le paraba el corazón. En diez minutos le había dado más ternura y cariño que el que había recibido en toda su vida.Sería demasiado fácil enamorarse de él.
—¿Y tú qué? Debes de tener una novia... o novias... en algún sitio.
—No.
—Oh, eso está bien. Te gusta ser soltero. ¿Crees de verdad que podrás serlo siempre?
Se apartó de ella y su mandíbula se tensó.
—No creo especialmente en el amor, Pau.
—Ya somos dos —dijo ella con una sonrisa contenida.
La miró con sus ojos profundos y oscuros.
—¿Por qué?
Él se marcharía, pero quizá fuera lo mejor. No tenía por qué saber su historia, no estará allí lo bastante como para que eso fuera importante.
—Cuando la única persona que debería amarte no lo hace, eso te marca quieras o no. Así que vine aquí y me hice una vida. Es todo lo que tengo, Pedro.
—Y crees que yo te lo quitaré.
Ella lo confirmó limitándose a permanecer en silencio mirándolo.
—No lo haré.
—No te dejaré —eso le arrancó un atisbo de sonrisa—. ¿Y tú, Pedro? ¿Por qué no crees en el amor?
—Mi madre nos abandonó a todos cuando yo era un muchacho. Oía a Caro llorar antes de dormirse cada noche. Veía la angustia de mi padre, pero él la seguía queriendo. Se divorció de él y llegaron a un acuerdo, pero ni una sola vez fue a ver a Caro, ni a mí. Ni a mi padre. Nos dejó por otra vida.
—¿No la has vuelto a ver?
—Ni una sola vez. Ni siquiera cuando Caro se casó o cuando nacieron sus hijos.
—Lo siento, Pedro—le dolió el corazón al pensarlo—. Pero tu padre...
—Hizo un trabajo maravilloso sacándonos adelante y dirigiendo Alfonso. Pero en ausencia de ella, Alfonso se convirtió en su novia. Mantiene férreamente el control.
—No confía en tí.
—Cree que lo hace.
Pedro quería más. Quería algo suyo. Quizá tuvieran más en común de lo que ella había pensado al principio.
—Así que has venido aquí para demostrar algo.
Él asintió. Quedó hipnotizada por el movimiento. Toda la noche se había sentido como despertándose de una pesadilla. Él la había tocado y ella no había brincado asustada. Estaría allí poco tiempo, pero estar con él ayudaba.
—Jamás querría estar en la posición que estuvo mi padre. No me hace falta un psicoanalista. No confío en el amor, no en el de a largo plazo.
—Así que te contentas con aventuras breves.
—He intentado otra cosa alguna vez y siempre hemos acabado haciéndonos daño los dos. Es mejor así.
—¿Qué pasó?
Pedro dudó y ella notó su dolor. Quizá no debería preguntar. Pero un Pedro así de abierto... quizá no volvería a suceder. Quería saber. Era algo raro en ella, pero quería saber cosas de él.
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