martes, 22 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 9

Paula se  detuvo  y  se  alisó  la  falda  y  el  pelo  antes  de  llamar  a  la  puerta  del  que  solía ser su despacho antes de que la nombraran directora general.

—Adelante.

Resultaba extraño ver a su nuevo jefe sentado en esa vieja silla, pero dejó a un lado esa sensación. Él necesitaba un lugar de trabajo y ella ocupaba el de la dirección general. No tenía sentido pensar que le estaba invadiendo su espacio. Ella era quien tenía el despacho grande.Había  tenido  que  dejar  de  lado  muchos  sentimientos  esa  mañana,  como  el  temor  que  había  palpitado  en  si  vientre  cuando  había  recordado  el  sueño  de  esa  noche.  Le  había  echado  la  culpa  al  chocolate  del  postre  de  la  cena,  al  caos  que  se  había instalado en su vida, pero no era capaz de sacudirse la oscuridad que le había llenado  el  cerebro.  Si  pensaba  en  la  carta  que  había  recibido  hacía  dos  días,  no  era  sorprendente. Aborrecía pensar en Fernando saliendo en libertad condicional. Aborrecía cómo  la  sola  mención  de  su  nombre  la  paralizaba.  Concentrarse  en  el  trabajo  era  lo  único que la mantenía en sus cabales. Pedro no se lo estaba poniendo fácil. También él había aparecido en su sueño. Pero tenía que olvidarlo y ser objetiva.Tenía  que  pensar  en  el  presente  y  descubrir  qué  estaba  planeando  Pedro .  Haría  lo  que  quisiera.  Se  había  dado  cuenta  después  de  la  cena  de  la  noche  anterior.  Pero  ella  no  iba  ser  una  presa  fácil.  Mantendría  las  cosas  en  el  plano  de  la  lógica.  Dentro  de los límites. En todos los sentidos.

—¡Paula! Buenos días —apretó el botón del ratón antes de empujar la silla hacia atrás—.  Estaba  enviando  un  correo  a  mi  hermana  a  Florencia,  compartiendo  mis  ideas e intentando que se implique. Tiene un ojo fantástico.

—¿Entonces  por  qué  no  ha  venido  ella? —dijo  antes  de  pensarlo  y  se  ruborizó  de inmediato.

—Porque tiene un bebé y un crío de tres años de los que ocuparse. Espero que lo  haga  el  verano  que  viene,  cuando  la  reforma  esté  terminada  y,  el  paisajismo,  completado.  Me ha pedido que vuelva para Navidad.

—¿Crees que habremos acabado tan pronto?

—La  temporada  media  es  el  mejor  momento  para  hacer  la  reforma.  Siempre  podría volver después de las vacaciones para terminar las cosas.

Paula permaneció de pie en la entrada sin saber cómo proceder. En el bolsillo de la  chaqueta  llevaba  media  docena  de  mensajes  que  tenía  que  responder  y  sabía  que  encima de su mesa un montón de trabajo esperaba su atención. ¿Por qué no se ponía con ello?

—¿Necesitas algo en particular? —preguntó Pedro.

—No,  en  realidad,  no.  Sólo  iba  a  mi  despacho  y  quería  decirte  que,  si  quieres  algo, estoy allí.

—Estoy  esperando  una  llamada  de  un  diseñador.  Hizo  algunos  trabajos  muy  buenos  para  nosotros  cuando  compramos  la  propiedad  de  Colorado  Springs.  Creo  que traerlo aquí sería una buena idea. Sé lo que quiero, pero me pierdo a la hora de decidir tejidos, tapicerías y... bueno, es trabajo de Dean tener una visión de conjunto y hacer las cosas.

A Paula se le quedó la boca seca. Eran las nueve de la mañana y ya estaba dando pasos sin siquiera comentarlos con ella. ¿Iba a suceder todo sin ella?

—¿Y cuál es mi trabajo en todo esto?

Pedro cruzó las piernas y la miró con una sonrisa.

—Tu  trabajo  es  mantener  el  hotel  funcionando  del  modo  más  normal  posible.  Ya  he  visto  que  eres  buena  en  eso.  Y  tu  trabajo  también  es  ayudarme.  Quiero  tus  aportaciones, Paula.

Sonó el teléfono de la mesa y, cuando Luca dejó de prestarle atención, se sintió como  una  chiquilla  ignorada.  Maldición,  había  ido  con  la  esperanza  de  echar  un  vistazo a sus planes y descubrir cómo hacer para tener algo de control sobre toda la situación. Y se marchaba sin nada. Paula recorrió  el  camino  a  su  despacho  aturdida.  Estaba  claro  que  no  se  la  necesitaba  cuando  se  trataba  de  cambios  inminentes.  Para  Pedro,  ella  estaba  allí  para  mantener a la gente contenta. Cerró  la  puerta  de  su  despacho  y  colgó  el  bolso  de  la  silla.  No  había  trabajado  tanto para construirse una vida para que alguien la despidiera como si no importara. Sus  días  de  felpudo  habían  terminado.  Se  pasó  las  manos  por  las  mejillas.  No  permitiría que le hiciera eso. Era su vida y se agarraría a ella con las dos manos.Iba   a   llevar   a   un   diseñador.   Por   supuesto.   Eso   era   lógico,   pero estaba sucediendo todo tan deprisa... Quería que todo volviera a su curso normal. Pedro hablaría  con  el  diseñador  y  ella  quedaría  fuera  del  proceso  de  toma  de  decisiones.  No  podía  permitir  que  eso  sucediera.  Si  lo  hacia,  él  empezaría  a  tomar  decisiones  unilaterales  que  afectarían  a  todos.  Tendría  todo  el  control  y  eso  la  aterrorizaba. ¿Pero cómo iba a tomar el control cuando la sola idea de afirmarse hacía que se le doblaran las rodillas? Tenía que ocurrírsele algo que mostrara lo valiosa que era. Cuando tuvo la idea le  pareció  increíble  no  haberla  tenido  antes.  El  hotel  tenía  un  ático.  Y  en  cada  reforma, sabía con certeza, se habían almacenado allí algunas cosas. Estaba  segura  de  que  había  un  tesoro  de  antigüedades  del  diseño  original  guardadas  allí.  Recordó  lo  que  él  había  dicho  en  la  cena  de  volver  al  romanticismo.  Ricas  telas  y  madera  natural.  Si  recordaba  bien,  había  una  vieja  araña  de  cristal  y  ¿Quién sabía qué tesoros más? Saltó de la silla y sacó un manojo de llaves de un cajón. Salía al pasillo cuando se topó contra la dura pared del pecho de Pedro.

—¡Allentare! —la agarró del brazo con fuerza—. ¡Cuidado, Paula! ¿Estás bien?

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