martes, 8 de mayo de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 40

Paula estaba sentada en el jardín, con la espalda apoyada en la pared de piedra y los ojos cerrados.Bajo los árboles, estaba escondida, invisible, en un mundo privado. Necesitaba calmarse  y  pensar,  pero  su  mente  estaba  muy  ocupada  procesando  mil  cosas  a  un  tiempo. ¿Por qué no  le  había  dicho Pedro que  Javier Brooks  estaba  interesado  en  el  restaurante? Tenía que haber alguna razón. Un ruido hizo que se incorporase un poco, asustada. Pero los obreros se habían ido ya...Entonces un par de zapatos negros de cordones apareció en su campo de visión. Pedro Alfonso .Sólo ver sus zapatos y su corazón se había puesto a latir como loco. ¿Qué tenía aquel hombre que la hacía sentirse como una adolescente en su primera cita?

—¿Me buscabas a mí?

Él asintió con la cabeza.

—No estoy acostumbrado a que me den plantón. Ha sido una sorpresa.

—Caro me  ha  contado  lo  de  Javier Brooks  —dijo Paula entonces,  apartando  la  mirada. Su voz sonaba tranquila a pesar de la confusión y la rabia que sentía—. ¿Por eso nos presentaste el otro día, Pedro? Podrías haberme advertido.

—No, Caro no te lo ha contado todo —suspiró él, sentándose a su lado—. Le he ofrecido a Javier un local mucho mejor que éste, al otro lado de la ciudad.

Ella lo miró, perpleja.

—¿Y  ha  dicho  que  sí?  ¿Javier Brooks  ya  no  está  interesado  en  este  restaurante?  ¿Cómo ha ocurrido eso?

—Muy sencillo: le dije que ya lo tenía reservado para otro cliente. Pero su oferta me hizo pensar. A lo mejor en lugar de un restaurante podría ser un café de lujo con terraza. Me encantaría tener un café vienéscon un artesano repostero... ya sabes, un sitio  donde  la  gente  pudiera  relajarse  un  domingo  por  la  mañana  mientras  lee  el  periódico. ¿Se te ocurre dónde puedo encontrar a alguien que esté interesado?

Las  notas  de  un  piano  desde  una  casa  vecina  hicieron  eco  por  el  jardín,  pero  Paula estaba demasiado ocupada intentando respirar.


—¿Qué  dices?  —le  preguntó  Pedro,  con  sus  ojos  azules  clavados  en  ella—. ¿Estarías interesada en traer tu negocio aquí? Dí que sí. Dí que confías en mí.

¿Confiar en él? ¿Podía confiarle su vida, su futuro? ¿Su amor?

—Hay  un departamento  estupendo  en  el  segundo  piso,  con  un  dormitorio  enorme. Y podría hablar con el constructor para que tuvieras el cuarto de baño más grande del barrio.

—¿Por qué yo? —le preguntó Paula en voz baja.

La respuesta de Pedro fue entrelazar sus largos dedos con los suyos.

—Voy  a  pasar  más  tiempo  en  Londres  del  que  esperaba  durante  los  próximos  meses y no hay nadie con quien me apetezca tanto pasarlo como con la chica a la que estoy mirando ahora mismo.

El café. Su sueño. Su amor. Aquel asombroso hombre estaba ofreciéndole la oportunidad que había estado esperando desde que entró en el Café y la Pastelería Chaves de Viena tantos años atrás. Aquel  hombre  al  que  había  conocido  una  semana  antes  pero  al  que  parecía  conocer  de toda la vida.Él estaba ofreciéndole esos sueños y lo único que tenía que hacer era decir que sí. Pedro estaba ligeramente inclinado hacia ella, como suplicándole que lo besara, que lo abrazara.

—Pensé que estabas deseando volver a Nueva York.

—He  pensado  que  tengo  un  equipo  estupendo  en  Nueva  York  que  está  deseando  demostrarme  lo  que  pueden  hacer  sin  mis  constantes  interferencias.  Hay  mucho  trabajo  para  mí  aquí  y,  por  supuesto,  hay  una  razón  por  la  que  tú  eres  la  única persona que me gustaría que llevase el café.

—¿Qué razón?

—No  todos  los  días  tiene  uno  la  oportunidad  de  hacer  realidad  los  sueños  de  una chica tan especial. Yo quiero hacer realidad ese sueño para tí, Pau. ¿Vas a dejar que lo haga?

De repente, todo aquello era demasiado.¿Dejar que cuidase de ella? ¿Dejar que hiciera realidad sus sueños? Paula miró  el  edificio  que  la  rodeaba  y,  de  inmediato,  se  sintió  transportada  al  feliz sueño de lo que podría ser su vida. El Café Chaves. Jugar con sus hijos adoptivos en aquel jardín... Oh, no. Lo que le proponía era demasiado bonito.¿A quién quería engañar? Tenía que trabajar mucho para pagar la hipoteca de la pastelería.  ¿De  dónde  iba  a  sacar  dinero  para  el  café?  Estaba  tan  lejos  de  su  alcance  que era una broma y cuanto antes dejase de pensar en sueños imposibles, mejor.

—Es  un  sitio  maravilloso  y  me  encantaría  poder  llevarlo,  pero  tú  sabes  que  no  tengo dinero para pagar dos locales y no quiero caridad.

Pedro se llevó su mano a los labios.

—Entonces, deja que invierta en el negocio. Es una gran oportunidad y, por lo que  he  visto,  formaríamos  un  equipo  estupendo.  Podemos  hacerlo,  Pau.  Sé  que  tú  puedes.

En sus ojos veía que hablaba en serio. Creía en ella.

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