martes, 22 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 11

—¿Por qué está todo esto aquí oculto?

—Sólo se me ocurre que, con las reformas a lo largo de los años, a estas cosas las han relegado al banquillo.

—¿El banquillo?

—Ya sabes, donde se sientan los jugadores que no salen al campo.

—Ya —rodeó un buró cubierto de polvo sabiendo que era de nogal—. Siéntelo, Paula. Hay historia en este almacén. Mucha historia —si llegara pronto Esteban... pensó. Harían un inventario y decidirían qué piezas emplearían en la decoración. Pedro quería empezar ya, pero quizá no fuera el momento de explorar.

Miró a Paula. Estaba tan tiesa como siempre, pero diría que estaba disfrutando. Le  brillaban  los  ojos  mientras  con  los  dedos  acariciaba  una  silla.  Se  movía  con  cuidado  para  no  levantar  polvo.  Era  cuidadosa,  estaba  empezando  a  entender.  Siempre se movía deliberadamente. Siempre con un propósito. Se preguntó por qué. ¿Qué la hacía tan cautelosa?

—Aquí está.

Echó  un  vistazo  a  un  diván  de  color  vino  mientras  se  dirigía  a  donde  estaba  ella.  La  encontró  de  pie  al  lado  de  una  gigantesca  araña  de  cristal  oculta  entre  dos  armarios.

—Habrá visto días mejores, pero creía recodar que estaba aquí. Luca se agachó y tocó una lágrima de cristal tallado.

—Es asombrosa, perfecta.

—Es preciosa.

Pedro la miró. Así que la magia de la araña no la dejaba indiferente. El gesto de sus  labios  se  lo  decía  así.  Un  mechón  de  cabello  había  escapado  del  moño  y  le  acariciaba la mejilla. Se miraron a los ojos. Ya se imaginaba la araña colgada del salón de  baile,  los  destellos  de  luz  de  los  cristales  sobre  el  suelo  de  pulida  tarima.  Podía  imaginarse  a  Mari  en  el  medio  con  un  elegante  traje  de  noche  dorado  sonriéndole.  Tenía, se dio cuenta, una clase fría y elegante. Intemporal.

—A tí también te encanta, puedo verlo en tu rostro.

Algo  cambió  debido  a  sus  palabras,  algo  que  rompió  el  momento.  Sus  ojos  se  enfriaron y cuadró los hombros. Apartó la mirada.

—Tiene sentido utilizar estas cosas si se adaptan a tu reforma. Será mucho más barato que comprarlas.

—Oh, no es por el dinero, no es por eso. Mira este sitio —se dió la vuelta riendo para liberar la tensión que sentía en ese momento.

Ella cada vez lo intrigaba más, pero también cada vez era más consciente de que no  era  la  clase  de  mujer  que  quería  parecer.  Se  obligó  a  volver  a  concentrarse  en  la  tarea.

—Cada  una  de  estas  piezas  tiene  historia,  ¿No  lo  sientes?  —se  puso  delante  de  un  espejo  y  limpió  el  cristal  con  la  mano—.  Oh,  Paula,  ¡Qué  cosas  más  hermosas!  Tanto  tiempo,  abandonadas,  olvidadas,  esperando  a  que  alguien  las  descubra  y  las  haga nuevas otra vez. A que las haga brillar.

Como  ella  no  decía  nada,  se  volvió  a  mirarla.  Estaba  entre  la  araña  y  unos  armarios y él bloqueaba su salida hacia la puerta. Estaba de pie en silencio y no sabía por qué. Tuvo la sensación de que estaba llorando, pero eso era ridículo porque sus ojos  estaban  secos.  Por  alguna  extraña  razón  deseó  rodearla  con  sus  brazos.  En  cuanto lo pensó, dio un paso atrás. Disfrutar   de   jugar   al   ratón   y   al   gato   era   una   cosa.   Tener   pensamientos   descabellados  estaba  bien,  pero  pasar  a  la  acción  era  otra  cosa.  Y  la  situación  ya  era  bastante  complicada  como  para  complicarla  más  liándose  con  la  directora  del  hotel.  No estaría bien. Sería un problema. Y él no quería relaciones complicadas. No quería relaciones   de   ninguna   clase.   Había   decidido   hacía   mucho   tiempo   que   no   se   implicaría  con  ninguna  mujer.  No  quería  darle  a  ninguna  el  poder  que  su  padre  le  había dado a su madre de destruirlo. Como Laura lo había destruido a él.

—Por favor, perdóname, tengo que volver. Si cierras la puerta al salir...

Caminó  indecisa  hacia  él  haciendo  un  gesto  para  que  se  apartara  y  la  dejara  pasar, pero no pudo, no tras oír esa voz fría y seca. No sabía la causa de esa reacción, pero sabía que no estaba bien.Se detuvo a menos de un metro de él.

—Por favor —repitió muy pálida.

Él  empezó  a  echarse  a  un  lado,  pero  en  el  último  momento  no  pudo  dejarla marchar sin saber si estaba bien. La agarró de un codo.

—Quítame las manos de encima.

Lo  dijo  con  tranquilidad,  pero  por  debajo  había  veneno  y  eso  lo  conmocionó  tanto que dió un paso atrás y la soltó de inmediato. Ella se puso aún más pálida.

—No  me  toques  nunca  —dijo  estridente  mientras  rodeaba  a  toda  prisa  los  muebles y salía por la puerta sin cerrarla.

 Un segundo después se oyó el ascensor.Pedro se sentó en una silla levantando una nube de polvo. Sólo había tratado de ser  un  caballero.  Era  evidente  que  cualquier  atracción  que  él  hubiera  sentido  no  era  mutua.  Era  fría,  irritante,  dictatorial.  Sólo  una  complicación.  Debería  despedirla  y  convertir el Cascade en el hotel que quería, pero no podía hacer eso. Era buena en lo suyo y él había prometido que nadie perdería su trabajo. Eso la incluía a ella. Y él era un hombre de palabra. Cuando  volvió  a  la  zona  de  oficinas,  la  puerta  de  ella  estaba  cerrada.  Llamó  y  abrió.

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