miércoles, 16 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 3

No,  una  gélida  diatriba  sería  más  su  estilo  y  casi  hizo  lo  que  pensaba  para  ver  qué sucedía.Pero algo le hizo contenerse. No estaba allí por eso. Estaba lejos de Italia, lejos de las constantes exigencias y en   un   lugar   donde   sólo   él   podría   tomar   las   decisiones.   Se   había   permitido   distracciones con anterioridad y no había sido muy bonito. Había pagado un precio. No  tanto  como  su  padre  cuando  su  madre  los  había  abandonado,  pero  había provocado  un  buen  lío.  Había  permitido  que  Laura lo  convirtiera  en  un  idiota.  Se  había  jugado  el  corazón  y  lo  había  perdido.  No,  su  instinto  inicial  siempre  era  acertado: disfrutaría, pero no pasaría de ahí. Estaba allí para convertir el Bow Valley Innen el Alfonso Cascade y para eso tendría que trabajar con Paula Chaves. Dió un paso atrás.

—Muéstrame  el  resto,  Paula.  Y  veremos  cómo  hacemos  para  llevar  al  Alfonso Cascade al máximo de la opulencia.

Paula miró  los  papeles  una  vez  más  recostado  en  el  sofá  y  con  las  piernas  cruzadas  sobre  la  mesita  de  café.  No  había  nada  realmente  malo  en  el  hotel.  Era  un  establecimiento  agradable,  cómodo,  con  buen  servicio,  pero  no  lo  bastante  bueno  para Alfonso. Su padre le había enseñado eso. La  nueva  directora  también  era  algo  más.  Paula.  Parecía  que  lo  único  que  compartía con su abuela era el nombre. Había bajado la guardia un instante, pero era una mujer de normas y límites, eso le había quedado claro. Durante toda la visita le había  mostrado  lo  rentables  y  eficientes  que  eran  las  instalaciones.  Pero  en  la  marca  Alfonso había algo más que una cuenta de resultados. Había eso que tenían los Fiori que los diferenciaba del resto. Dejó  los  papeles  en  la  mesa  y  se  acercó  al  balcón.  Abrió  la  puerta  y  cruzó  los  brazos al notar el frío del aire de las montañas. Escuchó el susurro del viento entre las hojas doradas de los árboles de más abajo. No se le había pasado el modo en que ella había mantenido las distancias. Tras el apretón de manos inicial era como si hubiera surgido   un   escudo   invisible   alrededor   de   ella.   Esa   mujer   era   una   enorme   contradicción.  Una  mujer  atractiva  rodeada  por  un  envoltorio  de  burbujas.  Se  preguntó por qué. Tenía que dejar de pensar en ella. Se  apoyó  en  la  barandilla.  Le  gustaba  el  color  gris  de  la  piedra  de  las  fachadas  del edificio y cómo se mimetizaba con el color de las montañas que lo rodeaban. Le hacía  pensar  en  un  castillo  pequeño,  un  retiro  en  medio  de  las  montañas.  Una  fortaleza. Llamaron a la puerta y entró para abrir. Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para  no  quedarse  con  la  boca  abierta  cuando  se  abrió  la  puerta.  Se  olvidó  de  la  carpeta que llevaba en la mano y de la razón que la había llevado a su habitación. Ya no  llevaba  el  traje.  Iba  con  unos  vaqueros,  viejos.  Y  se  había  puesto  un  suéter  y  una  chaqueta  de  punto  que  resaltaba  su  complexión  y  acentuaba  su  color  de  piel.

Resultaba completamente accesible. Delicioso. Aquello era ridículo. Estaba mirando a un  extraño  como  si  fuese  un  pedazo  de  tarta  de  chocolate.  El  buen  aspecto  era  sólo  eso,  buen  aspecto.  No  decía  nada  sobre  el  hombre,  nada  en  absoluto.  Un  hombre  podía esconderse tras su buen aspecto.

—Pau. Pasa.

Había  accedido  a  utilizar  la  versión  reducida  de  su  nombre.  Debería  haber  estado  agradecida,  pero  el  modo  en  que  lo  pronunciaba,  la  forma  en  que  las  silabas  rodaban por su lengua, le hacía sentir escalofríos.Le  tomó  la  mano  y  los  estremecimientos  cesaron,  reemplazados  por  una  reacción automática. Tiró de la mano y dio un paso para alejarse de él. Pedro frunció el ceño. No entendía nada. Los  apretones  de  manos  eran  una  cuestión  de  etiqueta  y  ella  los  toleraba,  pero  era el máximo de contacto personal que aceptaba. Tomarla de la mano seguramente no significaba nada para él, pero para ella era una excesiva libertad. No podía evitar reaccionar como lo había hecho lo mismo que no podía cambiar el pasado. No podía acabar  con  el  miedo,  aunque  fuera  tan  irracional  como  en  ese  momento.  No  importaba el tiempo que hubiera pasado, no podía evitar esas reacciones instintivas. Él  no  había  hecho  nada  que  le  indujera  a  pensar  que  le  haría  daño,  pero  eso  no  importaba. El mecanismo era el mismo.

—Te   he   traído   los   informes   financieros   —disimuló   la   incomodidad   del   momento tendiéndole la carpeta.

—¿En serio?

—Por  supuesto  —era  su  momento  de  estar  desconcertada—.  He  pensado  que  los necesitarías.

—¿Estamos al día?

—¡Por supuesto! —al ver que agarraba la carpeta, bajó el brazo.

—Entonces, no necesito saber nada más.

—¿No?

—Por favor, siéntate. ¿Quieres beber algo?

—No, gracias.

Se apoyó en el borde de un sillón de brazos como un pájaro a punto de echar a volar, mientras él se acercaba al minibar. Se dio cuenta de que estaba descalzo y se lo quedó  mirando  otra  vez.  No  podía  permitir  que  su  apariencia  la  distrajera.  Estaba  convencida  de  que  era  consciente  de  su  aspecto  y  de  que  lo  usaba  en  su  provecho.  Pero con ella no funcionaría. No era tan ingenua.

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