—¿Señorita Chaves? Ha llegado el señor Alfonso.
—Gracias, Carla. Hazlo entrar.
Paula se pasó una mano por el pelo tratando con todas sus fuerzas de estar presentable ante un hombre que no conocía. Pedro Alfonso, hijo dorado del imperio Alfonso Resorts. Rico, poderoso y, según la búsqueda que había hecho por internet, un poco playboy. Justo lo que ella, y el hotel, no necesitaban.Distinguió el sonido de su voz, suave y cálida, que le llegaba desde la recepción. Ese sonido le provocó un nudo en el estómago. Carla lo haría pasar en cualquier momento. Quizá debería salir a recibirlo. Sí, seguramente eso sería lo más profesional que podía hacer. Pero sus pies no la obedecían. En lugar de eso miró a los dos lados de la oficina como si la viera por primera vez. Su nueva oficina. Aún no podía evitar sentirse un poco fuera de lugar. Lo que Alfonso tenía que ver era a una mujer segura en su nuevo puesto. Aunque no lo estuviera, tenía que dar esa impresión. Se aseguró de que todo estuviera en su sitio. Todo tenía que ser perfecto. Lo único que revelaba que había estado allí esa mañana era una taza medio llena de té frío con una marca de lápiz de labios en forma de media luna sobre la cerámica de color crema. Paula inspiró hondo y después dejó salir el aire lentamente, tratando de relajar los hombros. Acumulaba toda la tensión ahí. Los bajó e intentó esbozar una sonrisa. Tenía que demostrarle que estaba al día en su trabajo... trabajo que tenía desde hacía dos semanas y tres días.Un segundo después volvió Carla y, con un gesto de la mano, hizo pasar a Pedro al despacho. Los ensayos para saludarlo que había hecho Paula desaparecieron de su cabeza.
—Señor Alfonso.
Las fotografías no le hacían justicia, pensó mientras sentía un golpe sordo en el corazón. Era más alto de lo que parecía en las fotografías. Llevaba un traje, pero de un modo tan informal que no estaba segura de poder llamarlo traje. Pantalones y zapatos negros y una camisa blanca, abierta en el cuello, con una chaqueta negra abierta de modo descuidado. El cuello abierto de la camisa dejaba ver un fragmento de piel bronceada y pudo ver una mano en el bolsillo del pantalón antes de mirarlo al rostro.Había sido descubierta observándolo. El brillo que vió en sus ojos se lo dijo y la sonrisa se lo confirmó. Se ruborizó y apartó la vista.
—La señorita Chaves, actual directora, supongo.
Ella se humedeció los labios y sonrió tratando de ignorar el sonido de esa voz. Le tendió la mano.
—Sí, bienvenido al Bow Valley Inn.
—Se refiere al Alfonso Cascade.
Paula se quedó helada. Por supuesto. Había recibido el informe sobre el cambio de nombre y lo había olvidado por los nervios. Miró la boca de Luca. Sonreía, al menos no se había enfadado.Retiró la mano de la de él manteniendo la sonrisa amable.
—Sí, por supuesto. Viejos hábitos —hizo un gesto en dirección a unos asientos—. Pase y siéntese. Le pediré a Carla que nos traiga algo para beber.
—¿Por qué no vamos al salón mejor? —alzó una ceja—. He pasado por uno cuando salía del vestíbulo. Me permitirá ver cómo es el hotel. Además, será mucho más íntimo, ¿No cree?
La mano de Paula se quedó paralizada sobre el teléfono. Eso no era lo que había planeado. Se le aceleró el pulso por la palabra «íntimo». Había pensado en un café y la famosa bollería del chef seguidos de una breve presentación sobre lo que consideraba los mejores aspectos del hotel y después las propuestas de cambio. Había pasado horas preparándolo para que fuera impecable y con una distancia importante entre ambos.
—¿Hay algún problema, señorita Chaves?
—No, en absoluto —apretó los labios y después volvió a sonreír—. Un café en el Athabasca será perfecto —sólo tenía que recordar lo que había puesto en el informe.
—Estoy deseoso de escuchar sus ideas. Quizá podría enseñarme las instalaciones después —se apartó a un lado para dejarla pasar.
Paula volvió a respirar hondo y a bajar los hombros. Podía hacerlo. No estaba acostumbrada a esas situaciones, pero podía hacerlo. Sólo tenía que ignorar su reputación.El salón estaba prácticamente vacío a las diez de la mañana. Sólo otras dos parejas se sentaban en sendas mesas con sus tazas enfrascadas en una tranquila charla. Paula pasó de la barra principal, se dirigió a una más pequeña en un rincón y se sentó en un sitio donde se aseguraba de que él estuviera a unos cuantos centímetros. Pedro se sentó a su lado y el aroma de su cara colonia le llegó a la nariz. Ese hombre era alguien completamente ajeno a su mundo, no había duda.
—Esta podría ser mi vista favorita del hotel —empezó concentrándose en el trabajo. Desde donde estaban podía verse la fachada del hotel sobre el valle y el azul turquesa del río Bow que brillaba como una serpiente entre el bosque otoñal.
—Nuestro café es de calidad superior, lo importamos de...
—La vista es espectacular —la interrumpió y ella se dió cuenta de que no estaba admirando la vista, sino a ella.
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