jueves, 24 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 13

—Pensaba que estábamos almacenando los muebles en la sala verde y, el resto, en los almacenes del corredor sur.

Paula alzó la vista. Sabía que parecía acelerada porque lo estaba. El día anterior había recibido otra carta. Apenas había dormido esa noche pensando en lo que decía. Aborreciendo cómo el pasado aún le pesaba.En ese momento, era la segunda vez que Luca había interferido en el modo de vaciar el salón de cócteles. Estaba de pie al lado de ella sin una gota de sudor ni un cabello fuera de su sitio o una mota de polvo en los pantalones.

—Dijiste la otra sala de conferencias, la Mount Baker —sabía que para Pedro era difícil  de  recordar,  pero  todas  las  salas  tenían  nombres  de  picos  de  las  Rocosas  y  estaba decidida a usar sus nombres y no identificarlas por el color.

—La Mount Baker se está utilizando para reuniones.

—¿Cuándo ha sido eso?

—Cuando las programé.

Respiró  hondo  para  controlarse.  Todo  estaba  en  continuo  cambio  y  eso  estaba  empezando a afectarla. Pedro había vuelto a cambiar de opinión y se suponía que ella tenía que adaptarse.

—Las programaste. ¿Por qué no usaste otra sala?

—Porque  la  empresa  que  he  contratado  para  renovar  el  spa  quería  una  sala  donde poder utilizar un proyector.

La  cabeza  le  daba  vueltas.  ¿El  spa?  Tenían  que  discutir  eso,  pero  no  en  ese  momento.  En  ese  momento  tenía  una  docena  de  trabajadores  moviendo  muebles  y  colocándolos en el lugar equivocado.

—Pedro, ¿Crees que podrás dejarme tranquila el tiempo suficiente como para que pueda hacer mi trabajo?

—Seguro, tengo llamadas que hacer.Parecía  tan  fresco... 

Paula frunció  el  ceño  detrás  de  él.  Era  desesperante.  Nada  parecía afectarlo mientras ella apenas podía mantener el equilibrio.Puso  los  brazos  en  jarras  y  se  tomó  un  momento  para  redirigir,  otra  vez,  al  personal  que  estaba  vaciando  el  salón  Athabasca  de  muebles.  Una  vez  todos  de  vuelta al trabajo, suspiró y se apartó el pelo de la cara. Cuanto más conocía a Luca, menos sabía qué hacer con él. La imagen de playboy que  tenía  de  él  había  sido  reconfigurada  y  una  nueva  versión  ocupaba  su  lugar.  El  encanto  seguía  muy  presente,  por  mucho  que  tratara  de  ignorarlo,  pero  estaba  empezando  a  descubrir  que  estaba  acostumbrado  a  seguir  su  propio  camino.  Sólo  había pasado una semana desde su llegada y las cosas ya estaban cambiando, había trabajadores  por  todas  partes  y  ella  no  hacía  nada  más  que  firmar  albaranes. 

Definitivamente  Pedro   se  había  puesto  al  mando.  Desde  luego,  no  podía  decirse  que  fuera apático con el trabajo. Parecía muy comprometido con el Cascade.Tenía  que  reconocer  que  las  cosas  nunca  eran  aburridas.  Todos  los  días  había  algún nuevo descubrimiento que hacer. Ajustes de última hora. La falta de rutina la tenía un poco alterada. Y cuando él se hacía cargo de algo lo hacía hasta el final. Eso incluía  irritarla  a  ella  ordenándole  cosas  todo  el  tiempo  como  si  él  fuera  el  director  del hotel.Sonó un fuerte golpe y dio un brinco llevándose una mano al corazón. Volvió la cabeza en dirección al ruido, mientras el destello de un recuerdo le pasó por delante de  los  ojos.  Vaso  tras  vaso,  estrellados  contra  la  pared  de  la  cocina  mientras  ella  se  refugiaba  en  un  rincón.  El  corazón  la  latía  contra  las  costillas  mientras  trataba  de  recuperar la compostura. Nadie le estaba tirando nada. Se había caído una mesa con cristalería, eso era todo. Con  un  suspiro  agarró  una  caja  vacía  y  se  puso  a  recoger  los  trozos.  Entonces  una empleada pasó a su lado y dijo:

—Lo siento, señorita Chaves.

Ella perdió el control.

—¿Lo   siento?   ¿Por qué  no  miras por dónde vas?   —hizo  un sonido  de   disgusto—.  ¡Mira  qué  desastre!  —de  repente  se  sintió  mortificada.  ¿Cuántas  veces  había oído ella esas palabras? Se arrepintió al momento.

—La ayudaré a recogerlo —dijo la chica con voz temblorosa.

—¿Hay algún problema?

Paula alzó la vista y vió a Pedro de pie con su sonrisa habitual.

—¿Además de empleados descuidados rompiendo cientos de dólares de cristal? No.

Los  ojos  de  la  muchacha  se  llenaron  de  lágrimas  y  Pedro miró  a  Paula con  desaprobación.  Paula sintió  una  punzada  de  culpa;  sabía  que  se  había  pasado  con  el  tono. Era la directora del Cascade. El personal tenía que saber que seguía al mando, pero  eso  no  significaba  que  tuviera  que  ser  intimidatoria.  La  vergüenza  le  pintó  las  mejillas.

—Jimena,  lo  siento  mucho  —miró  a  la  joven—.  Sé  que  ha  sido  un  accidente.  Por  favor... mi tono ha sido inexcusable.

—Lo siento, señorita Chaves. ¡Por favor déjeme hacerlo a mí, ha sido culpa mía!

—Vuelve al trabajo, Jimena. Y no te preocupes, nosotros recogeremos esto —la voz de Pedro era calmada y razonable, completamente falta de emotividad, y lo odió por ello.Trató de ignorar su cuerpo justo detrás de ella y se concentró en los cristales.

—Gritar al personal no es la forma de que trabajen mejor.

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