—Entonces, tenemos que aprovecharlo —empezó a vaciar la cesta—. Delicias de tomate y pimiento, cordero marinado y ensalada de patata, y no te digo lo que he traído de postre porque las niñas buenas primero se comen la comida —sacó platos de porcelana y cubiertos y añadió—: Si tú repartes la comida, yo abro el vino.Se ocuparon unos minutos de colocar la comida.
Paula estaba sentada con las piernas cruzadas. Se enfrentaba a un problema inesperado: estaba disfrutando de su compañía. Se alegraba de estar allí con él compartiendo algo tan sencillo como una comida campestre un día de otoño. Pero eso era todo lo lejos que llegaría. Tenía que recordar por qué había aceptado ir. No era capaz de nada más.
—El aire fresco y la buena comida hacen maravillas con el estrés —dijo y ella se volvió a mirarlo.
—Es una de esas veces que voy a tener que reconocer que tienes razón —le tendió un plato sonriendo—. No era consciente de lo tensa que estaba. He estado tratando de concentrarme en conseguir que todo estuviera hecho, trabajando el mismo número de horas al día —Bobby se dejó caer en la hierba—. No lo he sacado lo bastante últimamente. Se va a poner gordo y perezoso.
—Todo el mundo necesita momentos como éste. Aire libre, paz, tranquilidad, algo sencillo y reconstituyente. Es lo que espero que la gente encuentre en el Cascade. Un descanso de... ¿Cómo se dice?, del ajetreo. Tiempo para oler las rosas. Para algunos éste es un modo de vida.
—Para alguien como tú querrás decir.
—¿Alguien como yo? —sonrió. Ella le dedicó una mirada llena de significado—. Ah, te refieres a los ricos ociosos.
Paula bebió un sorbo del suave chardonnay.
—Reconoceré que no eres ocioso. Lo has demostrado esta semana.
—¿Pensabas que lo era?
—Oh, vamos —miró al valle—, el niño mimado de Alfonso Resorts. He leído las revistas, ¿Sabes? La vida en bandeja de plata. Coches espectaculares y mujeres rápidas... ¿O es coches rápidos y mujeres espectaculares?
—Da lo mismo —admitió seco.
—Eres incorregible —rió y se inclinó a un lado rozándole el hombro.
—¿He presionado demasiado entonces?
Lo miró con cuidado. ¿Lo había hecho? Nunca parecía tenso, ni cansado, pero sabía que trabajaba desde que se levantaba hasta la hora de irse a dormir.
—No creo que hayas presionado a nadie más que a tí mismo. Pero puede que el personal del Cascade no esté acostumbrado a ese ritmo.
—¿Personal como tú?
—No he llegado donde estoy sin echarle horas —respondió.
Estaba cansada, no era un secreto, pero una parte de ese cansancio se debía a que las cosas estaban cambiando y estaba incómoda. Estaba sometida a un gran estrés del que él no sabía nada. Se despertaba por la noche más de lo que lo hacía normalmente. Las pesadillas habían vuelto. Miraba por encima del hombro y eso suponía que empezaba muchos días con un déficit de energía.
—No te habría pedido tanto si no hubiese sabido que podías afrontarlo, Paula.
—Te lo agradezco. Lo mismo que te agradezco que te dieras cuenta de que necesitaba respirar.Luca dejó el plato en la manta y se volvió a rebuscar en la cesta.
—Sé que seguramente no debería haberlo hecho, pero he despistado esto de postre —sacó un cuenco de cerámica y una cuchara.
—Has pensado en todo.
—En todo no. Sólo he traído una cuchara.
Paula miró el cubierto. ¿A qué estaba jugando? Lo vió meter la cuchara en el cuenco y sonreír.
—Te he dicho que había que encontrar la belleza en las cosas pequeñas. Que el Cascade tiene que ser más una experiencia que un proveedor de servicios. ¿Qué pasaría si no fuésemos los directores del hotel? ¿Si fuésemos clientes? No estaríamos pensando en si este tiempo puede ser beneficioso, estaríamos pensando en la maravillosa tarde que hace. Abriríamos nuestros sentidos, nuestras mentes. Estaríamos pensando en nosotros mismos y disfrutando sin preocuparnos de nada —le tendió la cuchara llena de crema tostada—. Cierra los ojos, Paula.
Oh, Dios. Aquello superaba todos los límites. Esperó con la cuchara en el aire. Ella se sintió atrapada por su cálida mirada, seductora como la crema que contenía la cuchara. Cerró los ojos.La fría cuchara rozó sus labios y ella los abrió de forma instintiva. La dulzura fría del postre le inundó la lengua. Suave, deliciosa.La cuchara abandonó los labios y ella abrió los ojos. Pedro volvió a hundir la cuchara en el postre, pero esa vez lo probó él sin dejar de mirarla.
—Está bueno —murmuró ofreciéndole otra cucharada.
Con la cuchara que acababa de estar en su boca.
Era una tontería que algo así tuviera ese efecto sobre ella, pero lo sentía como seducción. Abrió la boca y dejó que le diera de comer sintiéndose cada vez más fuera de control. No sabía cómo manejar el romanticismo. Y aquello claramente lo era.
—Está realmente exquisito —no sólo el postre, sino estar allí con él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario