Paula se merecía algo mejor. Mucho mejor. Pedro se pasó una mano por la cara. Tal vez Carolina tuviera razón. Tal vez tenía derecho a invitar a quien le diese la gana a su boda. En cualquier caso, él iba a tener que ver a su padre y tendría que ser amable con él. Sólo había un problema. La segunda vez que había hablado con su padre en todo ese tiempo fue tres años antes, cuando Horacio tuvo el valor de ir a las oficinas de Haywood y Alfonso y pedirle trabajo... y un poco de dinero en efectivo para empezar de nuevo. No había conseguido el trabajo, pero sí el dinero. Carolina no sabía que le había dado dinero a su padre para alejarlo de ella. Para que los dejase en paz. Bueno, pues eso estaba a punto de cambiar. Porque si Horacio contaba la verdad por una vez, estaba seguro de que Carolina lo vería de otra manera. O tal vez no. Tal vez hubiera cometido el mayor error de su vida.
—¿Puedo usar el cuarto de baño antes de irme, Paula? —Laura asomó la cabeza en su habitación—. Ah, qué guapa estás. ¡Qué vestido tan bonito!
—Gracias —sonrió ella—. Y claro que puedes usar el baño. ¿Te importa cerrar cuando te marches? Me apetece ir a dar un paseo antes de la cena.
—¿Estás bien? Pareces preocupada.
Sonriendo, Paula se puso el bolero.
—Estoy cansada y deseando que termine esta boda y las cosas vuelvan a la normalidad. ¿Qué vas a hacer esta noche?
—Relajarme. Una amiga de mi madre se queda a dormir con ella, así que tengo la noche libre —sonrió Laura, tocando un mechón de su pelo castaño—. ¿Podría quedarme a dormir aquí? Había pensado en teñirme el pelo. Este color es tan aburrido...
—Claro que puedes. Y yo veré el resultado esta noche, cuando vuelva de la cena. Que lo pases bien.
Tenía que salir de allí, pensaba, alejarse del caos organizado de la pastelería, del teléfono, del ordenador, de los pedidos y de las visitas inesperadas, como Carolina, que podían soltar una inesperada bomba. Y sólo había un sitio donde sabía que podría estar sola y en paz a esa hora de la tarde un viernes. Un sitio donde nadie podría encontrarla. Paula cruzó la calle y se dirigió a toda prisa a la calle Haywood. Con un poco de suerte, la verja de cierto edificio estaría abierta... y si no, la saltaría. Con vestido de Chanel o sin vestido. Entonces y sólo entonces decidiría si quería cenar con la familia Alfonso.Veinticuatro de junio, siete de la tarde, el segundo aniversario. Cuando llegó al restaurante, los obreros se habían marchado dejando el camino despejado. Como esperaba, la verja estaba abierta y, sin pensarlo dos veces, entró en el jardín donde había pasado unos preciosos minutos con Pedro unos días antes. Su propio paraíso. Mientras durase.
—¿Qué dijo Paula exactamente?
Carolina, que estaba buscando algo en su enorme bolso, se encogió de hombros.
—Que te diera las gracias de su parte, pero que prefería ir sola al restaurante. ¿Algún problema, cariño? Sabes que te salen arrugas si frunces el ceño así, ¿No?
—¡La pobre chica seguro que tendrá que estar trabajando hasta última hora para hacer tu tarta! Espero que estés contenta.
—No, no era por eso, creo que quería dar un paseo o algo así. No le hizo ninguna gracia saber que Javier Brooks estaba interesado en el restaurante de la calle Haywood y sospecho que dentro de un rato recibiremos una llamada. No creo que vaya a venir y lo comprendo.
—¿Le has dicho que Brooks está interesado?
—Le he explicado que estaba interesado en el sitio, pero que aún no se ha firmado nada. Paula sabe que éste es nuestro negocio, Pedro. Además, fui a decírselo en persona por si acaso alguien lo mencionaba esta noche. No quería que se llevase un disgusto durante la cena.
—Pues has elegido un momento perfecto —suspiró Pedro—. ¿No podías haber esperado hasta el lunes?
—Deja de protestar. Fui a desearle feliz cumpleaños y...
—¿Hoy es el cumpleaños de Paula? ¿Hay algo más que no me hayas contado? —protestó su hermano, furioso.
—No, hoy no es su cumpleaños de verdad —Carolina tragó saliva—. Pau recibió un disparo hoy hace exactamente dos años y desde entonces la felicito porque fue una suerte que no perdiera la vida y... ¿Dónde vas, Pedro? ¡Son casi las ocho!
Menudo día, pensó mientras su hermano salía corriendo.Pero, con un poco de suerte, estaría demasiado preocupado por Paula como para arruinar la cena cuando viera a su padre.
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