—¿Lo harías? ¿Volverías a esta calle, a este edificio después de lo que pasaste cuando eras niño?
—Si así pudiera estar contigo, sí.
Su presencia era tan poderosa, tan dominante, que a Paula le temblaban las piernas cuando intentó levantarse. Pero el encaje del bolero se había enganchado a las piedras de la pared, dejando al descubierto parte de la cicatriz...Horrorizada, tiró de la chaqueta para taparla, pero el encaje empezaba a rasgarse...
—Espera, deja que te ayude —dijo Pedro.
—No, no quiero que la veas...
Pero ya estaba delante de ella, tirando de la chaquetita para soltarla de la piedra. Paula intentó taparse inmediatamente, pero él sujetó su mano.Y lo que vió en sus ojos la dejó sin aliento. Cualquier duda que hubiera tenido sobre aquel hombre se desvaneció por completo.No había compasión, ni excusas, ni el horror que tanto había temido. Y, sin dudar, Paula tomó su mano y la puso sobre la cicatriz, entregándose completamente con ese gesto. Pedro tragó saliva, emocionado. Había encontrado a la mujer de su vida en el último sitio donde hubiera esperado encontrarla. Se había convencido a sí mismo de que unos miles de kilómetros y un negocio próspero eran suficientes para alejarlo de allí, del lugar donde había pasado los dieciocho meses más tristes de su vida. ¿Cómo iba a saber que el camino de la felicidad lo llevaba directamente al sitio en el que había empezado? Javier Brooks y el negocio ya no eran importantes. Lo único importante era aquella mujer que lo miraba con lágrimas en los ojos. Allí era donde quería estar, donde necesitaba estar. Con Paula.No se atrevió a decir nada por miedo a romper la magia del momento, pero sí dió un paso adelante, hacia esos ojos llenos de amor y ternura que había imaginado estaban destinados para otros hombres.La amaba.Por fin, había ocurrido. Él sabía lo que eran el deseo y la atracción, pero aquella sensación era tan nueva, tan sorprendente que lo dejaba atónito.Estaba enamorado. Todas las letras de las canciones de amor que había escuchado en su vida de repente cobraban sentido.Al verla cerrar los ojos, emocionada, tuvo que controlar su propia emoción mientras la abrazaba, apretándola contra su pecho. Olía como todas las perfumerías francesas que había visitado en su vida; su perfume mezclado con vainilla, canela y algo en su pelo... coco. El efecto general era embriagador. Y luego Paula buscó su boca, echándole los brazos al cuello y acariciando su pelo con tal ternura, que pensó que se volvería loco de deseo.Quizá por eso se apartó un poco, alargando una mano para secar sus lágrimas.
—¿Por qué no me habías dicho que era el aniversario?
Ella sonrió.
—Cada día es un día nuevo para mí, un nuevo comienzo. Debería haber muerto aquel día y, en lugar de eso, estoy aquí contigo —Paula apoyó la cabeza en su hombro.
—Algunos de nosotros llevamos las cicatrices por dentro, cariño. Y tampoco yo quiero que nadie sienta pena por mí. Pero quiero que estemos juntos, Pau. Deja que trabaje contigo para convertir este café en el lugar de tus sueños —murmuró Pedro, besándola en el cuello, en la garganta, en la suave piel de la cicatriz—. Quiero ser parte de tu vida.
Ella dejó de respirar al ver que no sentía repulsión alguna.
—Tengo una idea —dijo él entonces.
—¿Qué?
—Vamos a celebrarlo. Los dos solos. Tu casa está más cerca y estoy seguro de que mi hermana lo entenderá.
Paula lo deseaba tanto como lo deseaba Pedro... ¡Carolina! ¡La cena!
—¿Estás loco? Caro no nos perdonaría nunca. Pero a lo mejor... podrías acompañarme a casa después.
Él dejó escapar un suspiro antes de darle un beso en la frente.
—Encantado. ¿Crees que se darían cuenta si nos saltamos el postre?
—Eso suena bien. Aunque mañana tengo que levantarme temprano. He puesto el despertador a las cuatro de la mañana.
—Seguro que no habrá ningún problema.
Paula se llevó una mano a la frente.
—Oh, Pedro, se me había olvidado... Laura va a dormir en mi casa esta noche. Pero tendremos la boda mañana y el resto de la semana para los dos.
—Sí, claro. Pero en cuanto a tus planes de adoptar...
—¿Qué?
Él la miró, evidentemente incómodo, y Paula tardó unos segundos en formular la pregunta. Casi le daba miedo la respuesta.
—¿No quieres tener hijos?
Pedro negó con la cabeza.
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