jueves, 10 de mayo de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 43

Un baldosín de la pared cayó al agua delante de sus ojos y empezó a flotar. Y, sin esperar un segundo más, Paula sacó el móvil del bolso y marcó un número.«Por  favor,  contesta.  Por  favor,  no  tires  el  teléfono  por  la  ventana  cuando  veas  que soy yo».Por fin, la única voz en el mundo que quería escuchar en ese momento contestó al otro lado:

—¿Paula?

—Te necesito, Pedro.

Pedro estacionó el coche en la parte de atrás, después de haberse saltado los límites de  velocidad  varias  veces  mientras  iba  a  la  pastelería.  Y  cuando  entró,  se  quedó  desolado.

—¿Pau? ¿Estás ahí?

—¡Estoy aquí! —contestó ella, haciéndole señas con una linterna.

.Llevaba  botas  de  agua  y  un  chubasquero  amarillo  sobre  el  vestido  de  seda  verde. Y, en ese momento, le pareció la mujer más bella del mundo.

—¿Estás bien? Dime que no te has hecho daño.

—Estoy bien,  empapada  pero  bien  —suspiró  ella—.  Pero  no  puedo  decir  lo  mismo de mi departamento ni mi local.

—Qué  susto  me  has  dado.  Por  favor,  no  vuelvas  a  hacerlo  —Pedro la  abrazó,  apretándola contra su corazón—. Te quiero, Pau. Te quiero con toda mi alma.

—Y yo a tí.

Él  tomó  su  cara  entre  las  manos,  secando  sus  lágrimas  con  el  pulgar  antes  de  besarla con todo el amor y la devoción que sentía por ella.

—Llevo toda mi vida esperando que la mujer elegida por mi corazón dijera eso, pero  no  esperaba  oírlo  en  una  cocina  anegada...  con  escayola  cayéndome  en  la  cabeza.

—Oh,  Pedro.  Sabía  que  vendrías  —suspiró  Paula—.  He  sido  una  idiota...  ¿Podrás perdonarme?

—Mejor  que  eso:  el  famoso  equipo  de  reformas  de  Haywood  y  Alfonso está  en  camino...  con  un  aprendiz  de  fontanero.  Es  bastante  mayor  que  la  mayoría  y  ha  pasado mucho tiempo fuera del país, pero he decidido darle una oportunidad.

Ella lo miró, atónita.

—¿Tu padre?

—Nuestros hijos van a necesitar un abuelo paterno, ¿No?

—Oh, Pedro... ¿Lo dices de verdad?

Él  inclinó  la  cabeza  para  besarla,  todo  su  mundo  estaba  contenido  entre  sus  brazos. Pero enseguida oyeron ruido en el aparcamiento y se apartaron, riendo.

—Ha llegado la caballería.

—Yo no necesito a la caballería, sólo te necesito a tí—musitó Paula.

Después de decir eso, le echó los brazos al cuello y, poniéndose de puntillas, lo besó en los labios.

—¡Paula,  suelta  a  mi  hermano  ahora  mismo!  —gritó  Carolina—.  ¡Espero  que  no  pienses ir a mi boda vestida así!

—Serás tonta...

Poco después llegó la caballería de verdad, con las herramientas necesarias y las luces necesarias, y Paula se encontró frente a frente con la desolación total.

—Dime la verdad, Pedro: ¿Esto se puede arreglar?

—Nosotros podemos arreglarlo todo si estamos juntos. ¿Qué te parece eso?

—Me encanta.

—A mí también,   pero   mientras   lo   arreglamos,   conozco   un   restaurante   estupendo en la calle Haywood que está buscando inquilino...

—¿Y tu trabajo en Nueva York?

—Caro y Pablo han aceptado llevar el negocio desde allí. Además, Silvana Waters me ha ofrecido un trabajo en Londres que podría ser interesante.

—¿De verdad?

—Y muy cerca de la pastelería de la mujer de la que me he enamorado —sonrió Pedro—. ¿Cómo iba a decirle que no?

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