jueves, 17 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 8

—El Alfonso Cascade. «Recupera el romanticismo» —agarró su copa de vino—. Esta sala, la Panorama, es romántica, ¿No crees? —no esperó su respuesta—. Mira el color, los  muebles.  Eternos,  nostálgicos,  reminiscencias  de  una  edad  de  oro.  Madera  brillante,  escarlatas  y  dorados.  Un  lugar  donde  las  mujeres  se  sienten  guapas  y  cortejadas.  Un  lugar  para  ir  despacio,  ser  indulgente,  mimado.  Arañas  de  cristal  y  buen vino —hizo una pausa—. No dices nada.

—No puedo meter baza —dejó la agenda donde estaba.

—¿No te gusta? ¿No estás de acuerdo?

—Creo que te estás dejando llevar por una idea.

—Pero Paula, las ideas son la mejor parte —le dio una palmada en una mano—. No hay nada más excitante que buscar y encontrar todas las posibilidades.

Apartó  la  mano  y  se  la  apoyó  en  el  regazo.  Pedro siguió  como  si  no  lo  hubiera  notado.

—Tener una visión y hacerla realidad es la mejor parte de mi trabajo.Les sirvieron los primeros platos.

Paula lo miró probar la crema, cerrar los ojos y decir:

—Mmmm.

Miró  la  curva  de  sus  labios  conmocionada  por  sentir  un  principio  de  atracción  en  medio  de  tanta  animosidad.  De  inmediato  apareció  el  temor.  No  importaba.  Ella  no  era  capaz  de  mantener  relaciones.  Que  hubiera  pasado  de  la  apreciación  a  la  atracción física la sorprendía lo bastante como para centrarse en el trabajo. Atacó su ensalada como si el tenedor fuera una horca. Pedro miró a su alrededor y Paula trató de ver lo que veía él. Gente disfrutando de la buena comida y el entorno elegante. Era por lo que pagaban y lo que esperaban. ¿Cómo sería el resto del hotel si se hubiera seguido la tradición de ese salón?

—¿Qué piensas? —preguntó él dejando la cuchara.

—Nada en particular.

El problema era que podía verlo. Podía ver lo impresionante y maravilloso que sería. Como volver atrás en el tiempo.

—Confía en mí, Paula.

—No puedo —dijo concentrándose en pinchar un trozo grande de nuez.

—¿No  sientes  la  belleza  que  hay  aquí?  Este  salón...  Esto  es  lo  que  el  Cascade  debería personificar. Es cálido, acogedor y, al mismo tiempo, rico y opulento. Desde fuera es un castillo. Por dentro tiene que ser un abrazo. Cuando los huéspedes estén aquí tienen que estar empapados de belleza.

—Por favor —dijo con desdén.

Las  palabras  bonitas  no  mantenían  abierto  un  hotel  de  cuatro  estrellas.  Las  palabras bonitas no lo mantendrían en su línea.

—Estás preocupada por el dinero. Y los detalles.

—Bingo.

Pedro volvió a comer crema.

—Voy  a  decirte  una  cosa,  Paula.  Voy  a  empezar  a  tomar  algunas  notas.  Incluso  puedo empezar a hacer algunos números preliminares... sólo por tí.

—Qué amable —no trató de disimular el sarcasmo.

—¿Paula? —ella  lo  miró  alzando  una  ceja—.  ¿Por  qué  estás  tan  decidida  a  desagradarme?

Ella apartó la mirada. No   era   que   quisiera   gustarle   o   desagradarle.   Era   más   una   cuestión   de   autoprotección.  No  le  gustaban  los  cambios,  no  funcionaba  bien  con  los  cambios.  Y  eso  era  lo  que  significaba  Pedro.  Había  trabajado  muy  duro  para  estar  donde  estaba,  para sentirse cómoda, establecida y segura. Y él estaba ahí tan tranquilo, con su ropa cara y su sonrisa atractiva y quería cambiarlo todo. Y con unos métodos que para ella no tenían sentido.

—No  tiene  nada  que  ver  con  gustar  o  desagradar,  Pedro.  Está  relacionado  con  los cambios. Vas a cambiar algo más que el nombre. Vas a cambiar cosas que algunos hemos  trabajado  mucho  para  mantener.  He  invertido  mucho  tiempo  y  energía  en  este  hotel  y  quizá  tenga  la  sensación  de  que  me  están  barriendo  sin  ninguna  consideración. Además, los de aquí nos quedaremos después de que tú te hayas ido. Cuando  lo  hayas  hecho,  podrás  lavarte  las  manos  y  seremos  nosotros  quienes  nos  enfrentemos a lo que venga detrás.

Pedro había  aparecido  como  un  tornado  y  detrás  de  él  ¿Cuánta  destrucción  dejaría?

Pedro se inclinó hacia delante y se agarró las manos encima del mantel.

—Eso lo comprendo, de verdad que sí. Pero ahí es donde tienes que confiar en mí.  Eso  es  lo  que  hago,  Paula.  Es  lo  que  mi  familia  lleva  décadas  haciendo.  Conozco  mi trabajo y soy bueno en él. Si no lo fuera, Alfonso no tendría el éxito que tiene. No voy a prescindir de ti ni del resto del personal al mismo tiempo que de la moqueta vieja. Te lo prometo.

Quería  creerlo.  Desesperadamente.  Pero  la  confianza  era  una  mercancía  muy  escasa.

—También  tienes  que  considerar  cómo  nos  afectará  esto  financieramente.  Esa  realidad no se puede ignorar —«no se me puede ignorar», pensó, pero no dijo nada.

—La   realidad   está   sobrevalorada.   Lo   que   nosotros   vendemos   es   una   experiencia,  un  escape,  una  fantasía  —se  inclinó  más  hacia  delante  y  la  miró  a  los ojos—. ¿Cuándo fue la última vez que te entregaste a una fantasía, Paula?

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