—Pensaba que estábamos almacenando los muebles en la sala verde y, el resto, en los almacenes del corredor sur.
Paula alzó la vista. Sabía que parecía acelerada porque lo estaba. El día anterior había recibido otra carta. Apenas había dormido esa noche pensando en lo que decía. Aborreciendo cómo el pasado aún le pesaba.En ese momento, era la segunda vez que Luca había interferido en el modo de vaciar el salón de cócteles. Estaba de pie al lado de ella sin una gota de sudor ni un cabello fuera de su sitio o una mota de polvo en los pantalones.
—Dijiste la otra sala de conferencias, la Mount Baker —sabía que para Pedro era difícil de recordar, pero todas las salas tenían nombres de picos de las Rocosas y estaba decidida a usar sus nombres y no identificarlas por el color.
—La Mount Baker se está utilizando para reuniones.
—¿Cuándo ha sido eso?
—Cuando las programé.
Respiró hondo para controlarse. Todo estaba en continuo cambio y eso estaba empezando a afectarla. Pedro había vuelto a cambiar de opinión y se suponía que ella tenía que adaptarse.
—Las programaste. ¿Por qué no usaste otra sala?
—Porque la empresa que he contratado para renovar el spa quería una sala donde poder utilizar un proyector.
La cabeza le daba vueltas. ¿El spa? Tenían que discutir eso, pero no en ese momento. En ese momento tenía una docena de trabajadores moviendo muebles y colocándolos en el lugar equivocado.
—Pedro, ¿Crees que podrás dejarme tranquila el tiempo suficiente como para que pueda hacer mi trabajo?
—Seguro, tengo llamadas que hacer.Parecía tan fresco...
Paula frunció el ceño detrás de él. Era desesperante. Nada parecía afectarlo mientras ella apenas podía mantener el equilibrio.Puso los brazos en jarras y se tomó un momento para redirigir, otra vez, al personal que estaba vaciando el salón Athabasca de muebles. Una vez todos de vuelta al trabajo, suspiró y se apartó el pelo de la cara. Cuanto más conocía a Luca, menos sabía qué hacer con él. La imagen de playboy que tenía de él había sido reconfigurada y una nueva versión ocupaba su lugar. El encanto seguía muy presente, por mucho que tratara de ignorarlo, pero estaba empezando a descubrir que estaba acostumbrado a seguir su propio camino. Sólo había pasado una semana desde su llegada y las cosas ya estaban cambiando, había trabajadores por todas partes y ella no hacía nada más que firmar albaranes.
Definitivamente Pedro se había puesto al mando. Desde luego, no podía decirse que fuera apático con el trabajo. Parecía muy comprometido con el Cascade.Tenía que reconocer que las cosas nunca eran aburridas. Todos los días había algún nuevo descubrimiento que hacer. Ajustes de última hora. La falta de rutina la tenía un poco alterada. Y cuando él se hacía cargo de algo lo hacía hasta el final. Eso incluía irritarla a ella ordenándole cosas todo el tiempo como si él fuera el director del hotel.Sonó un fuerte golpe y dio un brinco llevándose una mano al corazón. Volvió la cabeza en dirección al ruido, mientras el destello de un recuerdo le pasó por delante de los ojos. Vaso tras vaso, estrellados contra la pared de la cocina mientras ella se refugiaba en un rincón. El corazón la latía contra las costillas mientras trataba de recuperar la compostura. Nadie le estaba tirando nada. Se había caído una mesa con cristalería, eso era todo. Con un suspiro agarró una caja vacía y se puso a recoger los trozos. Entonces una empleada pasó a su lado y dijo:
—Lo siento, señorita Chaves.
Ella perdió el control.
—¿Lo siento? ¿Por qué no miras por dónde vas? —hizo un sonido de disgusto—. ¡Mira qué desastre! —de repente se sintió mortificada. ¿Cuántas veces había oído ella esas palabras? Se arrepintió al momento.
—La ayudaré a recogerlo —dijo la chica con voz temblorosa.
—¿Hay algún problema?
Paula alzó la vista y vió a Pedro de pie con su sonrisa habitual.
—¿Además de empleados descuidados rompiendo cientos de dólares de cristal? No.
Los ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas y Pedro miró a Paula con desaprobación. Paula sintió una punzada de culpa; sabía que se había pasado con el tono. Era la directora del Cascade. El personal tenía que saber que seguía al mando, pero eso no significaba que tuviera que ser intimidatoria. La vergüenza le pintó las mejillas.
—Jimena, lo siento mucho —miró a la joven—. Sé que ha sido un accidente. Por favor... mi tono ha sido inexcusable.
—Lo siento, señorita Chaves. ¡Por favor déjeme hacerlo a mí, ha sido culpa mía!
—Vuelve al trabajo, Jimena. Y no te preocupes, nosotros recogeremos esto —la voz de Pedro era calmada y razonable, completamente falta de emotividad, y lo odió por ello.Trató de ignorar su cuerpo justo detrás de ella y se concentró en los cristales.
—Gritar al personal no es la forma de que trabajen mejor.
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