Cuando ella entró en la sala fue como si alguien le hubiese dado un puñetazo en el plexo solar. Pau no era Paula esa noche. Se merecía su nombre completo. Era Paula. Cada centímetro de ella, desde la cabeza hasta los pies, era elegancia y tímida sexualidad. No tenía ni idea de que pudiera tener ese aspecto. Se había imaginado cómo estaría si se dejara el cabello suelto y los vestidos recatados en el armario, pero jamás habría imaginado que pudiera ser así.
—Es preciosa, Pedro.
La voz de Carolina interrumpió sus pensamientos mientras los dos miraban a Paula hablar un momento con uno de los clientes con una sonrisa en el rostro.
—La verdad es que me gusta.
—Hay algo entre ustedes, entonces —le apoyó la mano en el brazo.
—No, Caro. Es la directora y es buena en lo suyo. Trabamos juntos, eso es todo.
Paula dejó al huésped y se dirigió hacia ellos. Luca trató de ignorar su pulso desbocado al ver el suave balanceo de sus caderas. Tenía piernas, metros de ellas, parecía.
—He visto cómo la miras, Pedro. Créeme, te alegrarás de que haya venido para tener un poco de tiempo libre.
Pedro consiguió dejar de mirar a Paula y fijó la vista en su hermana.
—Si crees que vas a andar por aquí estorbándome todo el rato...
—Querido hermano —dijo con una sonrisa—, lo considero un deber familiar. Ella te mira igual a tí.
Paula se detuvo delante de ellos y sonrió, y por un momento a Pedro se le paró el corazón.
—Espero no haberlos hecho esperar.
Fue Carolina quien respondió al quedarse Pedro en silencio.
—En absoluto. Acabamos de llegar. Me he echado una siestecita y estoy lista para probar las delicias del chef.
Pedro acercó la silla de Paula.
—Gracias —murmuró ella y a él le llegó el aroma de su perfume.
—Ese vestido es impresionante. Tienes un gusto increíble, Pau —dijo Carolina con una sonrisa—. Espero que Pedro no te esté presionando para que aceptes todos sus cambios.
—Gracias —Paula sonrió—. Lo intenta, créeme.
—Tengo mucha suerte de compartir mesa con las dos mujeres más guapas del salón —dijo él sentándose.
—¿Sólo del salón? —dijo Carolina entre risas—. Paula, creo que eso es un insulto.
Pero los ojos de Pedro estaban clavados en los de Paula. Se había dejado el cabello suelto y sus dedos se morían por acariciarlo, por enterrarse en sus mechones caoba. Deseó tomarle la mano y besarla, pero sabía que ella no lo recibiría bien.
—Ya veo que con ustedes dos juntas no voy a poder.
—Creo que puedes de sobra —dijo Paula con una sonrisa.
Pedro pidió champán, se apoyó en el respaldo y se quedó viendo a Paula y Carolina hablar como si se conocieran de toda la vida. Pero Carolina siempre había sido así, abierta, tenía una cualidad que había sacado a Mari de su caparazón de un modo que él no había sido capaz. Y Paula relajada brillaba aún más. Estaban a medias del segundo plato cuando alguien del personal se acercó a Paula con un problema.
—Yo me ocuparé, disfruten ustedes—dijo Pedro levantándose.
—No, lo haré yo —Paula sonrió—. Es mi trabajo. Vuelvo en un minuto.
Pedro se levantó mientras ella se alejaba y volvió a sentarse. Miró luego a su hermana, quien seguía diciendo que su matrimonio era feliz. ¿Era él el único que se daba cuenta de lo que estaba haciendo? Seguía diciendo que Rafael era su destino feliz y que no haría añicos su ilusión. Eso era lo que él le deseaba después de lo que habían pasado de niños, cuando su madre los abandonó. Recordaba abrazarla por las noches mientras lloraba llamando a su madre y no quería que la oyera su padre. Recordaba el verano que había sospechado que había algo entre Dante y ella. Pero después Dante se había ido a París con él y, cuando habían vuelto, se la habían encontrado prometida con Rafael. Había estado a su lado durante los años más oscuros de su vida. Él era el mayor. Había entendido las cosas mejor. Sinceramente, esperaba que a Carolina no se le volviera a romper el corazón. Para sí mismo no era muy partidario de los finales felices tipo cuentos de hadas; tampoco las mujeres con las que solía salir.
Cuando Paula volvió se dedicó a mirarla mientras Carolina y ella seguían con su conversación. Paula era diferente. No podía explicarlo, pero por alguna razón los tristes recuerdos del pasado casi desaparecían cuando ella estaba cerca. Nunca podría haber nada permanente entre ellos, pero su escepticismo habitual se disolvía cuando estaba con ella. Había visto brillar sus ojos cuando hablaba con Carolina, reír fácilmente como no la había visto antes. Era hipnotizadora. Así era Paula con la guardia baja. Se había preguntado con anterioridad si podría ser así. En ese momento se preguntaba si podría ser así con él.
—Pedro, deberías bailar conmigo —dijo Carolina en tono de mando.
—Caro... —suspiró.
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