—Sabes que me gusta. ¿Además con quién si no voy a bailar? Hace meses que no nos vemos y este viaje va a ser realmente rápido.
Paula miró a Pedro y en su rostro se dibujó una sonrisa reacia al ver su necia expresión. Había sonreído más ese día de lo que podía recordar en mucho tiempo. Ver a Pedro sometido a su hermana era divertido. Se había acostumbrado tanto a verlo dar órdenes que estaba encantada de que supiera satisfacer a su hermana.
—Ah, la culpabilidad familiar —bromeó Paula—. Da lo mismo la nacionalidad.
—Oh, los italianos somos especialmente versados en eso —dijo Carolina—. Vamos, Pedro.
Paula los miró deseando tener la misma gracia natural que parecían poseer los Alfonso. Había insistido en que bailase con Carolina y era divertido verlos. Podía oír la risa de la hermana de Pedro. Era un hombre que podía encandilar. Como le había pasado a ella con la comida en el campo, la cena con Gina había parecido relajarlo. Eso lo hacía aún más atractivo. Se humedeció los labios. Ni en un millón de años habría esperado sentirse atraída físicamente por un hombre. Menos en ese momento, sabiendo que Fernando estaba fuera. Estaba segura de que su madre tenía que saber que estaba en libertad condicional, y por primera vez se preguntó qué estaría haciendo Alejandra, dónde estaría. Después del juicio ella se había marchado y no había vuelto a mirar atrás. No podía. Pero a pesar de los años de incomunicación entre ellas, estaba claro que su madre había tenido que enfrentarse a lo mismo que ella. Incluso a lo mejor más que ella. Por primera vez en mucho tiempo sintió lástima de su madre.
Sin aliento, Pedro y Carolina volvieron a la mesa. Ésta se sentó, pero Pedro se quedó mirando a Paula. Ella forzó una sonrisa, pero supo que era demasiado tarde.
—Pau, ¿Bailas? —le tendió una mano.
Paula se quedó mirando la mano. ¿Podría? La situación era inquietantemente parecida a sus cavilaciones anteriores a quedarse dormida en la limusina. Pero en ese momento se enfrentaba a la realidad. Tenía un nudo en el estómago. Se dio cuenta de que deseaba bailar, pero no confiaba en ser capaz de manejarlo. No cuando sólo pensar en Robert le hacía echarse a temblar. Lo último que quería era que la proximidad de su cuerpo hiciera saltar en ella el pánico. Por una vez no estaba segura de su reacción y dudó.
—Vamos, Pau, baila. Pedro es un buen bailarín —Carolina miró a su hermano con los ojos entornados—, pero si se atreve a repetirlo, lo negaré.
Paula respiró hondo y con cuidado puso su mano en la de él y se levantó de la silla.
—Supongo que podría bailar una vez.
La llevó a la pista. Sus tacones resonaban en el parqué. La rodeó con los brazos y ella se sintió como en un sueño. El Pedro del flirteo había desaparecido y su lugar lo ocupaba un caballero. Parecía saber cómo se sentía ella cuando la tocaban y mantenía una distancia educada. Aun así tenía una mano en su cintura y le agarraba la mano derecha.Estaba impresionante esa noche, con un traje negro, la corbata perfectamente anudada, el pelo hacia atrás. Una reminiscencia de los años dorados a los que quería devolver al hotel. La canción era lenta, la voz que la interpretaba, suave como elterciopelo.
—Relájate —le susurró él mientras empezaban a mover los pies.
A diferencia de cuando había bailado con Carolina, Pero no dijo ni una palabra. Paula tragó, cerró los ojos y se dejó llevar por la música. Sus cuerpos estaban un poco más cerca y el temblor del suyo no era por temor. Quizá sí, pensó, pero no temor por su seguridad. Miedo de él y de cómo le hacía sentir. Porque le estaba haciendo sentir cosas que nunca había querido sentir. Vulnerabilidad. Anhelo. Deseo de entregarle una parte de ella.Sus caderas se mecían con las de él y deseó apoyar la mejilla en la chaqueta. La mano de Pedro subió un poco por su espalda y notó su calor. Se sintió apreciada. El aire se le quedó en la garganta. Una vez se había sentido segura y había resultado estar muy equivocada. Por mucho que su corazón le decía que con Pedro estaba a salvo, no podía estar segura. No podía correr ese riesgo, no podría sobrevivir otra vez a algo así.Era muy bueno que fuera sólo una complicación a corto plazo.
—Vamos a dar un paseo —dijo Pedro cuando acabó música.
—Pero Caro...
—Caro se ha ido a la cama.
Su voz era cálida y sintió que se le erizaba el vello. Miró la mesa y vió que tenía razón. Estaba vacía. La tomó de la mano y la llevó hacia las puertas de terraza. Al salir fuera sintió el frío de la noche de otoño y lo agradeció. Le aclararía la cabeza. Aquello era una locura.La música enmudeció cuando Pedro cerró la puerta tras ellos. Paula se acercó a la barandilla, se apoyó en la balaustrada y miró el valle. La luna se reflejaba en el río.
—¿Por qué se ha ido Caro? Creía que lo estaba pasando bien.
—Creo que ha pensado que querríamos estar solos —dijo él con voz suave.
—Pedro, creo que esto no es una buena idea —respondió con voz estrangulada y temblorosa.
—Sé que no lo es.
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