Paula respiró el aire perfumado de junio mientras Carla comprobaba por enésima vez en quince minutos que la diadema de flores que tanto ella como Bella llevaban en el pelo no iba a caerse. Su largo vestido de seda de color ostra brillaba bajo el sol que entraba por las ventanas, aunque agradecía la chaquetita de encaje porque ocultaba los cardenales que tenía en los brazos de mover tantas cajas.Habían tenido que hacer cuatro viajes desde la pastelería al ático de Pedro para salvar todo lo necesario, pero había merecido la pena. La tarta nupcial, que había llevado al hotel una hora antes, era en opinión de la siempre alocada Tamara: «la bomba». Carolina, con los rulos puestos, había levantado la tapa de uno de los contenedores y, al ver la tarta, emitió un suspiro de satisfacción. El chef de repostería del hotel donde tendría lugar el banquete se había limitado a encogerse de hombros antes de decirle que «no estaba mal». Pero Paula sabía que eso era un cumplido y se daba por satisfecha. Carla se puso en marcha en cuanto Francisco detuvo el Rolls Royce frente a la iglesia.Un minuto antes de la hora prevista. Pablo estaría encantado.
Paula suspiró, emocionada, cuando Francisco ayudó a su amiga a bajar del coche. Estaba tan radiante y parecía tan feliz, que todo el trabajo de la última semana mereció la pena.Y Pedro...Las últimas horas habían pasado en tal frenesí de actividad que Empezaba a pensar que había soñado todo lo que ocurrió por la noche, cuando le había declarado su amor. El pobre Pedro apenas había tenido tiempo de besarla antes de que lo echasen del ático, junto a Pablo y al resto de la familia.Y allí estaban, con Carla colocando la cola del vestido de Carolina antes de hacer un gesto de aprobación con la cabeza.Su amiga la miró por encima del hombro con una alegre sonrisa en los labios antes de tomar el brazo de su padre. Sobre sus cabezas empezaron a sonar las campanas de la iglesia y, después de una discreta señal, las puertas se abrieron y empezó a sonar la música del órgano. Carolina y su padre comenzaron a desfilar por el pasillo. Los bancos a cada lado se hallaban llenos de familiares y amigos, que se volvieron en masa para mirar a la novia.El sol de junio entraba por las vidrieras que había sobre el altar, tiñendo la iglesia de rojo, amarillo, verde, lila y azul, en contraste con los ramos de rosas amarillas que decoraban los bancos.
Paula caminaba despacio, buscando con la mirada al hombre alto que estaba junto a Marcos y Pablo frente al altar. Llevaba un traje de chaqueta gris oscuro y estaba tan guapo que se quedó sin aliento. Y le sonreía porque para él era la mujer más preciosa del mundo. Cada paso que daba la acercaba un poco más a aquel hombre del que estaba locamente enamorada. Y de todas las mujeres a las que hubiera podido elegir, la había elegido a ella para compartir su vida. Pedro la amaba. Era su nueva familia.En esos fuertes brazos sabía que encontraría su hogar y el amor para el resto de su vida.«De modo que la boda de Carolina al final ha hecho feliz a mucha gente», pensó Paula, emocionada.
FIN
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