martes, 1 de mayo de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 31

—Este  ático  es  una  especie  de  departamento  piloto  para  mi  último  proyecto  en  Londres —Pedro se  encogió de hombros—.  El  trabajo  está  terminado  y  el  ático  se  pondrá en venta la semana que viene. Y luego yo volveré a Nueva York.

—¿También tienes un ático en Nueva York?

—Sí, claro, tengo un edificio completo. Espero que te gusten los linguini.

—Sí, me encantan.

—A mí me gusta cocinar —sonrió Pedro—. Caro seguramente no se acordará de las cosas que hacía cuando éramos pequeños, pero el encargado de la cocina era yo.

—¿En serio?

—Mi madre no volvía a casa hasta las ocho, así que yo hacía la cena... bueno, o algo parecido. Es asombroso lo que se puede hacer con caldo de carne y alguna lata.Amy entró tras él en la cocina y empezó a abrir armarios.

—Yo puedo cortar el pan y poner la mesa. Mientras no te moleste que esté en tu cocina.

—Por mí, puedes echar raíces aquí.

—Seguro que eso se lo dices a todas las chicas.

—Si  fuera  así,  tú  serías  la  única  en  tomarme  la  palabra  —se  rió  Pedro—.  Pero  comer en casa es lo que se lleva ahora —añadió, levantando un brazo para sacar los platos del estante de arriba.

Al  hacerlo  se  le  levantó  la  camisa  y  Paula  pudo  ver  un  estómago  plano  y  unos  abdominales  de  los  que  salían  en  las  revistas  de  bañadores.  ¿Por  qué  siempre  se  había  sentido  atraída  por  los  hombres  atléticos?,  se  preguntó.  Aunque  no  era  la  única, claro. Pedro había estado años trabajando en la construcción y no era una sorpresa que se mantuviera en forma. Pero cuando pensaba que no podía ser más atractivo... tenía que ver sus abdominales. Paula suspiró.

—¿Qué? ¿He dicho algo malo?

—No,  no.  Estaba  pensando...  aquí  tienes  de  todo:  muebles,  platos,  cuadros,  coches. ¿No te da pena dejarlo para irte a otro país? ¿Y qué pasará con todo esto?

—¿Te  he  mencionado  alguna  vez  a  mi  equipo?  —se  rió  Pedro—.  Todo  está  organizado de antemano. Por favor, no te preocupes. Estoy acostumbrado a vivir con lo que puedo llevar en la maleta.

Paula tuvo  que  contener  el  deseo  de  echarse  a  sus  brazos.  En  los  brazos  de  un  hombre que unos días después volvería a Nueva York y dejaría Londres atrás.No, no podía arriesgarse a sufrir de nuevo y ver un brillo de piedad en los ojos de  Pedro le  rompería  el  corazón.  Tenía  que  controlarse  y  luchar  contra  esa  poderosa  atracción.  Tenía  que  hacerlo  porque  su  vida  estaba  allí,  en  aquel  barrio,  en  su  pastelería.«Hora de ponerse la máscara y tragarse los sentimientos». Se quedó observando, en silencio, mientras él movía la salsa de tomate con un cucharón de madera.

—Huele de maravilla.

—También  hay  foccacia  en  esa  bolsa.  Giorgio  dice  que  lo  ha  hecho  él  mismo,  pero estoy esperando tu experta opinión.

Paula cortó una rebanada y la probó...

—Ah,  sí,  lo  ha  hecho  él,  seguro.  Yo  no  hago  foccacia.  Podría,  pero  se  tarda  mucho tiempo. ¿Has visto el aceite de oliva? Se lo compra a su hermano, que lo hace de primera prensa. Es maravilloso.

—Empieza  a  comer,  si  quieres  —dijo  Pedro,  mirándola  de  soslayo  mientras  probaba otro trozo de pan y cerraba los ojos, extasiada.

Era lo más sexy que había visto en toda su vida. Giorgio podría retirarse sólo con los pedidos que el haría a domicilio... porque no pensaba ir al restaurante con aquella mujer si iba a hacer eso en público.Se  quedó  inmóvil,  intentando  controlar  su  respiración  y  otras  partes  de  su  anatomía  que  habían  despertado  a  la  vida  repentinamente.  Pero  su  corazón  latía  salvajemente mientras abría la nevera para refrescarse un poco. Aquello se le estaba escapando de las manos... y lo único que estaba haciendo era mirarla. Hacía  mucho  tiempo  que  no  deseaba  acostarse  con  una  mujer  como  deseaba  acostarse con Paula. ¿Sería  así  estar  enamorado?,  se  preguntó.  ¿Tener  a  alguien  que  te  quería  y  deseaba estar contigo? No sólo una tarde, sino todos los días de la semana. La había  conocido  unos  días  antes  y  la  conexión  era...  increíble.  Era  más  que atracción física, de eso estaba totalmente seguro.Pero  en  unos  días  volvería  a  su  vida  normal  al  otro  lado  del  Atlántico.  Aquel  ático se vendería y el viaje a Londres sería sólo un recuerdo lejano.Claro  que  si  eso  era  lo  que  ella le  hacía  comiendo  foccacia,  ¿Cómo  sería  en  la  cama? Desnuda, mientras acariciaba su precioso cuerpo...De  repente,  encontró  una  excelente  razón  para  meter  la  cabeza  en  el  congelador.

—Tengo vino blanco si te apetece.

—Gracias,  pero  tengo  mucho  trabajo  esta  noche  y  debo  mantener  la  cabeza  despejada.

—¿De verdad vas a volver a la pastelería?

—Pues  claro.  Pero  tienes  que  probar  el  foccaciaantes  de  la  pasta  —sin  esperar respuesta, Paula puso un trozo de pan delante de su cara.

El aroma a fragante romero llenó  los  pulmones  de  Pedro que,  sin  pensar,  se  inclinó  hacia  delante  para  cerrar  los  labios sobre sus dedos. Afortunadamente, en ese momento sonó el temporizador y los dos se apartaron de un salto. Aunque desearía retener a Paula a su lado todo lo que pudiera.

—Está riquísimo. ¿Lista para probar los linguini, señorita?

—Claro.

—Y  luego  tenemos  que  concentrarnos  en  el  asunto  más  importante:  ¿Dónde  puedo  encontrar  los  regalos  para  las  damas  de  honor  y  la  organizadora  de  la  boda?  ¿Alguna idea?

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