—No entiendo —Paula se separó de la barandilla para alejarse de los árboles susurrantes, de la cálida voz de Pedro.
¿Estaba hablando de castillos y de enamoramientos? Había dejado de creer en los cuentos de hadas mucho tiempo atrás.
—¿Cómo piensas conseguir todo eso?
Antes de que él respondiera, entró en la habitación, se quitó la manta de los hombros y se entretuvo en doblarla. Tenerla sobre los hombros le recordaba un abrazo y no le gustaba. Estaba empezando a quedar meridianamente claro que Luca y ella eran muy distintos. Ella tenía los pies en la tierra. Él, no.Pedro la siguió, la observó doblar la manta y, cuando terminó, le devolvió el vino.
—De momento sólo estoy recibiendo impresiones.
—Prefiero trabajar con hechos y, de momento, de lo único que te he oído hablar ha sido de neblinosas afirmaciones de... de grandeza —terminó un poco indecisa por la sensación de estar cruzando una línea invisible.
Aquello empezaba a parecer una discusión y se obligó a relajarse. Odiaba los conflictos. Si no hubiera sido porque el resto de los empleados confiaba en su liderazgo, se habría sentido tentada de darse la vuelta y marcharse en lugar de discutir. Pero era la directora y, si quería conservar ese trabajo tendría que luchar en las batallas que se plantearan. La gente dependía de ella. Gente que ya estaba allí cuando aquello se había convertido en su hogar, lo supieran ellos o no. Enderezó la espalda y alzó la vista.
—Ése es el problema con el Cascade —explicó Luca sirviéndose un poco más de vino en su vaso—. Todo está compartimentado. Una habitación habla de fría elegancia, otra es moderna y otra es rústica pero cómoda. Todas tienen un diseño admirable, pero sin unidad —extendió un poco las manos—. Tenemos que decidir qué es el Cascade. Qué significa, qué queremos lograr y, después, trabajar sobre eso. Si trabajamos en un aspecto cada vez, eso supondrá menos molestias para todos. El objetivo es hacer que todo represente al Alfonso Cascade.
—Eso costará una fortuna —dijo Paula con los ojos muy abiertos.
—Alfonso tiene buenos bolsillos.
—Por supuesto. Yo sólo... sopesaba coste y beneficio. El Bow Val... quiero decir, el Cascade ya está funcionando bien. Mira los números. Tenemos un nivel deocupación excelente, incluso en esta época del año.
—Ése no es ni remotamente el asunto.Y ahí era donde discrepaban. Era consciente de que no veían nada igual. Quizá fuera que tener dinero y seguridad hacía ver las cosas de un modo diferente. Pedro no había tenido que preocuparse de si comería al día siguiente, o de dónde dormiría, o de qué le deparaba el futuro, siempre había estado ahí. Pero su vida no era así. Su vida era hacer planes y contar dólares y centavos y hacer que el barco se moviera lo menos posible. Su vida era hacerse notar poco y no causar problemas. Y no había nada de malo en ello. Había llegado a donde estaba. Había trabajado tranquila pero eficientemente y había sido premiada con un ascenso.
—Si llevas a cabo todas esas grandes ideas, ¿Para cuando esperamos el informe de la oficina central diciendo que hay que reducir personal?
—Eso no sucederá.
—¿Lo puedes garantizar por escrito? Porque he visto ya cómo sucedía, los gastos son demasiado grandes y hay que reducir personal para compensarlos. ¿Piensas cerrar durante las reformas? ¿Qué va a hacer la gente mientras tanto? Cuentan con el sueldo para poner comida en la mesa. ¿Has pensado en eso?
Una sonrisa iluminó el rostro de Pedro y Paula se preparó para una oleada de encanto. Aquello era importante. Por mucho que deseara recular y decir: «Sí, señor, lo que quiera, señor», no podía hacerlo.
—Por supuesto que no voy a cerrar el hotel, no seas ridícula. Y si algunos empleados no son necesarios durante la reforma, se les pagarán esas vacaciones. ¿Eso te sirve?
—Lo quiero por escrito —reiteró Paula dejando el vaso en una mesa.
Él era el jefe, y se estaba moviendo peligrosamente cerca de la insubordinación. Pensó en la tímida chica que había entrado a trabajar allí hacía pocos años. Había sido la gente de ese hotel quien la había ayudado. No podía defraudarlos.
—Eres dura —dijo con un punto de irritación.
El encanto no le estaba funcionando.
—No soy una persona que dice «sí» a todo.
—Empiezo a darme cuenta —la miró y Paula sintió que se ruborizaba.
—Podríamos concertar una cita mañana para ver los detalles preliminares —sugirió ella.
—Tengo una idea mejor —Paula lo miró a los ojos y, por un momento, el aire entre los dos pareció zumbar. Él se metió una mano en el bolsillo del pantalón. Su mirada era cálida y sonreía—. Cena conmigo esta noche.
Paula dio dos pasos atrás sin saber si saltar por la ventana. Las alarmas saltaron en su cabeza.
—No.
—Aquí, en el hotel. Será una cena de trabajo. ¿Cómo decís por aquí? Palabra de scout. Sólo trabajo —se llevó un dedo a la frente.
—Es con dos dedos y una cena no es muy apropiada para el trabajo.
Pedro dió un paso adelante y dejó el vaso en una mesa con un sonido que resonó en el silencio.
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