jueves, 10 de mayo de 2018

Dulce Tentación: Epílogo

Paula respiró  el  aire  perfumado  de  junio  mientras  Carla comprobaba  por  enésima  vez  en  quince minutos  que  la  diadema  de  flores  que  tanto  ella  como  Bella  llevaban en el pelo no iba a caerse. Su  largo  vestido  de  seda  de  color  ostra  brillaba  bajo  el  sol  que  entraba  por  las  ventanas,  aunque  agradecía  la  chaquetita  de  encaje  porque  ocultaba  los  cardenales que tenía en los brazos de mover tantas cajas.Habían tenido que hacer cuatro viajes desde la pastelería al ático de Pedro para salvar  todo  lo  necesario,  pero  había  merecido  la  pena.  La  tarta  nupcial,  que  había  llevado  al  hotel  una  hora  antes,  era  en  opinión  de  la  siempre  alocada  Tamara:  «la  bomba». Carolina, con los rulos puestos, había levantado la tapa de uno de los contenedores y,  al  ver  la  tarta,  emitió  un  suspiro  de  satisfacción.  El  chef  de  repostería  del  hotel  donde tendría lugar el banquete se había limitado a encogerse de hombros antes de decirle que «no estaba mal». Pero Paula sabía que eso era un cumplido y se daba por satisfecha. Carla  se  puso  en  marcha  en  cuanto  Francisco  detuvo  el  Rolls  Royce  frente  a  la  iglesia.Un minuto antes de la hora prevista. Pablo estaría encantado.

Paula suspiró,  emocionada,  cuando Francisco ayudó  a  su  amiga  a  bajar  del  coche.  Estaba  tan  radiante  y  parecía  tan  feliz,  que  todo  el  trabajo  de  la  última  semana  mereció la pena.Y Pedro...Las últimas horas habían pasado en tal frenesí de actividad que Empezaba a  pensar  que  había  soñado  todo  lo  que  ocurrió  por  la  noche,  cuando  le  había  declarado su amor. El  pobre  Pedro apenas  había  tenido  tiempo  de  besarla  antes  de  que  lo  echasen  del ático, junto a Pablo y al resto de la familia.Y allí estaban, con Carla colocando la cola del vestido de Carolina antes de hacer un gesto de aprobación con la cabeza.Su  amiga  la  miró  por  encima  del  hombro  con  una  alegre  sonrisa  en  los  labios  antes  de  tomar  el  brazo  de  su  padre.  Sobre  sus  cabezas  empezaron  a  sonar  las  campanas  de  la  iglesia  y,  después  de  una  discreta  señal,  las  puertas  se  abrieron  y  empezó a sonar la música del órgano. Carolina y su padre comenzaron a desfilar por el pasillo. Los bancos a cada lado se hallaban  llenos  de  familiares  y  amigos,  que  se  volvieron  en  masa  para  mirar  a  la  novia.El  sol  de  junio  entraba  por  las  vidrieras  que  había  sobre  el  altar,  tiñendo  la  iglesia  de  rojo,  amarillo,  verde,  lila  y  azul,  en  contraste  con  los  ramos  de  rosas  amarillas que decoraban los bancos.

Paula caminaba  despacio,  buscando  con  la  mirada  al  hombre  alto  que  estaba  junto a Marcos y Pablo frente al altar. Llevaba  un  traje  de  chaqueta  gris  oscuro  y  estaba  tan  guapo  que  se  quedó  sin  aliento.  Y le sonreía porque para él era la mujer más preciosa del mundo. Cada  paso  que  daba  la  acercaba  un  poco  más  a  aquel  hombre  del  que  estaba  locamente  enamorada.  Y  de  todas  las  mujeres  a  las  que  hubiera  podido  elegir,  la  había elegido a ella para compartir su vida. Pedro la amaba. Era su nueva familia.En esos fuertes brazos sabía que encontraría su hogar y el amor para el resto de su vida.«De  modo  que  la  boda  de  Carolina al  final  ha  hecho  feliz  a  mucha  gente»,  pensó  Paula, emocionada.


FIN

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