—Este ático es una especie de departamento piloto para mi último proyecto en Londres —Pedro se encogió de hombros—. El trabajo está terminado y el ático se pondrá en venta la semana que viene. Y luego yo volveré a Nueva York.
—¿También tienes un ático en Nueva York?
—Sí, claro, tengo un edificio completo. Espero que te gusten los linguini.
—Sí, me encantan.
—A mí me gusta cocinar —sonrió Pedro—. Caro seguramente no se acordará de las cosas que hacía cuando éramos pequeños, pero el encargado de la cocina era yo.
—¿En serio?
—Mi madre no volvía a casa hasta las ocho, así que yo hacía la cena... bueno, o algo parecido. Es asombroso lo que se puede hacer con caldo de carne y alguna lata.Amy entró tras él en la cocina y empezó a abrir armarios.
—Yo puedo cortar el pan y poner la mesa. Mientras no te moleste que esté en tu cocina.
—Por mí, puedes echar raíces aquí.
—Seguro que eso se lo dices a todas las chicas.
—Si fuera así, tú serías la única en tomarme la palabra —se rió Pedro—. Pero comer en casa es lo que se lleva ahora —añadió, levantando un brazo para sacar los platos del estante de arriba.
Al hacerlo se le levantó la camisa y Paula pudo ver un estómago plano y unos abdominales de los que salían en las revistas de bañadores. ¿Por qué siempre se había sentido atraída por los hombres atléticos?, se preguntó. Aunque no era la única, claro. Pedro había estado años trabajando en la construcción y no era una sorpresa que se mantuviera en forma. Pero cuando pensaba que no podía ser más atractivo... tenía que ver sus abdominales. Paula suspiró.
—¿Qué? ¿He dicho algo malo?
—No, no. Estaba pensando... aquí tienes de todo: muebles, platos, cuadros, coches. ¿No te da pena dejarlo para irte a otro país? ¿Y qué pasará con todo esto?
—¿Te he mencionado alguna vez a mi equipo? —se rió Pedro—. Todo está organizado de antemano. Por favor, no te preocupes. Estoy acostumbrado a vivir con lo que puedo llevar en la maleta.
Paula tuvo que contener el deseo de echarse a sus brazos. En los brazos de un hombre que unos días después volvería a Nueva York y dejaría Londres atrás.No, no podía arriesgarse a sufrir de nuevo y ver un brillo de piedad en los ojos de Pedro le rompería el corazón. Tenía que controlarse y luchar contra esa poderosa atracción. Tenía que hacerlo porque su vida estaba allí, en aquel barrio, en su pastelería.«Hora de ponerse la máscara y tragarse los sentimientos». Se quedó observando, en silencio, mientras él movía la salsa de tomate con un cucharón de madera.
—Huele de maravilla.
—También hay foccacia en esa bolsa. Giorgio dice que lo ha hecho él mismo, pero estoy esperando tu experta opinión.
Paula cortó una rebanada y la probó...
—Ah, sí, lo ha hecho él, seguro. Yo no hago foccacia. Podría, pero se tarda mucho tiempo. ¿Has visto el aceite de oliva? Se lo compra a su hermano, que lo hace de primera prensa. Es maravilloso.
—Empieza a comer, si quieres —dijo Pedro, mirándola de soslayo mientras probaba otro trozo de pan y cerraba los ojos, extasiada.
Era lo más sexy que había visto en toda su vida. Giorgio podría retirarse sólo con los pedidos que el haría a domicilio... porque no pensaba ir al restaurante con aquella mujer si iba a hacer eso en público.Se quedó inmóvil, intentando controlar su respiración y otras partes de su anatomía que habían despertado a la vida repentinamente. Pero su corazón latía salvajemente mientras abría la nevera para refrescarse un poco. Aquello se le estaba escapando de las manos... y lo único que estaba haciendo era mirarla. Hacía mucho tiempo que no deseaba acostarse con una mujer como deseaba acostarse con Paula. ¿Sería así estar enamorado?, se preguntó. ¿Tener a alguien que te quería y deseaba estar contigo? No sólo una tarde, sino todos los días de la semana. La había conocido unos días antes y la conexión era... increíble. Era más que atracción física, de eso estaba totalmente seguro.Pero en unos días volvería a su vida normal al otro lado del Atlántico. Aquel ático se vendería y el viaje a Londres sería sólo un recuerdo lejano.Claro que si eso era lo que ella le hacía comiendo foccacia, ¿Cómo sería en la cama? Desnuda, mientras acariciaba su precioso cuerpo...De repente, encontró una excelente razón para meter la cabeza en el congelador.
—Tengo vino blanco si te apetece.
—Gracias, pero tengo mucho trabajo esta noche y debo mantener la cabeza despejada.
—¿De verdad vas a volver a la pastelería?
—Pues claro. Pero tienes que probar el foccaciaantes de la pasta —sin esperar respuesta, Paula puso un trozo de pan delante de su cara.
El aroma a fragante romero llenó los pulmones de Pedro que, sin pensar, se inclinó hacia delante para cerrar los labios sobre sus dedos. Afortunadamente, en ese momento sonó el temporizador y los dos se apartaron de un salto. Aunque desearía retener a Paula a su lado todo lo que pudiera.
—Está riquísimo. ¿Lista para probar los linguini, señorita?
—Claro.
—Y luego tenemos que concentrarnos en el asunto más importante: ¿Dónde puedo encontrar los regalos para las damas de honor y la organizadora de la boda? ¿Alguna idea?
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