jueves, 24 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 15

—Oh, Paula, ¿Estás celosa?

—Difícilmente —dijo  con  tanto  desprecio  que  pensó  que  tendría  que  creerla.  ¿Por qué demonios iba a estar celosa?—. Confía en mí, Pedro, no tengo ningún deseo de ser una muesca en la pata de tu cama.

La sonrisa de Pedro se esfumó.

—Eso  está  bastante  claro.  Y  déjame  a  mí  ser  claro  también:  si  tienes  algún  problema  con  algo  de  lo  que  ocurre  aquí,  tienes  que  hablarlo.  Mi  formación  no  incluye la lectura de pensamientos.

Pero  ella  no  estaba  acostumbrada  a  hablar.  Estaba  acostumbrada  al  orden  y  la  rutina.  Había  llegado  donde  estaba  por  hacer  bien  su  trabajo,  no  por  pasar  por  encima  de  la  gente.  Sabía  lo  que  pasaba  cuando  se  movía  el  barco.  Despacio,  en  el  silencio, sintió que la rabia se disipaba.

—No me gusta discutir.

—A mí me encanta —sonrió y le brillaron los ojos.

Ella lo miró. ¿Le encantaba? Ella tenía un nudo en el estómago sólo de pensarlo y él decía que le gustaba.

—¿Cómo puedes decir eso?

—¿No te sientes mejor?

 —No te entiendo.

Él se puso de pie y se apoyó en la mesa.

—Tener una discusión abierta y sincera es mucho mejor que mantener dentro la frustración y el resentimiento. Limpia el aire. Es refrescante. Saludable.

—Lo siento, no capto el concepto de la confrontación saludable. Para mí no hay nada  saludable  en  gritarse,  en  insultarse.  Al  final  alguien  siempre  acaba  herido  porque una persona no sabe parar —dijo sin mirarlo, porque no podía ver sus ojos, y esperó el temblor que la sacudía cada vez que pensaba en Fernando.

Sabía que estaba fuera, libre en algún sitio. Algo  hizo  clic  en  la  cabeza  de  Pedro.  El  germen  de  una  idea  que  de  pronto  fue  tan  clara  que  pensó  cómo  no  se  le  había  ocurrido  antes.  Quizá  porque  había  estado  tan concentrado en su trabajo que no le había dado prioridad a eso. Ella había sufrido. Alguien le había hecho daño y tenía miedo.Tenía sentido. No se había dado cuenta de las señales, pero en ese momento las veía. Su aversión al contacto, a la discusión. Cómo se había puesto en el ático, cómo estaba de pie en ese momento al lado de la puerta, lista para huir. Cómo no lo miraba a los ojos y mantenía la distancia. En su familia discutir era algo que se hacía siempre apasionadamente,  lo  mismo  que  amar.  Una  cosa  no  negaba  la  otra.  No  podría  vivir  con  su  padre  y  su  hermana  sin  discutir,  era  parte  de  lo  que  eran.  Pero  también  se  querían  Por  mucho  que  le  enfureciera  el  control  de  su  padre  en  Alfonso,  no  dejaba  de  quererlo. Era el cariño lo que les había hecho sentirse seguros. Podía ver en Paula que alguien le había enseñado justo lo contrario. Alguien le había enseñado que el amor hacía daño. Pero no podía abordar el tema. Apenas se conocían. Era su jefe y sería meterse en  un  terreno  muy  personal,  pero  no  podía  evitar  preguntarse  qué  o  quién  le  había  hecho tener tanto miedo. Lo último que quería era que tuviera miedo de él.

—Paula,  lo  siento.   Realmente  ha tenido que  molestarte.   Los dos hemos  soportado mucho estrés —decidió que un poco de introspección no iría mal para que ella    se    sintiera    mejor.    Sonrió—.    Soy   italiano.    En  mi  familia  discutimos  apasionadamente,   tanto   como   nos   queremos   apasionadamente.   Sabemos   que   siempre  estaremos  ahí  para  cuando  se  nos  necesite,  no  importa  lo  mucho  que  disintamos. No se me había ocurrido que no todo el mundo es igual.

Se  lo  quedó  mirando  atrapada  un  instante.  Lo  mismo  que  el  día  del  ático,  sus ojos  brillaban  como  un  amanecer  y  vió  que  en  ella  había  mucho  más  de  lo  que  imaginaba.  Podía  ver  el  dolor.  El  dolor  que  ella  pensaba  que  mantenía  oculto  en  su  interior  tras  un  muro  que  había  levantado  para  esconderlo.  Había  visto  antes  esa  clase  de  dolor.  En  los  ojos  de  su  padre  y  en  los  de  su  hermana  Carolina.  Era,  se  dió  cuenta,  el  aspecto  que  tenía  la  pérdida  de  la  esperanza.  Por  mucho  que  se  había  esforzado, nunca había conseguido quitárselo de los ojos por completo.

—Lo siento —volvió a decir.

—Y yo antes he perdido los papeles y te debo una disculpa —dijo ella en tono suave.

—Aceptada.

No podían pasarse todo el tiempo enfrentados. No sería bueno para el hotel, ni para el personal, ni siquiera para ellos. Pensó en un almuerzo de paz.

—Hace  un  día  precioso  y,  por  lo  que  he  oído,  uno  de  los  últimos.  Déjame  tentarte con un almuerzo ahora que hemos aclarado las cosas.

—No creo que sea buena idea.

Movió la mano hacia ella, pero de inmediato la retiró, recordó su aversión a que la tocasen.

—Te estoy ofreciendo una tregua, Paula. Me gustaría que fuésemos amigos. Me gustaría que te sintieras lo bastante cómoda conmigo como para expresar libremente cualquier opinión. Conoces la zona. Conoces al personal mejor que yo. Eres un activo importante  en  el  Cascade,  Paula,  y  no  será  bueno  para  nadie  si  no  somos  capaces  de  trabajar    juntos. No podemos  tener  más  discusiones  como   la de  hoy,  es  contraproducente.

—Pedro, aprecio el gesto, pero tengo un montón de llamadas que hacer, por no mencionar  dirigir  el  hotel.  Estamos  sometidos  a  demasiados  cambios  y  tengo  que  ajustarlo todo.

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