Había rabia en la voz de Jared. Una rabia que podría significar problemas para su ex durante la boda de Caro.
—Marcos y yo habíamos roto ocho meses antes de irme a Chicago. Volvió de Australia en cuanto se enteró y estuvo a mi lado durante semanas. Es un amigo maravilloso, nada más.
Pedro tomó su cara entre las manos.
—Eres una mujer preciosa, Paula. Marcos fue un tonto por dejarte ir.
—No me dejó ir. Los dos sabíamos que nuestra relación se había roto y nos separamos como amigos. Seguimos siéndolo, espero, así que no lo juzgues mal, no sería justo. Además, va a estar en la boda con su prometida.
—Entonces es aún más idiota de lo que yo pensaba. Pero si Marcos va con su prometida...
—¿Qué?
—A lo mejor tú estás dispuesta a ir del brazo de otro hombre.
—No sé... no me vendrían mal unos cuantos halagos. Además de bombones y flores de vez en cuando.
—Estupendo. ¿Por qué no empezamos ahora mismo?
—Tú no te rindes, ¿Eh? —se rió Paula.
—¿No soy lo bastante bueno para tí? ¿O te da miedo acostumbrarte a la idea de ser mi novia?
—Venga, Pedro. Tú volverás a Estados Unidos la semana que viene y he visto tu agenda para el resto del año. Gracias, pero no saldría bien. Yo no estoy interesada en una relación de cuatro días.
—Yo tampoco.
Paula lo miró a los ojos. Un error fatal, porque no pudo resistirse cuando Pedro inclinó la cabeza para besarla. Y, sin pensar, le echó los brazos al cuello... aunque una vocecita interior le decía que aquello no era lo más sensato. «Mal, Paula. Muy mal».
—Arriésgate conmigo —le dijo Pedro, con voz ronca—. Quiero estar contigo, quererte y demostrarte lo preciosa que eres. ¿Vas a darme una oportunidad? ¿Puedes confiar en mí?
Iba a lamentarlo y lo sabía. Pero levantó una mano para acariciar su pelo corto.
—No lo sé. Tendrías que quedarte aquí durante algún tiempo. ¿Puedes hacerlo?
—Puedo intentarlo. ¿Vas a darme una oportunidad? ¿Vas a darnos a los dos una oportunidad?
Pedro la miraba como suplicándole un sí. Y había algo en esos ojos azules que penetraba su corazón, rompiendo cualquier resistencia.
Paula se encontró sonriendo, de repente borracha de su olor, del calor de su cuerpo, de su piel, del poder de su presencia.No había estado tan cerca de un hombre desde que rompió con Marcos. La asustaba y la emocionaba a la vez. Pero era imposible decirle que no porque habían ido demasiado lejos. Su corazón había ido demasiado lejos... Los ojos se le llenaron de lágrimas e intentó apartarse para que él no lo notara, pero era demasiado tarde. Y Pedro secó sus lágrimas con una ternura que la emocionó. Miró sus altos pómulos, la nariz, los labios que había besado por primera vez unos días antes y, sin embargo, le parecía como si los conociera desde siempre... La vida no había sido fácil para aquel hombre. Su amor por su madre y su hermana lo había obligado a arriesgarse, a trabajar sin descanso. Si se había vuelto ambicioso no era por su propio ego. Había hecho sacrificios por su familia. Olvidando que era una locura, cerró los ojos y sintió el calor de sus labios en los párpados y una de sus manos moviéndose en su cintura, apretándola contra él.La deliciosa sensación de ser deseada venció cualquier conato de resistencia.Sólo existía ese momento. Sólo existía Pedro. Y lo necesitaba tanto como la necesitaba él. ¿Cómo había ocurrido? ¿Y por qué le parecía perfecto estar entre sus brazos, su barbilla apretada contra el mentón masculino?Quería que la besara una y otra vez y movió la cabeza para ponérselo más fácil. El cielo estaba a punto de llegar...Pedro metió la mano bajo su cárdigan, moviéndola en círculos por su espalda y enviando deliciosas oleadas de deseo por todo su cuerpo.Luego notó que empezaba a desabrochar los botones. Quería que lo hiciera, necesitaba que lo hiciera. Quería que... ¡Un momento!El grito sonó en su cabeza y, al apartarse, vio un brillo de pasión en los ojos azules de Pedro. Vió su deseo por ella.
—Pensé que estaba preparada, pero no lo estoy. Lo siento... —empezó a decir, angustiada—. Lo siento mucho.
Pedro dejó escapar un suspiro mientras volvía a brochar los botones.
—No puedo garantizar que sea capaz de apartar las manos. Es usted irresistible, señorita Chaves. Lo sabe, ¿Verdad?
Ella sonrió, insegura.
—Tonto.
—Yo seguiré aquí cuando estés lista, te lo prometo.
Y después de eso le dió el beso más tierno, más suave y más dulce que le habían dado en toda su vida.
—Totalmente irresistible, pero se está haciendo tarde —dijo luego, apartándose—. Mañana pasaré el día con Caro y los chicos, así que seguramente no nos veremos hasta que vaya a buscarte para cenar —añadió, dándole un beso en la nariz—. Intenta no besar a nadie mientras tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario