Pareció como si la escena de arriba no hubiera sucedido nunca. Su traje estaba impoluto. Había recuperado el color, se había retocado los labios y su pelo estaba perfecto.Lo sucedido le decía que por alguna razón Paula tenía miedo de él.
—Quería asegurarme de que estabas bien.
Ella alzó la vista de lo que estaba escribiendo y fingió una sonrisa de relaciones públicas.
—Estoy bien, gracias. Un poco retrasada por la excursión —siguió escribiendo.
La mujer que tenía delante era toda frialdad y control. Un contraste muy fuerte con la mujer a la que había agarrado del codo. Una mujer que tenía mucha práctica en ocultar sus sentimientos pero que había tenido un ligero momento de debilidad. Debería asentir y marcharse, aquello no era de su incumbencia, pero recordó la expresión de desnudez que había visto en su rostro cuando habían hablado de las antigüedades. Había parecido una mujer a la que hubieran desnudado. No podía ignorar eso aunque quisiera. Si lo dejaba pasar, quedaría pendiendo entre ellos todo el tiempo que trabajaran juntos. Sería mejor abordarlo.
—¿Quieres hablar de ello, Paula?
Con un suspiro dejó el bolígrafo en la mesa, apoyó las manos y cruzó las piernas.
—¿Hablar de qué, Pedro?
—De lo que ha pasado en el ático.
—No, no quiero.
—Estabas asustada. Quiero saber por qué.
—No estaba asustada. Tengo... tengo claustrofobia.
—No me ha parecido eso cuando te he agarrado del brazo.
—Pedro—lo miró a los ojos—, soy una persona a la que no le gusta que invadan su espacio. No soy de tocarse. Eso es todo. Lo siento si he sido brusca o grosera.
—Eres sincera y lo aprecio. Así que no es que no quieras que te toque yo, es que no quieres que te toque nadie.
—Exacto —se ruborizó.
—No es nada personal.
—Nada personal —repitió Paula.
—Me alegro, porque vamos a trabajar juntos muy de cerca y sería difícil si hubiese animosidad entre nosotros.
¿Animosidad? Paula tragó y se obligó a mantener el control. No tenía ni idea de lo que había pasado en el ático. Cómo sus palabras la habían tocado, devuelto muchas de sus emociones. Cómo se había sentido extraña de pronto y había tenido que salir de allí. La había tocado. Odiaba que la tocasen. Y cuando la había agarrado del codo había sentido terror en su interior.Pero no era un recuerdo. Era anhelo. Algo que no había sentido en mucho tiempo. Le había gustado la sensación de su mano en el codo, tanto que había deseado que la rodeara con sus brazos y la protegiera. Había jurado que ningún hombre volvería a tocarla y hasta ese momento lo había conseguido, pero ahora nada tenía sentido. Tenía que escapar, rehacerse. Se arriesgó a alzar la vista. Él la miraba tranquilo y supo que había algo muy personal entre los dos, le gustase o no. Algo que rechazaba reconocer. No estaba preparada para aceptar que había más que una cierta atracción. Algo más no tema sentido.
—Te aseguro que no tiene nada que ver contigo —tenía que ver con Fernando, eso era todo.
—Entonces no me lo tomaré como algo personal. Sólo quería asegurarme de que estabas bien.
—Lo estoy, gracias por preguntar.
La sonrisa esa vez fue más natural. Él aceptó lo que había dicho con educación, se sentía afectada porque él fuera capaz de preocuparse por ella. Nadie se preocupaba de ella y había reinventado su vida de ese modo. Pero sin ella saberlo, parecía importarle a Pedro. Era algo inesperado y, aunque habría pensado que lo aborrecería, resultaba agradable.
—He pensado que querrías recuperar esto —dejó la llave en la mesa.
Paula no la movió de donde él la había dejado mientras Pedro se alejaba. Cerca de la puerta se dió la vuelta.
—Oh, y Paula, me gustaría que estuvieras en la reunión con Esteban una vez que le haya enseñado el hotel y explicado las ideas iniciales. Haremos una agenda preliminar y primer esquema y ése es tu fuerte. También me gustaría que le mandásemos una circular a todo el personal. Algo que diga que los próximos meses habrá cambios, pero ninguno perderá su puesto. Que todos los esfuerzos que se harán serán en beneficio del personal y de los clientes. Mantengo mi promesa, espero que lo recuerdes.
Mantenía su palabra y le agradaba. Cuando menos lo esperaba, mostraba consideración por los que lo rodeaban. Quizá fuera mejor de lo que había sospechado. Quizá el playboy tuviera un poco más de sustancia de la que ella había pensado.
—Voy a preparar una y te la mando por correo electrónico.
—Gracias, Paula.
Se levantó de la mesa sabiendo que le debía algo.
Tomó la llave y se la tendió. Él la aceptó.
—Guárdala, debo de tener otra en algún sitio.
—¿Seguro?
Paula recordó su gesto cuando había entrado en el ático. Había tenido que levantar un muro porque había visto su alegría en los ojos y ella no quería permitirse sentir esas cosas.
—Estoy segura, Pedro. Y cuando llegue el señor Shiffling, nos reuniremos y discutiremos cómo afrontar mejor los cambios que se avecinan.
—Hablaremos luego —se guardó la llave en el bolsillo y salió del despacho.
Paula se quedó de pie en medio del despacho preguntándose cómo iba a manejar la montaña rusa en que se había convertido su vida. Pedro Alfonso le gustaba. En todos los sentidos.
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