martes, 1 de mayo de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 30

—¿Cómo  que  no?  Así  es  como  consigo  que  la  gente  entre  en  mi  pastelería  —bromeó ella—. Y ya me puedes soltar el brazo.

Pedro llevaba una camisa de rayas que destacaba su piel bronceada y estaba tan guapo que su tonto corazón de adolescente se puso a dar saltos.

—De  eso  nada.  Además,  estoy  practicando  para  mañana.  ¿Y  puedo  decir  que  está usted espectacular, señorita Chaves? Aunque prefiero lo que llevabas puesto para pintar el techo. A menos, claro, que lo lleves debajo...

—Es posible —se rió Paula—. Pero tú no lo sabrás nunca, así que...

—Aguafiestas.  Claro  que  yo  tengo  una  vívida  imaginación  y  las  braguitas  de  seda me han gustado siempre.

—Compórtate —se rió Paula—. Supongo que te alegrará saber que todo va sobre ruedas. Acabo de hablar con Carla.

—Me alegro mucho, sí. Y perdona lo de ayer. No tenía derecho a volverte loca con mis problemas... si has cambiado de opinión, lo entenderé.

—Sé que quieres que Caro sea feliz el día de su boda, Pedro. Y si ella quiere que vaya su padre... bueno, es su día.

—Yo  no  estoy  tan  seguro  de  eso,  pero  tenemos  cosas  más  importantes  que  solucionar —murmuró  Pedro,  tomando  su  mano—.  ¿Puedo  sugerir  que  demos  un  paseo?

—Sí, claro.

Así, de la mano, empezaron a pasear como si lo hicieran todos los días. Paula tenía  demasiado  miedo  como  para  mirarlo  y  se  obligó  a  sí  misma  a  respirar  hondo,  a  pesar  de  su  infantil  deseo  de  ponerse  a  gritar  que  Pedro Alfonso le  había dado la mano. En público. A la luz del día. En la calle.Estaba  tan  concentrada  en  poner  un  pie  detrás  de  otro  que  casi  perdió  el  paso  cuando él empezó a hablar:

—Seguro que hoy no has comido. Yo he estado en Giorgio's.

—En Giorgio's, ¿Eh? ¡Qué suerte!

—Ya me lo imaginaba —suspiró Pedro—. Demasiado ocupada para comer. Pues eso no puede ser, jovencita. Tienes que estar en forma el día de la boda.

—Estoy en forma, no te preocupes.

—¿Sabes  que  mi  departamento  está  a  dos  manzanas  de  aquí,  al  otro  lado  del  parque?  ¿Y  que Giorgio's  envía  comida  a  domicilio?  Así  podrías  contarme  lo  que  te  ha dicho Carla.

—Giorgio's no envía comida a domicilio.

—Lo hace para clientes especiales —sonrió él, aprendo su mano—. Venga, esos zapatos  que  llevas  son  tan  cómodos  como  unas  zapatillas  de  deporte.  ¿Crees  que podrás sobrevivir diez minutos más bajo este sol?

Paula miró sus zapatos planos e intentó mover los dedos, más acostumbrados a los anchos zuecos que solía usar en la pastelería.

—Pienso  convertirme  en  una  de  esas  excéntricas  que  van  por  la  calle  en  zapatillas. Llevaré los bolsillos llenos de caramelos y los niños me adorarán o saldrán corriendo cuando me vean.

—Y estarás preciosa, seguro —se rió Pedro, tirando de ella hacia el parque.

Una  hora  después,  Paula estaba  apoyada  en  una  barandilla  de  hierro  forjado, mirando los árboles del parque y las calles de la ciudad que tanto amaba.Una  ligera  brisa  le  llevaba  el  aroma  de  los  geranios  que  crecían  en  tiestos  de  madera, al lado de los elegantes muebles de jardín.Era  un  sitio  precioso  y,  por  un  momento,  sintió  celos  de  alguien  que  tenía  la  posibilidad  de  vivir  así.  Sería  maravilloso  tomar  el  desayuno  todos  los  días  en  aquella terraza...Cerró los ojos. Hacía tanto tiempo que no se relajaba, que no se paraba un momento  para  tomar  el  sol...  ¿De  dónde  había  salido  el  verano?  Unos  días  antes  estaba  nevando  y  lloviendo  y,  de  repente,  aquello.  ¿Dónde  habían  ido  los  meses?  ¿Dónde estaba yendo su vida? Aquel  lujoso  ático  no  era  su  sitio,  pensó.  Una  vez  sí  lo  había  sido.  Cuando  era  Paula Chaves, la experta en banca; Paula la sofisticada, la chica que gastaba parte de su sueldo en salones de belleza, vestidos de diseño y cortes de pelo para crear la imagen perfecta de una mujer con clientes millonarios.El  recuerdo  de  las  horas  que  había  pasado  en  salones  de  belleza  la  hizo  sonreír... hasta que inspeccionó sus uñas cortas, sin pintar.No,  ya  no  era  así.  Y  lo  único  que  deseaba  era  volver  a  la  seguridad  de  su  pastelería, donde se había forjado una nueva vida. Maldito Pedro por hacerle recordar, por hacerle notar que había otra vida ahí fuera, por hacerle... sentir.

—¿Te gusta el paisaje? —su voz la sobresaltó.

—Es fabuloso. ¿Cómo has conseguido este ático?

—Estaba buscando algo especial... y lo encontré.

—Desde luego que sí. Es una maravilla.

—Y  voy  a  echarlo  de  menos.  La  comida  estará  enseguida,  por  cierto.  Estoy  calentando la salsa de tomate.

—Un momento... ¿Cómo que vas a echarlo de menos? —preguntó Paula.

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