jueves, 10 de mayo de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 41

—¿Lo  harías?  ¿Volverías  a  esta  calle,  a  este  edificio  después  de  lo  que  pasaste  cuando eras niño?

—Si así pudiera estar contigo, sí.

Su  presencia  era  tan  poderosa,  tan  dominante,  que  a  Paula  le  temblaban  las  piernas  cuando  intentó  levantarse.  Pero  el  encaje  del  bolero  se  había  enganchado  a  las piedras de la pared, dejando al descubierto parte de la cicatriz...Horrorizada,  tiró  de  la  chaqueta  para  taparla,  pero  el  encaje  empezaba  a  rasgarse...

—Espera, deja que te ayude —dijo Pedro.

—No, no quiero que la veas...

Pero  ya  estaba  delante  de  ella,  tirando  de  la  chaquetita  para  soltarla  de  la  piedra. Paula intentó taparse inmediatamente, pero él sujetó su mano.Y lo que vió en sus ojos la dejó sin aliento. Cualquier duda que hubiera tenido sobre aquel hombre se desvaneció por completo.No  había  compasión,  ni  excusas,  ni  el  horror  que  tanto  había  temido.  Y,  sin  dudar, Paula tomó su mano y la puso sobre la cicatriz, entregándose completamente con ese gesto. Pedro tragó saliva, emocionado. Había  encontrado  a  la  mujer  de  su  vida  en  el  último  sitio  donde  hubiera  esperado  encontrarla.  Se  había  convencido  a  sí  mismo  de  que  unos  miles  de  kilómetros  y  un  negocio  próspero  eran  suficientes  para  alejarlo  de  allí,  del  lugar  donde había pasado los dieciocho meses más tristes de su vida. ¿Cómo iba a saber que el camino de la felicidad lo llevaba directamente al sitio en el que había empezado? Javier Brooks y el negocio ya no eran importantes. Lo  único  importante  era  aquella  mujer  que  lo  miraba  con  lágrimas  en  los  ojos.  Allí era donde quería estar, donde necesitaba estar. Con Paula.No se atrevió a decir nada por miedo a romper la magia del momento, pero sí dió un paso adelante, hacia esos ojos llenos de amor y ternura que había imaginado estaban destinados para otros hombres.La amaba.Por fin, había ocurrido. Él sabía lo que eran el deseo y la atracción, pero aquella sensación era tan nueva, tan sorprendente que lo dejaba atónito.Estaba enamorado. Todas  las  letras  de  las  canciones  de  amor  que  había  escuchado  en  su  vida  de  repente cobraban sentido.Al  verla  cerrar  los  ojos,  emocionada,  tuvo  que  controlar  su  propia  emoción  mientras la abrazaba, apretándola contra su pecho.  Olía  como  todas  las  perfumerías  francesas  que  había  visitado  en  su  vida;  su  perfume mezclado con vainilla, canela y algo en su pelo... coco. El efecto general era embriagador.   Y   luego Paula buscó   su   boca,   echándole   los   brazos   al  cuello  y  acariciando su pelo con tal ternura, que pensó que se volvería loco de deseo.Quizá por eso se apartó un poco, alargando una mano para secar sus lágrimas.

—¿Por qué no me habías dicho que era el aniversario?

Ella sonrió.

—Cada día es un día nuevo para mí, un nuevo comienzo. Debería haber muerto aquel  día  y,  en  lugar  de  eso,  estoy  aquí  contigo  —Paula apoyó  la  cabeza  en  su  hombro.

—Algunos de nosotros llevamos las cicatrices por dentro, cariño. Y tampoco yo quiero que nadie sienta pena por mí. Pero quiero que estemos juntos, Pau. Deja que trabaje  contigo  para  convertir  este  café  en  el  lugar  de  tus  sueños  —murmuró  Pedro,  besándola  en  el  cuello,  en  la  garganta,  en  la  suave  piel  de  la  cicatriz—.  Quiero  ser  parte de tu vida.

Ella dejó de respirar al ver que no sentía repulsión alguna.

—Tengo una idea —dijo él entonces.

—¿Qué?

—Vamos  a  celebrarlo.  Los  dos  solos.  Tu  casa  está  más  cerca  y  estoy  seguro  de  que mi hermana lo entenderá.

Paula lo deseaba tanto como lo deseaba Pedro... ¡Carolina! ¡La cena!

—¿Estás  loco?  Caro no  nos  perdonaría  nunca.  Pero  a  lo  mejor...  podrías  acompañarme a casa después.

Él dejó escapar un suspiro antes de darle un beso en la frente.

—Encantado. ¿Crees que se darían cuenta si nos saltamos el postre?

—Eso suena bien. Aunque mañana tengo que levantarme temprano. He puesto el despertador a las cuatro de la mañana.

—Seguro que no habrá ningún problema.

Paula se llevó una mano a la frente.

—Oh,  Pedro,  se  me  había  olvidado...  Laura va  a  dormir  en  mi  casa  esta  noche.  Pero tendremos la boda mañana y el resto de la semana para los dos.

—Sí, claro. Pero en cuanto a tus planes de adoptar...

—¿Qué?

Él  la  miró,  evidentemente  incómodo,  y  Paula tardó  unos  segundos  en  formular la pregunta. Casi le daba miedo la respuesta.

—¿No quieres tener hijos?

Pedro negó con la cabeza.

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