jueves, 10 de mayo de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 42

—No,  cariño.  No  quiero  tener  hijos  propios  y  tampoco  hijos  de  otra  persona.  Sólo te quiero a tí. ¿Lo entiendes?

Ella tuvo que parpadear varias veces para controlar las lágrimas.

—Yo había perdido la esperanza de encontrar a alguien, pero quiero tener hijos, Pedro. Y tú serías un padre maravilloso...

—Paula, por favor...

—Es  mejor  que  no  hablemos  de  eso  ahora.  Tienes  mucho  que  celebrar  durante  los próximos días, con tu familia...

—¿Mi familia? ¿Te refieres a Caro o a mi madre y su nuevo marido? Porque no estarás hablando de mi padre.

—Tu hermana lo ha perdonado y yo la admiro por ello.

Pedro se pasó una mano por la cara.

—Ella lo quería mucho cuando era pequeña.

—¿Y tú?

—Yo lo idolatraba, pero mi padre me defraudó. Y no, no puedo perdonarlo, lo siento.

Había tanto dolor en su voz, tanta amargura...

—Deberías intentarlo.

—¿Para qué? Mi padre no es un buen ejemplo para nadie, al contrario.

—Habla con él cara a cara. Yo puedo ayudarte si quieres.

—Gracias, pero no.

 De  repente,  fue  como  si  un  viento  helado  se  interpusiera  entre  los  dos  y  Paula dió un paso atrás.

—Caro los necesita a los dos en su vida.

—A él no lo necesita, es una invención... una mentira.

—Yo  tardé  diez  años  en  perdonar  a  mis  padres  por  haber  muerto  en  ese  estúpido accidente, dejándome sola en el mundo. Tus padres están vivos, Pedro, y te quieren.  Yo  creo  que  eso  es  algo  que  deberías  celebrar.  ¿Qué  hay  de  malo  en  tener  una familia, en darle un hogar a un niño que está solo? ¿No te das cuenta de que eso es  parte  de  mi  sueño?  —Paula se  daba  cuenta  de  que  nada  de  lo  que  dijera  lo  haría  cambiar de opinión—. Pero no te preocupes, mañana en la boda me portaré como si no pasara nada. Es lo mínimo que puedo hacer por Caro.

—Paula...

—Es mejor dejarlo así. Tú tienes tu vida a miles de kilómetros de Londres y... si me quieres de verdad, déjame ir. Es lo mejor para los dos.

Cuando  se  dió  la  vuelta,  Pedro tuvo  que  contenerse  para  no  ir  tras  ella.  Pero  la  quería lo suficiente como para dejarla marchar.



Un sonido estridente la sobresaltó mientras caminaba por el pavimento con sus zapatos de seda verde. Yendo a ningún sitio. Su  móvil.  Seguramente  sería  Carolina para  comprobar  que  tenía  la  dirección  del  restaurante. Pedro no se atrevería a llamarla, eso seguro. Pero no pasaba nada, estaba bien. Podía hablar por teléfono con una amiga, pero cuando sacó el móvil del bolso, comprobó que no era Carolina, sino Laura.

—Laura, ¿Qué ocurre?

En cuanto oyó los sollozos al otro lado de la línea, se olvidó de todo lo demás. La chica estaba histérica y no podía entender nada de lo que decía.

—Tranquila, dime qué te pasa. ¿Dónde estás?

—Mi madre se ha caído y he llamado a una ambulancia. Por favor, ven, Paula, te necesito.

Eran casi las once cuando Paula volvió a la pastelería. La madre de Laura estaba bien, afortunadamente. Tenía cardenales en los brazos y en la cara y estaba asustada, pero no se había roto ningún hueso y el médico había dicho que no era necesario ingresarla en el hospital. Había  sido  un  final  agotador  para  un  día  agotador  y  lo  único  que  deseaba  era  irse a la cama y olvidarse de todo.Pero en cuanto abrió la puerta de atrás oyó un ruido extraño... como si cayera agua  del  techo.  Encendió  la  luz  y  tuvo  que  llevarse  una  mano  al  corazón:  el  horno de la pastelería estaba inundado y trozos de escayola flotaban sobre el agua. Apagó la luz inmediatamente y buscó a tientas la linterna que solía dejar cerca de  la  puerta.  Pero  cuando  subió  a  su  apartamento,  de  donde  caía  el  agua,  dejó  escapar un grito de angustia porque allí era aún peor. En su dormitorio y el cuarto de baño  había  al  menos  quince  centímetros  de  agua,  las  baldosas  flotaban  como  absurdas lanchas de un lado a otro. Mientras  cerraba  el  grifo,  comprobó  que  la  ducha  se  había  atascado porque  una  toalla  estaba  tapando  el  desagüe.  En  el  agua  flotaba  una  caja  de  tinte  para el pelo... Laura debía  de  estar  tiñéndose  el  pelo  cuando  recibió  la  llamada  urgente  de  su  madre.Cerrando los ojos, intentó contener su rabia. Oh, Laura. Tenía que cerrar la llave del agua, cortar la luz y llamar a un fontanero. Pero el único  hombre  que  podía  ayudarla  seguramente  estaría  furioso  con  ella...  porque  lo  había dejado plantado después de que le ofreciera hacer realidad sus sueños.

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