—¿Cómo que no? Así es como consigo que la gente entre en mi pastelería —bromeó ella—. Y ya me puedes soltar el brazo.
Pedro llevaba una camisa de rayas que destacaba su piel bronceada y estaba tan guapo que su tonto corazón de adolescente se puso a dar saltos.
—De eso nada. Además, estoy practicando para mañana. ¿Y puedo decir que está usted espectacular, señorita Chaves? Aunque prefiero lo que llevabas puesto para pintar el techo. A menos, claro, que lo lleves debajo...
—Es posible —se rió Paula—. Pero tú no lo sabrás nunca, así que...
—Aguafiestas. Claro que yo tengo una vívida imaginación y las braguitas de seda me han gustado siempre.
—Compórtate —se rió Paula—. Supongo que te alegrará saber que todo va sobre ruedas. Acabo de hablar con Carla.
—Me alegro mucho, sí. Y perdona lo de ayer. No tenía derecho a volverte loca con mis problemas... si has cambiado de opinión, lo entenderé.
—Sé que quieres que Caro sea feliz el día de su boda, Pedro. Y si ella quiere que vaya su padre... bueno, es su día.
—Yo no estoy tan seguro de eso, pero tenemos cosas más importantes que solucionar —murmuró Pedro, tomando su mano—. ¿Puedo sugerir que demos un paseo?
—Sí, claro.
Así, de la mano, empezaron a pasear como si lo hicieran todos los días. Paula tenía demasiado miedo como para mirarlo y se obligó a sí misma a respirar hondo, a pesar de su infantil deseo de ponerse a gritar que Pedro Alfonso le había dado la mano. En público. A la luz del día. En la calle.Estaba tan concentrada en poner un pie detrás de otro que casi perdió el paso cuando él empezó a hablar:
—Seguro que hoy no has comido. Yo he estado en Giorgio's.
—En Giorgio's, ¿Eh? ¡Qué suerte!
—Ya me lo imaginaba —suspiró Pedro—. Demasiado ocupada para comer. Pues eso no puede ser, jovencita. Tienes que estar en forma el día de la boda.
—Estoy en forma, no te preocupes.
—¿Sabes que mi departamento está a dos manzanas de aquí, al otro lado del parque? ¿Y que Giorgio's envía comida a domicilio? Así podrías contarme lo que te ha dicho Carla.
—Giorgio's no envía comida a domicilio.
—Lo hace para clientes especiales —sonrió él, aprendo su mano—. Venga, esos zapatos que llevas son tan cómodos como unas zapatillas de deporte. ¿Crees que podrás sobrevivir diez minutos más bajo este sol?
Paula miró sus zapatos planos e intentó mover los dedos, más acostumbrados a los anchos zuecos que solía usar en la pastelería.
—Pienso convertirme en una de esas excéntricas que van por la calle en zapatillas. Llevaré los bolsillos llenos de caramelos y los niños me adorarán o saldrán corriendo cuando me vean.
—Y estarás preciosa, seguro —se rió Pedro, tirando de ella hacia el parque.
Una hora después, Paula estaba apoyada en una barandilla de hierro forjado, mirando los árboles del parque y las calles de la ciudad que tanto amaba.Una ligera brisa le llevaba el aroma de los geranios que crecían en tiestos de madera, al lado de los elegantes muebles de jardín.Era un sitio precioso y, por un momento, sintió celos de alguien que tenía la posibilidad de vivir así. Sería maravilloso tomar el desayuno todos los días en aquella terraza...Cerró los ojos. Hacía tanto tiempo que no se relajaba, que no se paraba un momento para tomar el sol... ¿De dónde había salido el verano? Unos días antes estaba nevando y lloviendo y, de repente, aquello. ¿Dónde habían ido los meses? ¿Dónde estaba yendo su vida? Aquel lujoso ático no era su sitio, pensó. Una vez sí lo había sido. Cuando era Paula Chaves, la experta en banca; Paula la sofisticada, la chica que gastaba parte de su sueldo en salones de belleza, vestidos de diseño y cortes de pelo para crear la imagen perfecta de una mujer con clientes millonarios.El recuerdo de las horas que había pasado en salones de belleza la hizo sonreír... hasta que inspeccionó sus uñas cortas, sin pintar.No, ya no era así. Y lo único que deseaba era volver a la seguridad de su pastelería, donde se había forjado una nueva vida. Maldito Pedro por hacerle recordar, por hacerle notar que había otra vida ahí fuera, por hacerle... sentir.
—¿Te gusta el paisaje? —su voz la sobresaltó.
—Es fabuloso. ¿Cómo has conseguido este ático?
—Estaba buscando algo especial... y lo encontré.
—Desde luego que sí. Es una maravilla.
—Y voy a echarlo de menos. La comida estará enseguida, por cierto. Estoy calentando la salsa de tomate.
—Un momento... ¿Cómo que vas a echarlo de menos? —preguntó Paula.
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