Era una locura que se hubiese dejado llevar por la situación, sabía lo que vendría después. Antes de que se diera cuenta se estarían besando. La sola idea le hacía temblar de anhelo y temor. No estaba preparada para una aventura y era lo bastante inteligente para saber que una aventura sería todo lo que habría con Pedro. Era un tiempo de fantasía limitado y no se lo podía permitir. Tenía que volver al tema del trabajo de alguna manera. Empezó a recoger los platos para evitar que le diera más crema.
—Creo que deberíamos desarrollar una sección de picnic.
Pedro se llevó otra cucharada a la boca y Paula trató el no mirar sus labios rodeando la cuchara.
—Una idea interesante —dijo él dejando la crema y recuperando el vino—. Quizá deberíamos ofrecer una selección entre la que elegir. ¿No quiere las delicias? Un poco de ensalada de arroz, quizá. Pollo en lugar de cordero. Una tarrina de chocolate en lugar de la crema tostada. ¿Qué te parece?
Lo que Paula pensaba era que probar un coche de competición no era lo mismo que ser su dueño, y hacer una prueba de una comida campestre romántica no era lo mismo que tener una. Pero el potencial seguía ahí y podía usar la imaginación. Sobre todo, después de esos momentos. Si hubiera estado enamorada de Pedro, y él de ella, y estuvieran así, comiendo de un modo decadente, disfrutando perezosamente de un buen vino.Para una pareja enamorada sería romántico. Y terminarían la tarde de un modo muy distinto a como la iba a terminar ella con Pedro. Y eso sería parte de la experiencia Cascade. ¿Cómo terminaría una pareja así el día? La mano de Paula se detuvo sobre los platos. Quizá volviendo al hotel y recurriendo al servicio de habitaciones. O vestidos con sus mejores galas y cenando en una de las mejores mesas del hotel, bailando en el reluciente parqué.
—¿Paula? —dijo él mirándola, sonriendo.
—Creo que suena maravilloso —respondió jugueteando con la manta.
Sopló una ráfaga de viento y se estremeció. Tenía que dejar de pensar así. Todo volvería a la normalidad y no había escapatoria. Si ni siquiera podía soportar que le tocara el hombro, ¿Cómo iba a relajarse lo bastante como para que hubiera más? Estaba cansada y había bajado las defensas. Estaba aturdida por el vino. Pero tendría que volver al hotel con Pedro, y pensar en pasar por el vestíbulo con él y la cesta de la comida hizo que le recorriera un escalofrío. No necesitaban rumores circulando entre el personal. Tenía que hacer que las cosas volvieran a lo estrictamente laboral.
—Podríamos hacer una variación para picnic de invierno. Sopa en un termo, pan y queso, cacao caliente y un postre.
Pedro empezó a meter los platos en la cesta.
—Eso es brillante. Podemos hacer algo estacional. Las Rocosas en invierno. Lo pondrás de moda.
Quizá el concepto, pero no la ejecución. Enamorarse y ser romántica estaba bien para algunas personas, pero no para ella. Ya no. Miró el perfil de Luca mientras envolvía las copas de vino en unas servilletas para que no se rompieran. Nunca volvería a permitirle a nadie hacerse con el control de su vida. Jamás. Además, Pedro sólo estaría allí unas semanas, para Año Nuevo se habría marchado. Cualquier atracción que pudiera sentir daba lo mismo. No tendría que preocuparse de sentimientos ni cosas difíciles. Sólo tenía que aguantar hasta que se marchara y después seguir con su vida. Una vida en la que nadie tuviera el poder de hacerle daño.
—¿Por qué no te tomas libre el resto de la tarde?
Pedro estaba de pie con la cesta en la mano. Paula se levantó, agarró la manta y la dobló. Era tentador, pero su coche seguía en el hotel y ya había haraganeado bastante. Aún tenía trabajo que hacer y quería acabar el día con una relación de trabajo en la cabeza, no con esa intimidad da la comida.
—Gracias por la oferta, pero mi coche sigue en el hotel.
Bajaron la colina. El dolor de cabeza por el estrés que había estado agazapado detrás de los ojos había desaparecido. Quizá él tuviera razón. Necesitaba relajarse más. Si había relajado con él, quizá demasiado.
—Vuelvo en un instante —murmuró cuando llegaron a la casita, donde dejó a Bobby después de comprobar que tenía agua.
Eduardo le abrió la puerta. Después entró Pedro y no pudo evitar fijarse en la tela de sus pantalones tensa sobre sus muslos. Mientras el coche bajaba la montaña, se recostó en el respaldo y lo estudió sin que fuese evidente. Llevaba la ropa con confianza. Parpadeó despacio deseando tener ella esa seguridad en sí misma. Agonizaba cada vez que tenía que pensar en qué ponerse. Pensó que estaría igual de guapo con cualquier ropa. Primero en el campo, después en una cena elegante... pero no se lo imaginaba a él solo, sino con ella, bailando en una reluciente pista.
—Ya hemos llegado —Paula oyó las palabras, pero la sensación de la tela en sus mejillas era suave y cálida—. Paula, odio despertarte, pero no podemos quedarnos en el coche para siempre.Oyó la voz de nuevo y supo que era Pedro.
Entonces se dió cuenta de que se había apoyado en su brazo. Se incorporó bruscamente y se separó de él. Su último pensamiento había sido de él con un esmoquin.
—Me he quedado dormida.
—Así es. Casi en cuanto el coche se puso en marcha.
—Lo siento mucho.
—No te preocupes. Está bien.La vergüenza le ardía en el rostro.
—Pero son diez minutos desde mi casa.
—Evidentemente, estabas cansada. Y relajada, ¿No?
No hay comentarios:
Publicar un comentario