jueves, 24 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 16

—Tienes  que  hacer  un  descanso  para  estar  fresca.  Un  poco  de  relajación  incrementa la productividad. Además, tengo hambre y tú tienes que comer. Insisto.

—De acuerdo —dijo ella encogiéndose de hombros.

Pedro sonrió y su mente se puso a trabajar. Aún estaba tensa, los dos lo estaban. Aquello  no  había  terminado.  La  mejor  idea  era  alejarse  del  hotel.  Quería  que  ella  lo  mirara sin la reserva que lo hacía siempre. Quería que confiara en él.

—Nos reunimos en el jardín. Y llévate un suéter.

—¿El jardín?

—En quince minutos, ¿Vale?

Salió  al  jardín  y  sus  botas  sonaron  en  el  camino  adoquinado.  Él  estaba  de  pie  apoyado en un banco al lado de la rosaleda. Lo miró. No supo qué le costaba más, si enfrentarse a él o a la atracción que sentía por él. Esa mañana Pedro tenía razón y aun así  se  había  disculpado.  Nunca  se  había  disculpado  un  hombre  con  ella.  Maldición,  estaba empezando a gustarle. Estaba  hablando  con  una  pareja.  Los  reconoció,  eran  los  Townsend.  Le  supuso  un gran esfuerzo no darse la vuelta y volver al interior. La discusión la había dejado exhausta. No sabía qué decir. Él  se  había  disculpado  con  ella.  Le  había  dicho  que  quería  mejorar  su  relación  de  trabajo.  Para  Navidad  estaría  en  Italia  y  todo  volvería  a  la  normalidad.  Era  sólo  algo a corto plazo.

—Buenas tardes —dijo con una sonrisa.

—Ah, señorita Chaves. ¿Conoce al señor y la señora Townsend?

Apreció que Pedro la llamara por el apellido. Tendió la mano.

—Me alegro de volver a verlos. ¿Están disfrutando de su estancia?

—Así es —dijo la señora Townsend—. Es todo tan bonito... Y la cena de la otra noche...  Qué  manera  más  maravillosa  de  celebrar  un  aniversario.  Muchísimas  gracias.

—No hay de qué   —sonrió Paula—.   Semejante  compromiso   merece   un   tratamiento especial.

—Desde luego que sí —remarcó Pedro.

El señor Townsend se dio cuenta de la cesta de comida que llevaba él.

—Los estamos entreteniendo.

—En  absoluto  —dijo  Pedro con  una  sonrisa—.  Vamos  a  probar  un  nuevo  programa que queremos poner en marcha y el día es demasiado hermoso como para desaprovecharlo.

—Que disfruten —dijo el señor Townsend haciendo un gesto de despedida con la mano—. Y gracias por una semana tan memorable.

—Enhorabuena —dijeron a dúo Paula y Pedro, y después se miraron y sonrieron mientras los Townsend se alejaban, Paula bajó la vista y se ruborizó ligeramente.

—Gracias por venir.—Pensaba que habías dicho que no te volviera a dar órdenes —dijo entre risas.

—Creo  que  no  puedes  evitarlo,  es  tu  naturaleza.  ¿Adónde  vamos?  Tengo  hambre —no era así, pero su cuerpo necesitaba alimento.

—He  pedido  en  la  cocina  que  nos  preparasen  algo  de  comer.  Y  si  me  sigues...  tengo el coche esperando para llevarnos a nuestro destino.

—Una comida campestre —no sabía si le hacía feliz o la molestaba.

—Compañeros  de  trabajo  y  amigos  disfrutando  de  uno  de  los  últimos  días  del  otoño. No hay nada de extraño en ello.

—¿No podemos comer aquí? —miró a su alrededor.Los jardines estaban llenos de bancos y praderas de césped.

—Paula,  estamos  cambiando  algo  más  que  lo  superficial.  ¿Recuerdas  lo  que  te  dije  la  noche  de  la  cena?  —señaló  los  jardines  con  un  movimiento  del  brazo—. «Recupera el romanticismo». Restaurar el Cascade es algo más que cosa de tejidos y muebles.  También  son  servicios,  toques  especiales.  Imagínate  estar  aquí  con  el  hombre  que  amas.  Disfrutando  de  un  día  de  sol  en  una  pradera  de  las  montañas  donde compartir una comida, una botella de vino.«Con  el  hombre  que  amas».

 No  podía  imaginárselo  No  podía  imaginarse  enamorándose,  dándole  a  alguien  tanto  poder.  Ese  magnetismo  de  Pedro era  eso.  Magnetismo. Miró su pecho, lo que fue un error porque no podía evitar preguntarse qué habría debajo de ese suéter.

—Mientras no se comparta la comida con los osos... o un alce. Eso puede pasar en esta época del año, ¿Lo sabes? Un alce.

—Muy bien, Paula—a Pedro no le pareció gracioso—. No vengas si no quieres —agarró la cesta.

—Espera,  Pedro. Lo  siento.    Sólo  encuentro    esto...    extraño.    No  estoy    acostumbrada a las comidas campestres con mi jefe.Eso no era todo, la sola idea de estar sola, aislada, la hacía sentirse indefensa.

—Pensaba  que  podríamos  pasar  una  hora  lejos  del  hotel.  Una  oportunidad  de  ver otra cosa. Apenas he visto nada de por aquí. Pensaba que serías una buena guía.

 La incomodidad de Paula se incrementó. No tenía ni idea de adónde iban.

—A lo mejor podría elegir yo el sitio entonces —dijo sin pensar. Se sentiría más cómoda—. Como dices, conozco la zona.

Se  dirigieron  al  lujoso  coche  nuevo  que  Luca  había  comprado  para  el  hotel.  El  más veterano de los conductores de autobús ahora ocupaba el puesto de chófer y les abrió la puerta.

—Señorita Chaves.

—Gracias, Eduardo—murmuró entrando en el coche.Luca se sentó a su lado.

—¿Adónde?

—A mi casa, ¿Recuerdas el camino?

—Claro, señorita Chaves.

—¿Tu casa?

Ella se limitó a asentir sin mirar a Pedro. Un pequeño elemento de protección.

—Sí, quiero cambiarme de ropa. Y presentarte a alguien.

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