miércoles, 16 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 2

Sintió  que  los  nervios  le  hacían  un  nudo  en  el  estómago  y  no  supo  cómo  continuar.  Debía  de  pensar  que  era  una  provinciana  y  que  no  alcanzaba  el  nivel  de  los directores del grupo Alfonso. Paula se  volvió  hacia  la  barra  y  puso  la  mano  sobre  la  cafetera.  No  importaba.  Ése era su trabajo y quería conservarlo. Lo deseaba más que nada en el mundo.

—¿Café, señor Alfonso?

Alzó la vista cuando él permaneció en silencio y sus ojos se encontraron.

Le tembló la mano al sostener la cafetera. La estaba mirando fijamente y sintió que la tensión le oprimía el pecho. Se dijo que eso le ocurría porque era su jefe y eso la  desasosegaba.  No  era  culpa  suya  que  fuera  tan  guapo.  Tampoco  que  sus  ojos  fueran  del  color  del  toffee,   sólo  un  poco  más  oscuros  que  su  cabello.  No  era  responsable de los perfectos labios, ni de cómo hablaba, con una perfecta entonación y  sólo  con  un  ligero  acento  italiano.  Seguramente  tenía  mucho  más  magnetismo  del  que  exhibía  en  las  fotografías  de  las  revistas  que  guardaba  en  su  estantería.  Podía  imaginárselo consiguiendo todo lo que quería sólo con su aspecto y calidez. Pero no allí, no con ella. Había cosas importantes en juego.

—Llámame Pedro, por favor —respondió finalmente.

Se  obligó  a  servir  el  café  mientras  la  camarera  volvía  con  una  cesta  de  bollería  caliente.

—Pedro entonces.

—¿No vas a decirme tu nombre?

—Eres  el  dueño  del  hotel  —lo  miró  decidida  a  no  dejarse  amilanar—.  ¿De  verdad no lo sabes?

Él se echó a reír de un modo que pareció sincero.

—Recuérdamelo, entonces.

Una sonrisa se dibujó en sus labios, no pudo evitarlo. Había esperado que fuera sofisticado, pero la verdad era que todo en él parecía natural. Desde la ropa hasta sus maneras relajadas, pasando por su risa fácil. No había nada fingido en Pedro Alfonso. Su encanto era innato y auténtico.Y  ahí  era  donde  estaba  el  peligro.  Según  sus  manuales,  encanto  era  igual  a  problemas, y ella no necesitaba problemas. De ninguna clase.

—Pau. Me llamo Pau.

—Oh, Pau, creo que me has dado el cambiazo.

—¿Cambiazo? —se echó azúcar en el café—. ¿Cómo?

—Porque sé que tu nombre es Paula.

Apretó  la  cucharilla  con  fuerza.  Prefería  Pau.  Había  sido  Pau desde  que  se  había  mudado  a  Banff  tres  años  antes.  Nada  de  Paula.  Paula había  sido  asustadiza, obediente y anónima. No había sido una persona.

—Prefiero  Pau.  O  puedes  seguir  llamándome  señorita  Chaves—replicó  sin  intentar mantener la frialdad en la voz.

—Paula es un precioso nombre italiano. Significa «amada».

—Sé lo que significa.

—También era el nombre de mi abuela —siguió impertérrito.

Paula tragó  demasiado  deprisa  el  café  y  le  quemó  mientras  pasaba  por  la  garganta.  El  nombre  de  su  abuela  no  le  importaba  en  ese  momento.  Ella  era  Pau,  directora  de  un  hotel  de  cuatro  estrellas,  que  había  tenido  que  dejar  tras  de  sí  demasiado  dolor  para  llegar  donde  estaba.  Paula le  recordaba  cosas  que  prefería  olvidar.  ¿Cuántas  veces  le  había  hablado  su  madre  de  la  así  llamada  familia  de  su  padre?  La  familia  que  no  había  conocido.  Una  familia  que  jamás  conocería.  Una  delas grietas de su infancia.

—Señor  Alfonso...  —al  ver  el  gesto  de  él,  se  corrigió  reacia—,  Pedro,  no  quiero  parecer  grosera,  pero  estás  aquí  como  representante  de  Alfonso Resorts para  evaluar  su  última  adquisición.  Mi  nombre  no  creo  que  sea  un  tema  trascendental.  Quizá  deberíamos empezar la visita.Luca comió un poco de bollo y consideró cómo responder. La directora era del tipo puntilloso, pero bonita. Y él siempre disfrutaba de un reto.

—¿Y  perderme  esta  soberbia  mezcla  de  cafés?  Creo  que  no.  En  su  momento  seguiremos con el resto —bebió un sorbo de café y la observó pensativo.

Tenía el cabello oscuro recogido en un sencillo pero elegante moño, ni un pelo fuera de su sitio. Largas piernas que ocultaba bajo una conservadora falda marinera a juego con una chaqueta igual de austera. Incluso sus zapatos... Dio mío, sus zapatos eran  unos  náuticos  planos  y  sin  adornos.  Todo  en  ella  decía:  «Mantente  alejado».  Hasta que la miró a los ojos. Eran asombrosos, sin nada de la frialdad de su atuendo. Eran de un azul grisáceo y ocultaban una atractiva vida llena de secretos.

—Paula... —dijo en tono suave disfrutando del modo en que ella lo miró.

Aquello  era  más  que  un  reto.  Era  pura  curiosidad,  algo  infrecuente  en  él,  pero  había algo en los ojos de Paula que lo atraía. Un misterio que exigía ser resuelto.

—Pau—corrigió ella fríamente.

Frunció  el  ceño.  Normalmente  ese  tono  suave  funcionaba  con  las  mujeres.  Había en ella algo más que gélido orden y zapatos prácticos, podía sentirlo. Mientras sus  ojos  lo  miraban  con  fuego  rechazando  permitirle  utilizar  su  nombre  completo,  supo que esa vez su encanto iba a fallarle. Lo que provocó una urgencia incontenible de reír, además de un generoso respeto.¿Quién iba a pensar que un viaje a Canadá podía resultar tan intrigante? Sufría  un  deseo  incontenible  de  pasarle  los  dedos  por  las  mejillas.  Incluso  sentada  en  una  banqueta  estaba  unos  cuantos  centímetros  por  debajo  de  su  rostro.  Pequeña  y  femenina.  ¿Qué  haría  ella  si  intentaba  algo  semejante?  ¿Ruborizarse?  No  lo creía. Algunas de las mujeres que conocía lo abofetearían con pasión, pero no creía que Paula fuera de esa clase.

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