—¿Por qué está todo esto aquí oculto?
—Sólo se me ocurre que, con las reformas a lo largo de los años, a estas cosas las han relegado al banquillo.
—¿El banquillo?
—Ya sabes, donde se sientan los jugadores que no salen al campo.
—Ya —rodeó un buró cubierto de polvo sabiendo que era de nogal—. Siéntelo, Paula. Hay historia en este almacén. Mucha historia —si llegara pronto Esteban... pensó. Harían un inventario y decidirían qué piezas emplearían en la decoración. Pedro quería empezar ya, pero quizá no fuera el momento de explorar.
Miró a Paula. Estaba tan tiesa como siempre, pero diría que estaba disfrutando. Le brillaban los ojos mientras con los dedos acariciaba una silla. Se movía con cuidado para no levantar polvo. Era cuidadosa, estaba empezando a entender. Siempre se movía deliberadamente. Siempre con un propósito. Se preguntó por qué. ¿Qué la hacía tan cautelosa?
—Aquí está.
Echó un vistazo a un diván de color vino mientras se dirigía a donde estaba ella. La encontró de pie al lado de una gigantesca araña de cristal oculta entre dos armarios.
—Habrá visto días mejores, pero creía recodar que estaba aquí. Luca se agachó y tocó una lágrima de cristal tallado.
—Es asombrosa, perfecta.
—Es preciosa.
Pedro la miró. Así que la magia de la araña no la dejaba indiferente. El gesto de sus labios se lo decía así. Un mechón de cabello había escapado del moño y le acariciaba la mejilla. Se miraron a los ojos. Ya se imaginaba la araña colgada del salón de baile, los destellos de luz de los cristales sobre el suelo de pulida tarima. Podía imaginarse a Mari en el medio con un elegante traje de noche dorado sonriéndole. Tenía, se dio cuenta, una clase fría y elegante. Intemporal.
—A tí también te encanta, puedo verlo en tu rostro.
Algo cambió debido a sus palabras, algo que rompió el momento. Sus ojos se enfriaron y cuadró los hombros. Apartó la mirada.
—Tiene sentido utilizar estas cosas si se adaptan a tu reforma. Será mucho más barato que comprarlas.
—Oh, no es por el dinero, no es por eso. Mira este sitio —se dió la vuelta riendo para liberar la tensión que sentía en ese momento.
Ella cada vez lo intrigaba más, pero también cada vez era más consciente de que no era la clase de mujer que quería parecer. Se obligó a volver a concentrarse en la tarea.
—Cada una de estas piezas tiene historia, ¿No lo sientes? —se puso delante de un espejo y limpió el cristal con la mano—. Oh, Paula, ¡Qué cosas más hermosas! Tanto tiempo, abandonadas, olvidadas, esperando a que alguien las descubra y las haga nuevas otra vez. A que las haga brillar.
Como ella no decía nada, se volvió a mirarla. Estaba entre la araña y unos armarios y él bloqueaba su salida hacia la puerta. Estaba de pie en silencio y no sabía por qué. Tuvo la sensación de que estaba llorando, pero eso era ridículo porque sus ojos estaban secos. Por alguna extraña razón deseó rodearla con sus brazos. En cuanto lo pensó, dio un paso atrás. Disfrutar de jugar al ratón y al gato era una cosa. Tener pensamientos descabellados estaba bien, pero pasar a la acción era otra cosa. Y la situación ya era bastante complicada como para complicarla más liándose con la directora del hotel. No estaría bien. Sería un problema. Y él no quería relaciones complicadas. No quería relaciones de ninguna clase. Había decidido hacía mucho tiempo que no se implicaría con ninguna mujer. No quería darle a ninguna el poder que su padre le había dado a su madre de destruirlo. Como Laura lo había destruido a él.
—Por favor, perdóname, tengo que volver. Si cierras la puerta al salir...
Caminó indecisa hacia él haciendo un gesto para que se apartara y la dejara pasar, pero no pudo, no tras oír esa voz fría y seca. No sabía la causa de esa reacción, pero sabía que no estaba bien.Se detuvo a menos de un metro de él.
—Por favor —repitió muy pálida.
Él empezó a echarse a un lado, pero en el último momento no pudo dejarla marchar sin saber si estaba bien. La agarró de un codo.
—Quítame las manos de encima.
Lo dijo con tranquilidad, pero por debajo había veneno y eso lo conmocionó tanto que dió un paso atrás y la soltó de inmediato. Ella se puso aún más pálida.
—No me toques nunca —dijo estridente mientras rodeaba a toda prisa los muebles y salía por la puerta sin cerrarla.
Un segundo después se oyó el ascensor.Pedro se sentó en una silla levantando una nube de polvo. Sólo había tratado de ser un caballero. Era evidente que cualquier atracción que él hubiera sentido no era mutua. Era fría, irritante, dictatorial. Sólo una complicación. Debería despedirla y convertir el Cascade en el hotel que quería, pero no podía hacer eso. Era buena en lo suyo y él había prometido que nadie perdería su trabajo. Eso la incluía a ella. Y él era un hombre de palabra. Cuando volvió a la zona de oficinas, la puerta de ella estaba cerrada. Llamó y abrió.
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