martes, 29 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 20

Eduardo había abierto la puerta con una mirada inexpresiva. Salió   al   refrescante   aire   de   las   montañas,   aunque   le   llevó   un   momento   despejarse. Pedro dijo algo a Eduardo, después le tocó el codo y caminaron juntos hacia el vestíbulo. Justo antes de llegar a la puerta, Pedro dijo:

—No  cuentes  por  ahí  que  mi  compañía  te  ha  hecho  quedarte  dormida.  Tengo  una reputación.

Mientras  ella  dejaba  escapar  una  inesperada  carcajada,  el  abrió  la  puerta  y  le  cedió el paso.

—Pedro.

Los dos se dieron la vuelta al oír la voz que lo llamaba. Paula se quedó mirando a la mujer más guapa que había visto jamás.

—Carolina.

Paula se quedó boquiabierta cuando Pedro dejó caer la cesta y fue hacia la mujer a  grandes  zancadas.  Cuando  llegó  a  ella  la  rodeó  con  los  brazos  y  le  dió  vueltas  levantándola del suelo. Cuando la dejó otra vez, ella reía a carcajadas.

 —Te echaba de menos —lo besó en las dos mejillas.

—Y yo a tí. ¿Qué haces aquí?

—He venido a verte, ¿No está permitido? —su sonrisa estaba llena de sorna.

El acento italiano era evidente. Paula no entendía la punzada de celos que sentía mientras  permanecía  de  pie  en  medio  del  vestíbulo  como  una  tonta.  Se  agachó  a  recoger  la  cesta.  La  comida  había  sido  de  trabajo,  no  de  amantes,  así  que  no  había  razón para los celos. Tenía trabajo. Dejaría la cesta en la cocina y volvería a la oficina.

—Pedro, preséntame a tu amiga —dijo la mujer.

Paula se irguió despacio.

—Por  supuesto  —llevando  a  la  mujer  de  la  mano  se  acercaron  donde  estaba  Paula.

Se  sentía  más  estúpida  cada  segundo  que  pasaba.  Allí  estaba  ella,  la  directora  del  hotel  en  vaqueros  y  suéter  con  el  pelo  revuelto  hablando  con  una  mujer  que  parecía  que  no  tendría  ese  aspecto  ni  muerta.  No  sólo  eso,  todo  lo  demás  era  absolutamente predecible. Luca tendría una novia. Debería haberlo pensado.

—Caro, ésta es Paula Chaves, la directora del hotel.

Carolina tendió  la  mano  y  Paula la  estrechó  y  después  bajó  la  vista.  Esperaba  unas  manos  perfectas,  de  manicura,  y  se  encontró  con  unas  normales  con  las  uñas  pintadas de un color claro.

—Paula, ésta es mi hermana, Carolina.

El rubor de Paula se incrementó. ¿Dejaría de sentirse estúpida alguna vez?Alzó la vista y en los ojos de Carolina sólo encontró buen humor.

—No ha dicho ni una palabra de su familia.

—Por supuesto que no —golpeó a su hermano en el brazo con su bolso—. Los hombres sólo hablan de trabajo.

—¿Qué haces aquí, Caro?

Pedro se  puso  al  lado  de  Paula mientras  planteaba  la  pregunta.  Esa  vez  se  dió  cuenta de que los ojos de la morena brillaban mientras decía algo en italiano y Luca le  respondía  con  las  mejillas  de  pronto  sin  color.  Paula arrugó  la  nariz.  ¿El  feliz  y  despreocupado Pedro? Parecía realmente enfadado.

—¿Hay algún problema?

—Un asunto de familia —dijo Pedro mirándola un instante.

—Lo siento. Los dejo solos —volvió a recoger la cesta.

—Paula.

Se  detuvo y Carolina dijo:

—Espero que cenes con Pedro y conmigo esta noche. Me encantaría escuchar tus planes  para  el  hotel.  Pedro piensa  que  es  el  único  que  tiene  ojo  para  la  decoración,  pero subestima a su hermana.

—Quizá necesites tiempo para adaptarte. No te sientas obligada.

—No  es  una  obligación  en  absoluto.  Díselo,  Pedro—sonrió  a  su  hermano,  que  fruncía el ceño.

—A los dos nos encantará —dijo él mirándola—. Ven, por favor.

—Lo haré.

—Estupendo —sonrió  Carolina—.  Me  dará  la  oportunidad  de  ponerme  el  vestido  que me he comprado en Milán.

Paula sintió  que  se  quedaba  sin  aire.  No  podía  ir  así.  No  era  la  cena  de  una  semana  antes  cuando  una  falda  y  una  chaqueta  habían  sido  lo  normal.  Sintió  que  igual no podía llegar al nuevo nivel.

—Cenaré  con  vosotros,  ahora  tendrán que  perdonarme,  tengo  mucho  que  hacer.  Disculpen.

Ni siquiera se atrevió a mirar a Pedro a los ojos. Se alejó recorriendo su armario mentalmente y pensando qué sería adecuado.

Pedro la  miró  alejarse.  Paula no  había  dicho  nada,  pero  por  su  rubor  sabía  que  había pensado que Carolina era su amante. Interesante. Quizá no fuera tan inmune como quería parecer.

—Es encantadora, Pedro. No puedo imaginarme por qué no me has hablado de ella.

La voz de Carolina lo distrajo.

—No  tengo  nada  que  contarte,  al  contrario  que  tú.  Así  que  vamos  a  mi  habitación para que me cuentes qué haces aquí.

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