jueves, 24 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 14

Como  si  ella  no  lo  supiera.  Parecía  no  comprender  que  los  constantes  cambios  estaban alterando su rutina normal de trabajo. Él no tenía ni idea de las otras fuentes de estrés a las que estaba sometida, que la mantenían despierta por la noche.

—No necesito que me digas cómo tengo que hacer mi trabajo.

—Deja los cristales y ven conmigo.

—Dios, Pedro, ¡Deja de darme órdenes! —lo miró con los ojos encendidos—. Me cansa. Llevas una semana dándome órdenes.

Los  ojos  de  él  se  oscurecieron  y  Paula se  dió  cuenta  de  que  había  pulsado  el  botón  de  la  ira.  Había  cruzado  la  línea  de  la  insubordinación.  Sintió  un  nudo  en  el  estómago.  ¿Cuántas  veces  se  había  permitido  algo  así?  ¿Cuántas  veces  se  había  dejado  llevar  por  los  nervios?  Todo  lo  que  había  aprendido  volaba  de  su  cabeza  cuando él la miraba.

—En mi despacho, por favor —dijo él con los dientes apretados.

—No —dijo y dió unos pasos atrás.

Ser  llamada  a  su  despacho  para  que  la  reprendiera  era  más  de  lo  que  podía  soportar. Lloraría. Rogaría como había hecho tantas veces antes. Y lo odiaría por eso.

—Señorita  Chaves,  a  menos  que  quiera  que  esto  suceda  delante  de  todo  el  personal, vendrá conmigo ahora —la voz resultaba peligrosamente suave y grave.

Se  incorporó  y  se  limpió  las  manos  en  el  pantalón.  Podría  manejarlo.  Podría.  Pedro no era Fernando. No podía ser Fernando. Lo  siguió  hasta  su  despacho  y,  mientras  él  se  sentaba,  ella  se  quedó  de  pie  al  lado  de  la  puerta.  Podría  escapar  si  era  necesario.  Sabía  que  aquello  sería  sólo  una  discusión, pero no podía evitar la reacción física. Era cuestión de huir o luchar. Y su elección siempre era huir.

—Paula, ¿Qué te está pasando?

—No sé a qué te refieres.

—Llevas  fuera  de  control  toda  la  semana.  Tensa,  irritada,  desagradable  con  el  personal. Lo que ha sucedido hoy ha sido un accidente y lo has sacado de quicio. Lo mismo  que  hiciste  cuando  Rodrigo puso  el  Maxwells  en  la  sala  equivocada.  Se  arregló fácilmente.

—Lo  que  ha  pasado  hoy  es  que  el  personal  no  tiene  cuidado.  Sé  que  he  sido  dura con ella y me he disculpado.

—La Paula que  conocí  hace  una  semana,  la  que  estaba  tan  preocupada  por  su  gente, no lo habría manejado a gritos.

Apartó la mirada. Tenía razón. Estaba tan cansada de que tuviera razón... Pero decirle  la  verdad,  que  el  hombre  que  la  había  aterrorizado  estaba  en  libertad condicional, no era una opción.

—Tenemos  que  ser  capaces  de  trabajar  juntos,  Paula.  Tenemos  que  estar  en  sintonía.

—Quizá sí, Pedro—sintió alivio por el cambio de tema—, no tengo la sensación de que estemos trabajando juntos. Tú das órdenes y esperas que se cumplan. No he tenido  otra  intervención  en  todo  lo  que  está  ocurriendo  aquí  más  que  escribir  la  circular para el personal.

—Has estado en todas las reuniones que hemos mantenido Esteban y yo.

—Si,  pero  ¿Para  qué  molestarse?  Nunca  consigo  decir  nada  de  peso  en  la  discusión.  Los  dos  van a  lo  de ustedes y  me  dejan  afuera.  Todo  lo  que  haces  es  dar  órdenes sobre lo que hacer y cuándo. No importa el incremento de la carga de trabajo o los ajustes que hay que hacer. ¿Cómo es estar en la cima? No tienes que enfrentarte con cosas como hacer pequeños cambios para que todo siga funcionando con fluidez.

—Te ruego que me perdones —dijo con voz formal—. Creía que decías que ése era tu trabajo.

 —Lo  es  —dijo  sintiendo  que  le  hervía  la  sangre—,  pero  sigo  siendo  sólo  una  persona  y  el  volumen  de  trabajo  se  ha  incrementado  considerablemente.  Y  también  dijiste que querías mis aportaciones.

—¿Hay algo de lo que hayamos hecho con lo que no estés de acuerdo?

Se quedó callada. La verdad era que le gustaba todo lo que se había hecho.

—Ésa no es la cuestión. Me has puesto de guardia de tráfico, dirijo a la gente de un sitio a otro. Siete cosas imposibles de hacer antes de que se sirva el desayuno.

—Si no puedes con el trabajo...

El  pánico  la  invadió.  Eso  era  lo  que  no  quería  que  pasase  y  había  trabajado  noche y día para evitarlo. Necesitaba ese trabajo. Quería ese trabajo y la vida que se había  construido  alrededor.  Había  pensado  que  sólo  sería  un  periodo  con  trabajo  extra  y  luego  todo  iría  bien.  Y  sólo  había  pasado  una  semana  y  ya  estaban  hartos  el  uno del otro.

—Puedo con el trabajo. Mi trabajo. Pero sólo soy una persona, Pedro.

—Así que estás enfadada conmigo y no con Jimena. Tú no eres la única que echa muchas horas, Paula. No le pido a mi gente nada que no me pida a mí mismo.

—Entonces quizás es que esperas demasiado.

—Pues es lo que hay. Y no soy yo quien ha tenido una rabieta.

—¡Eres insufrible!

—Eso me han dicho —dijo con una sonrisa.

—Seguramente una legión de mujeres dóciles —dijo con tono mordaz.

—¿Legión? —volvió a sonreír.

—¿Puedes dejar de sonreír? Leo las revistas.

Pedro se  echó  a  reír  a  carcajadas  y  ella  sintió  que  tenía  su  efecto.  No  podía  ser,  quería  odiarlo.  Verlo  trabajar  la  última  semana  le  había  hecho  estar  peligrosamente  cerca de la admiración por su entusiasmo y dedicación.

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