¿No le interesaban los números? La preocupación se le agarró al estómago. ¿Qué iba a hacer con el hotel? ¿Derribarlo? Cada decisión que había tomado en los dos últimos años y medio había sido cuidadosamente meditada. Qué hacer, dónde vivir, qué ponerse, qué decir... Y empezaba a temer que no condujera a ningún sitio. Cada vez se corroboraba su impresión inicial: para él todo aquello era sólo un juego de niño rico. Pero era su forma de vida. Era todo lo que ella tenía. Había empezado desde la nada y a él se lo habían dado todo.
—¿Qué planes tienes para el Cascade? —le preguntó Paula mientras él servía un vaso de vino tinto y después otro, a pesar de que ella había declinado la invitación.
Volvió, le tendió el vaso y después se sentó en el brazo del sofá.
—Tengo muchos planes. Creo que modernizar el hotel va a ser divertido.
¿Divertido? A Paula se le cayó el corazón a los pies. Estupendo. Era encantador y guapo, eso no podía negarlo. Era el primer hombre que la estimulaba físicamente desde que había salido de Toronto. Entornó los ojos. Sabía que sentirse atraída por su apariencia sólo significaba que aún tenía ojos para ver. Pero que se tomara como un juego aquello de lo que dependía su vida, no le sentó nada bien.
—¿No crees que esa clase de decisiones deben ser sopesadas, examinadas?
—¿Qué diversión hay en eso? —bebió vino—. ¿No lo vas a probar? Lo he traído yo. Es un Nico, de los viñedos de mi mejor amigo, Daniel Nicoletti. Te gustará, es un buen montepulciano. Y un producto destacado en la lista Alfonso. Lo probó dubitativa y miró hacia abajo cuando su rico sabor le inundó el paladar. Sí, estaba bueno, pero ése no era el asunto.
—Me tomo mi trabajo muy en serio. No es un capricho del que disfrutar.
—Algunas veces los caprichos son las mejores cosas —sonrió de un modo encantador.
Paula bebió otro poco de vino y cruzó las piernas.
—Me gusta lo que hago.
¿Lo llamaría divertido? Seguramente no, pero tenía una sensación de compromiso. Trabajar en un hotel en medio de las majestuosas Rocosas le quedaba como un guante a sus cualidades de patito feo. Podía atisbar el cuento de hadas desde los márgenes. Se sentía protegida y tenía espacio para respirar. Pero divertido... No estaba segura de saber lo que era divertido.
—Pero eso no es lo mismo. Dime, Pau, ¿Qué te mueve? ¿Qué te hace levantarte por la mañana?«Que puedo hacerlo».Dejó a un lado la respuesta automática. No tenía que justificarse ante él. No tenía por qué saber que había tenido un resquicio por donde escapar, lo diferente que podría haber sido unos años antes.
—Esto no tiene nada que ver conmigo, es sobre lo que va a pasar con este hotel. Pablo Verbeek dimitió cuando lo compraste. ¿Qué más va a cambiar? El equipo está preocupado por los cambios y la inseguridad. Si empieza a haber cartas de despido, la moral se va desmoronar.
—Eso es lo primero que has dicho con lo que estoy de acuerdo.
Paula se enfureció. Pedro había aparecido por allí hacía como mucho cuatro horas y ya había decidido que en todo lo demás estaba equivocada. Sabía cómo hacer su trabajo y lo hacía bien, a pesar de ser novata. Aquello iba a ser otro caso de dueños que mandaban un emisario que ponía todo patas arriba y después se marchaban para que lo arreglara el personal. Suspiró. Todo había ido bien. ¿Por que tenía que suceder eso en ese momento?
—No sé qué decir. Es evidente que tenemos opiniones distintas y no tengo ningún deseo de provocar ningún desacuerdo. Eres el jefe —cruzó las manos, alguien tenía que mantener la lógica.
—Describe el Cascade en tres palabras.
—¿Lo dices en serio?
—Completamente. ¿Cuáles son las tres primeras palabras que se te ocurren cuando piensas en este hotel?
—Eficiencia, clase, rentabilidad —dijo las tres palabras con confianza.Tanto ella como el hotel se enorgullecían de ellas. Era la imagen que trataba de dar todos los días.
—Me lo temía —dejó de pasear por la habitación.
—¿Qué hay de malo en ellas? Tenemos un personal eficiente, un establecimiento elegante y todo es rentable. Deberías alegrarte.
—Ven aquí —se dirigió a la puerta del balcón y la abrió.
Ella lo siguió llevándose el vino con ella. ¿Qué demonios estaba pasando?
—Mira eso.La tarde caía y los rayos del sol se filtraban a través de las sombras de los árboles. Se le puso la piel de gallina por el frío.
—Sólo un minuto —murmuró él desapareciendo detrás.Cuando volvió le echó una manta por los hombros y le quitó el vaso de la mano.
Ella se puso tensa por el roce.
—Ahora, mira y dime, ¿Qué ves?
—El valle, los álamos, el río.
—No, Pau.
Su cuerpo estaba cerca, demasiado cerca, y trató de dominar el pánico que le crecía en el pecho. «Por favor, no me toques», rogó en silencio debatiéndose entre el temor y el desconocido anhelo de que él desobedeciera sus silenciosos ruegos. ¿Cómo sería que la acunara entre sus brazos? ¿Tortura o paraíso? Por cómo le latía el corazón supo que lo que sentía era pánico. Él se acercó y se agarró a la barandilla de acero. Respiró profundamente y cerró los ojos. Cuando los abrió, contempló la vista.
—Libertad. Ahora, lo que siento es libertad —su sonrisa era amplia y relajada—. Mira este sitio. Mira dónde estamos. No hay un sitio en el mundo como éste. El Cascade puede ser una joya en un hermoso reino. Salvaje y libre por fuera. Y por dentro... un lugar donde descansar, rejuvenecer, enamorarse. ¿Puedes sentir cómo te seduce, Pau?
Las lágrimas le escocían en los ojos, pero las contuvo. Libertad. Descanso.Rejuvenecimiento. Todo lo que había pasado años buscando y exactamente lo que había encontrado en aquel hotel.Y, con sus mejores intenciones, Pedro Alfonso estaba a punto de echarlo todo a perder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario