jueves, 31 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 23

—Sabes que me gusta. ¿Además con quién si no voy a bailar? Hace meses que no nos vemos y este viaje va a ser realmente rápido.

Paula miró  a  Pedro y  en  su  rostro  se  dibujó  una  sonrisa  reacia  al  ver  su  necia  expresión.  Había  sonreído  más  ese  día  de  lo  que  podía  recordar  en  mucho  tiempo.  Ver  a  Pedro sometido  a  su  hermana  era  divertido.  Se  había  acostumbrado  tanto  a  verlo dar órdenes que estaba encantada de que supiera satisfacer a su hermana.

—Ah, la culpabilidad familiar —bromeó Paula—. Da lo mismo la nacionalidad.

—Oh, los italianos somos especialmente versados en eso —dijo Carolina—. Vamos, Pedro.

Paula los  miró  deseando  tener  la  misma  gracia  natural  que  parecían  poseer  los  Alfonso. Había insistido en que bailase con Carolina y era divertido verlos. Podía oír la risa de  la hermana de Pedro.  Era  un  hombre  que  podía  encandilar.  Como  le  había  pasado  a  ella  con  la  comida en el campo, la cena con Gina había parecido relajarlo. Eso lo hacía aún más atractivo. Se humedeció los labios. Ni en un millón de años habría esperado sentirse atraída  físicamente  por  un  hombre.  Menos  en  ese  momento,  sabiendo  que  Fernando  estaba fuera. Estaba   segura   de   que   su   madre   tenía   que   saber   que   estaba   en   libertad   condicional,  y  por  primera  vez  se  preguntó  qué  estaría  haciendo  Alejandra,  dónde  estaría. Después del juicio ella se había marchado y no había vuelto a mirar atrás. No podía.  Pero  a  pesar  de  los  años  de  incomunicación  entre  ellas,  estaba  claro  que  su  madre había tenido que enfrentarse a lo mismo que ella. Incluso a lo mejor más que ella. Por primera vez en mucho tiempo sintió lástima de su madre.

Sin aliento, Pedro  y Carolina volvieron a la mesa. Ésta se sentó, pero Pedro se quedó mirando a Paula. Ella forzó una sonrisa, pero supo que era demasiado tarde.

—Pau, ¿Bailas? —le tendió una mano.

Paula se  quedó  mirando  la  mano.  ¿Podría?  La  situación  era  inquietantemente  parecida a sus cavilaciones anteriores a quedarse dormida en la limusina. Pero en ese momento se enfrentaba a la realidad. Tenía un nudo en el estómago. Se dio cuenta de que  deseaba  bailar,  pero  no  confiaba  en  ser  capaz  de  manejarlo.  No  cuando  sólo  pensar  en  Robert  le  hacía  echarse  a  temblar.  Lo  último  que  quería  era  que  la  proximidad  de  su  cuerpo  hiciera  saltar  en  ella  el  pánico.  Por  una  vez  no  estaba  segura de su reacción y dudó.

—Vamos, Pau, baila. Pedro es un buen bailarín —Carolina miró a su hermano con los ojos entornados—, pero si se atreve a repetirlo, lo negaré.

Paula respiró hondo y con cuidado puso su mano en la de él y se levantó de la silla.

—Supongo que podría bailar una vez.

La llevó a la pista. Sus tacones resonaban en el parqué. La rodeó con los brazos y ella se sintió como en un sueño. El Pedro del flirteo había desaparecido y su lugar lo ocupaba un caballero. Parecía saber cómo se sentía ella cuando la tocaban y mantenía una distancia educada. Aun así tenía una mano en su cintura y le agarraba la mano derecha.Estaba  impresionante  esa  noche,  con  un  traje  negro,  la  corbata  perfectamente  anudada, el pelo hacia atrás. Una reminiscencia de los años dorados a los que quería devolver  al  hotel.  La  canción  era  lenta,  la  voz  que  la  interpretaba,  suave  como  elterciopelo.

—Relájate —le susurró él mientras empezaban a mover los pies.

A  diferencia  de  cuando  había  bailado  con  Carolina,  Pero no  dijo  ni  una  palabra.  Paula tragó, cerró los ojos y se dejó llevar por la música. Sus cuerpos estaban un poco más cerca y el temblor del suyo no era por temor. Quizá sí, pensó, pero no temor por su seguridad. Miedo de él y de cómo le hacía sentir. Porque le estaba haciendo sentir cosas que  nunca  había  querido  sentir.  Vulnerabilidad.  Anhelo.  Deseo  de  entregarle  una  parte de ella.Sus caderas se mecían con las de él y deseó apoyar la mejilla en la chaqueta. La mano de Pedro subió un poco por su espalda y notó su calor. Se sintió apreciada. El  aire  se  le  quedó  en  la  garganta.  Una  vez  se  había  sentido  segura  y  había  resultado  estar  muy  equivocada.  Por  mucho  que  su  corazón  le  decía  que  con  Pedro estaba  a  salvo,  no  podía  estar  segura.  No  podía  correr  ese  riesgo,  no  podría  sobrevivir otra vez a algo así.Era muy bueno que fuera sólo una complicación a corto plazo.

—Vamos a dar un paseo —dijo Pedro cuando acabó música.

—Pero Caro...

—Caro se ha ido a la cama.

Su voz era cálida y sintió que se le erizaba el vello. Miró la mesa y vió que tenía razón. Estaba vacía. La tomó de la mano y la llevó hacia las puertas de terraza. Al salir fuera sintió el frío  de  la  noche  de  otoño  y  lo  agradeció.  Le aclararía  la  cabeza.  Aquello  era  una  locura.La música enmudeció cuando Pedro cerró la puerta tras ellos. Paula  se acercó a la barandilla, se apoyó en la balaustrada y miró el valle. La luna se reflejaba en el río.

—¿Por qué se ha ido Caro? Creía que lo estaba pasando bien.

—Creo que ha pensado que querríamos estar solos —dijo él con voz suave.

—Pedro, creo que esto no es una buena idea —respondió con voz estrangulada y temblorosa.

—Sé que no lo es.

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