Una vez en la habitación, Pedro se acercó al mueble bar y abrió la puerta.
—¿Vino o brandy?
—Ninguna de las dos cosas —respondió ella sonriendo—. Me alegro de verte. Viajas demasiado y no te veo nunca.
Pedro la llevó al sofá y después se sentó en el brazo de un sillón que había al lado.
—¿Te ha mandado papá?
—Papá ha mandado la escultura que le pediste. Yo la he acompañado.
Pedro contuvo su enfado. No había visto a Carolina desde hacía mucho y no quería discutir.
—Y tú, supongo, tenías que venir a ver cómo quedaba.
—Cariño —sonrió—, es lo que se me da mejor. Sería una hermana terrible si no ayudara sólo un poquito con nuestra nueva adquisición.
—Pensaba que estabas ocupada con tu nueva adquisición —cruzó las piernas—. ¿Cómo está mi sobrina?
—Creciendo. Y su hermano va a hacer que me salgan canas.
—Bien, te lo mereces.
—Te he echado de menos —dijo entre risas.
—Y yo a tí, pero tienes a Rafael y a los niños. No hacía falta que vinieras.
—Aún tengo interés en Alfonso, Pedro. Papá me mandó con la escultura y para ver si necesitabas un par de ojos más. Y recursos.
—Tienes que estar con tu familia.
—He dejado a los niños con Carmela, la niñera, en casa de papá. Viajar con dos niños pequeños... —sacudió la cabeza—. Serán unas vacaciones para ellos, con Carmela para ponerles límites y papá para malcriarlos.
—¿Y Rafael?
—En Zúrich, echando un vistazo a un nuevo proyecto. Regresará en unos días y Carmela y los niños volverán a nuestra casa. Te preocupas demasiado, Pedro.
Pedro sonrió. Carolina trataba de ser la excepción. Insistía en que Rfael y ella eran felices y tenían dos hermosos hijos. Aunque él siempre tenía la sensación de que Rafael no era lo bastante bueno para ella. Le costaba pensar que aquello duraría. No podía evitar pensar que a su hermana al final también le romperían el corazón. Lo mismo que a su padre.Quizá fuera sobreprotector. Carolina bostezó y se cubrió la boca con una mano.
—Lo siento, ha sido un vuelo muy largo.
—Estás agotada, ¿Por qué no duermes un rato? —se puso de pie e hizo un gesto hacia el sofá—. No querrás tener ojeras esta noche o pasarte la cena bostezando. Puedes dormir aquí mientras yo acabo el trabajo que me queda. Cuando termine, vendré a despertarte y nos arreglaremos para cenar.
—Y para discutir del Cascade, no lo olvides —hizo un guiño—. Grazie, Pedro.
—Prego. Ahora, descansa —fue por una manta y se la echó por encima.
Al tocar la manta se acordó de los ojos de Paula cerrados mientras le daba la crema y de su calor y suavidad en la limusina cuando se había quedado dormida.No tenía ni idea de lo que lo guiaba. De qué intentaba demostrar trabajando tanto. Lo que había dicho Carolina le había hecho pensar. Quería demostrarse a sí mismo que era capaz de asumir más responsabilidad en Alfonso. Su padre había llevado toda la carga mientras ellos habían crecido. Pedro había trabajado para librarlo de parte de esa carga y ya sólo quería lo que se le debía.Al principio había pensado que sería divertido hacer ver a Paula que la vida era algo más que un balance. Le había parecido un juego. Y era bueno en los juegos, pero se había quemado. No había contado con sentirse atraído por ella.
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