jueves, 17 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 6

Volvía a estar demasiado cerca. Una parte de ella sentía pánico y, otra, atracción hacia él. Era mucho más fácil cuando discutían. Más fácil mantenerlo a distancia. No estaba  preparada  para  enfrentarse  a  su  encanto.  Ni  siquiera  parecía  saber  que  lo  poseía.

—Tráete a tus organizadores si te hace feliz.

 ¿Feliz? Estaba flirteando y ella no flirteaba jamás.

—Creo que mañana en mi despacho sería mucho mejor.

—Sí,  pero  tengo  que  tener  una  imagen  completa,  y  eso  incluye  conocer  la  calidad de la cena. Y cenar solo no constituye una buena experiencia de cena, en mi opinión.

Oh, era bueno. Suave y persuasivo y realmente lógico. No podría encontrar un buen argumento en contra. ¿Cómo le iba a decir que no salía a cenar con nadie? Que se iba a casa y hacía cena para una y se la comía con Tommy, su perro. Y que la razón real de todo eso no era de su incumbencia. Ni de la suya, ni de la de nadie. Nadie allí sabía cómo había escapado. Cómo aún miraba por encima del hombro.

—Una cena de trabajo.

—Por supuesto.No había una forma educada de salir de ahí. Estaba allí, había ido desde Italia, era  su  jefe  y  era  quien  mandaba,  le  gustase  o  no.  Lo  había  mantenido  todo  lo  lejos  que  había  podido  y  su  victoria  había  sido  pírrica.  Si  iban  a  trabajar  juntos  las  siguientes   semanas,   incluso   meses,   entonces   tenían   que   llegar a   un statu   quoamigable. Tragó saliva y sintió un nudo en el estómago. Tenía que saber que ella no tenía miedo. Tenía que saber que ponía al hotel y a sus trabajadores en primer lugar.

—Una cena, eso es todo. Y hablaremos de trabajo.

—Naturalmente.

—Nos veremos en el salón Panorama a las seis —se acercó a la puerta.

—Perfecto.

Cuando caminó hacia ella, abrió la puerta un poco demasiado deprisa. Él agarró la puerta por encima de su hombro y a ella le llegó el calor de su cuerpo. Demasiado cerca. No sabía si lo que hacía su pulso era por miedo o por regocijo. Se deslizó por la puerta abierta lo más deprisa que pudo.

—Nos vemos entonces —dijo Pedro con suavidad.

Ella se metió en el ascensor sin mirar atrás.

Faltaban  tres  minutos  para  las  seis  cuando  Paula se  detuvo  a  la  entrada  del  comedor  y  se  alisó  el  vestido.  Recorrió  la  sala  con  la  mirada,  pero  él  no  estaba.  El  alivio se mezcló con el enfado. No tendría que preocuparse de cómo hacía la entrada, pero  esperaba  que  fuera  puntual.  Quería  terminar  con  aquello  cuanto  antes.  Era  irritante  que  su  impresión  inicial  sobre  él  se  hubiera  confirmado.  Era  el  playboy  que había leído. Atractivo y suave. Trabajar juntos iba a volverla loca. La  llevaron  hasta  la  mejor  mesa  del  salón,  desde  donde  había  una  vista  impresionante  de  las  montañas  y  los  árboles  al  ocaso  del  sol.  No  había  pedido  esa  mesa en particular, era la habitualmente reservada para los clientes especiales. Sería un  error  que  la  ocupara  ella  cuando  podía  haber  algún  cliente  que  pagara  por  sentarse ahí. Bebió  un  sorbo  de  su  vaso  de  agua  y  esperó.  A  las  seis  y  diez  no  le  quedaban  uñas  de  tamborilear  en  la  mesa.  Dejó  de  hacerlo  bruscamente  cuando  él  entró  en  el  comedor. Dios,  era  hermoso.  Podía  admitirlo  cuando  estaba  a  esa  distancia.  Así  era  seguro. Estaba devastador con unos pantalones negros y una camisa blanca. Sacudió la  cabeza  y  suspiró.  Tenía  una  mano  en  el  bolsillo,  dijo  algo  a  dos  camareras  que  había delante de él y las dos rieron. Pedro  era el sueño de cualquier mujer. Menos de ella. Los sueños así no duraban. Pero  eso  no  significaba  que  no  pudiera  apreciar  el  envoltorio.  Y  para  un  momento  muy corto, supuso. Suponer era un lujo que no solía permitirse. Pero mirando a Pedro deseó saber cómo hacer para ser libre. Ser capaz de aceptar y de dar. Él se acercó a la mesa con paso grácil.

—Siento  llegar  tarde.  Me  he  entretenido  con  unos  correos  electrónicos  que  ha  enviado mi padre.

Ella apretó los labios, decidida a no ser comprensiva con él, pero Pedro se inclinó y le dió un beso de saludo en la mejilla. Se quedó paralizada. Él, sin ser consciente de su reacción, se sentó frente a ella.

—Estás muy guapa. ¿Has pedido algo ya?

¿Guapa? ¿Ella? Había ido a casa a dar de comer a Bobby y después el perro le había  manchado  la  ropa  y  había  tenido  que  cambiarse.  Llevaba  un  vestido  negro  sencillo de manga larga y con la falda por encima de la rodilla.No  era  todo  lo  de  trabajo  que  habría  querido, pero  era  muy  clásico  y  poco  sugerente.  Parecía  que  a  Pedro  le  salían  los  cumplidos  tan  fácilmente  como  las  garantías.

—Gracias,   y   no,   estaba   disfrutando   de   la   música   —dijo   con   voz   menos   estrangulada que como se sentía. Se  oía  de  fondo  una  grabación  reciente  de  jazz.

 No  le  había  prestado  mucha  atención, pero tenía que decir algo.Empezaba a estar claro que Pedro era alguien de contacto. Se sentía cómodo con los  gestos  físicos  como  los  besos  y  los  apretones  de  manos.  Debería  ayudarle  saber  que  eran  gestos  impersonales,  pero  ella  sabía  que  jamás  podría  ser  tan  táctil  con  la  gente. Era demasiado difícil. Y explicárselo era impensable.

—He pedido vino de camino. Quiero probar algo de la zona.

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