martes, 29 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 17

Pasaron  unos  pocos  minutos  antes  de  que  el  coche  se  detuviera  frente  a  una  casita  de  piedra  en  la  ladera  de  una  colina,  rodeada  de  píceas  y  arbustos.  Eduardo le  abrió la puerta y salió.

—¿Sería mucho pedir que nos esperases?

—Usted es la jefa, señorita Chaves.

Paula sonrió.  Se  alegraba  de  que  Pedro lo  hubiese  elegido  a  él  como  chófer.  Eduardo era uno de los pocos hombres con quien se sentía cómoda.

—Puedes bajarte, Pedro. Iremos caminando desde aquí.

Recorrió el sendero empedrado que conducía a su casa mientras Pedro sacaba la cesta  del  coche.  En  cuanto  llegó  a  la  barandilla  empezaron  los  ladridos  y  sonrió.  Abrió la puerta y gritó:

—¡Soy yo! —y fue recibida por lametazos de alegría. Bobby, su compañero, su protector, su único amor incondicional.

—¿Quieres ir de paseo, chico?

Entonces el perro vió a Luca al final del sendero y salió por la puerta.

—¡Bobby! —gritó ella.

Por  una  vez  el  perro  ignoró  su  orden  y  corrió  hacia  Pedro,  a  quien  le  apoyó  las  patas en el pecho. Pedro acarició las rubias orejas del animal.

—Eres  precioso  —dijo  al  perro  y  después  añadió  dirigiéndose  a  Paula—:  ¡No  sabía que tenías un perro!

Al menos, no se había enfadado. Aunque la mortificaba un poco que el perro lo hubiera recibido tan bien.

—Bobby,  vamos  —el  labrador  corrió  hasta  el  porche—.  Échate  —el  perro  se  tumbó a sus pies.

—Si está así de bien enseñado, sólo puedo pensar que le has susurrado algo al oído y por eso ha salido corriendo hacia mí —dijo Pedro en tono de broma.

—Lo siento por tu suéter.

—Ni   siquiera   lo   ha   ensuciado.   Además,   ¿Para  qué  está   el   servicio   de   lavandería?

—Bobby,  quieto  —dejó  al  perro  en  el  porche  y  abrió  la  puerta  mosquitera—. Un momento.

—Así que a él es a quien querías que conociera.

—Sí.  Si  vamos  a  comer  fuera,  creo  que  será  un  buen  momento  para  dejarlo  correr. Es muy bueno. Se queda aquí y me espera todo el día —le acarició la cabeza—. Será una maravilla para él poder salir a mediodía.

—¿No lo dejas en el jardín?

—Sé  que  parece  cruel  —lo  miró—,  dejarlo  todo  el  día  encerrado.  Seguramente  podría  dejarlo  fuera,  pero  no  me  fío  de  los  osos  —apoyó  la  frente  en  el  cuello  de  Bobby—. No sé qué haría si algo le sucediera.

También  era  una  cierta  protección  para  ella.  Nada  le  haría  daño  mientras  Tommy estuviese cerca. Era grande y era fiel.

—Bueno, te espero —Pedro se sentó en una silla y dejó la cesta en el suelo para acariciar al perro.

Paula fue  a  su  dormitorio  y  se  puso  unos  vaqueros  y  un  suéter.  Le  pareció  extrañamente íntimo cambiarse de ropa sabiendo que Pedro estaba tan cerca. Aquello casi parecía una cita. Se sentó en la cama. No, era una comida de trabajo, eso era todo. Un descanso de la locura en que se había convertido el Cascade. Una tregua, eso era lo que había dicho él, ¿No? Que quería que fueran amigos. Se sentía dividida. Quería amigos, pero aún la idea de estar cerca de la gente la asustaba. Deseaba que fuera distinto. Poder dejar atrás el pasado. Poder olvidarse del dolor y del miedo y tener una vida normal. En lugar de eso, sentía un nudo en el estómago sólo de pensar en comer con su jefe. No  estaba  preparada  para  la  sensación  de  vacío  en  el  vientre  cuando  él  había entrado en la casa. Había pasado tanto tiempo sola, centrada en reconstruir su vida  que  para  ella  era  una  experiencia  nueva.  Llevarlo  allí  no  había  sido  un  accidente.  Saber  que  Bobby estaba  con  ellos,  entre  ellos,  ayudaría.  No  podía  estar  sola.  Y  quizá  con  ese  almuerzo,  llegaran  a  un  nivel  de  trato  aceptable.  Quizá  pudieran pactar cómo se iba a tratar las siguientes semanas. En eso él tenía razón.

—¿Paula? ¿Estás bien?Se  sorprendió  por  el  sonido  de  su  voz.  Había  estado  soñando  despierta  unos  minutos y lo había dejado en el porche.

—¡Ya voy! —gritó levantándose.

Aquello  no  era  más  que  una  comida.  Era  ella  la  que  estaba  sacando  todo  de  quicio. Volvió al porche.

—Venga. Bobby, vamos.

El perro le pisaba los talones mientras Pedro llevaba la cesta y el Cadillac negro esperaba al pie de la colina.Lo llevó por un sendero desde el que siempre se veía su casita. Cuando llegaron a la cima de la colina, se detuvo, se agachó por un palo y se lo lanzó a Bobby, que corrió por él. Desde allí se podía ver todo el valle. Su casa y el coche debajo de ella.

—¿Aquí está bien?

Pedro dejó la cesta en el suelo y sacó de ella una manta.

—Perfecto.

Paula se sentó en la manta y volvió a lanzarle el palo al perro.

—No tendremos muchos más días así —murmuró ella sintiendo el calor del sol en el rostro—. Incluso éste me sorprende.

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