miércoles, 16 de mayo de 2018

Mi destino Eres Tú: Capítulo 4

¿No  le  interesaban  los  números?  La  preocupación  se  le  agarró  al  estómago.  ¿Qué  iba  a  hacer  con  el  hotel?  ¿Derribarlo?  Cada  decisión  que  había  tomado  en  los  dos  últimos  años  y  medio  había  sido  cuidadosamente  meditada.  Qué  hacer,  dónde  vivir, qué ponerse, qué decir... Y empezaba a temer que no condujera a ningún sitio. Cada vez se corroboraba su impresión inicial: para él todo aquello era sólo un juego de niño rico. Pero era su forma de vida. Era todo lo que ella tenía. Había empezado desde la nada y a él se lo habían dado todo.

—¿Qué planes tienes para el Cascade? —le preguntó Paula mientras él servía un vaso de vino tinto y después otro, a pesar de que ella había declinado la invitación.

Volvió, le tendió el vaso y después se sentó en el brazo del sofá.

—Tengo muchos planes. Creo que modernizar el hotel va a ser divertido.

¿Divertido? A Paula se le cayó el corazón a los pies. Estupendo. Era encantador y  guapo,  eso  no  podía  negarlo.  Era  el  primer  hombre  que  la  estimulaba  físicamente  desde que había salido de Toronto. Entornó los ojos. Sabía que sentirse atraída por su apariencia sólo significaba que aún tenía ojos para ver. Pero que se tomara como un juego aquello de lo que dependía su vida, no le sentó nada bien.

—¿No crees que esa clase de decisiones deben ser sopesadas, examinadas?

—¿Qué diversión hay en eso? —bebió vino—. ¿No lo vas a probar? Lo he traído yo. Es un Nico, de los viñedos de mi mejor amigo, Daniel Nicoletti. Te gustará, es un buen montepulciano. Y un producto destacado en la lista Alfonso. Lo  probó  dubitativa  y  miró  hacia  abajo  cuando  su  rico  sabor  le  inundó  el  paladar. Sí, estaba bueno, pero ése no era el asunto.

—Me tomo mi trabajo muy en serio. No es un capricho del que disfrutar.

—Algunas  veces  los  caprichos  son  las  mejores  cosas  —sonrió  de  un  modo  encantador.

Paula bebió otro poco de vino y cruzó las piernas.

—Me gusta lo que hago.

¿Lo llamaría divertido?   Seguramente no,   pero tenía   una   sensación   de   compromiso. Trabajar en un hotel en medio de las majestuosas Rocosas le quedaba como un guante  a  sus  cualidades  de  patito  feo.  Podía  atisbar  el  cuento  de  hadas  desde  los  márgenes.  Se  sentía  protegida  y  tenía  espacio  para  respirar.  Pero  divertido...  No  estaba segura de saber lo que era divertido.

—Pero eso no es lo mismo. Dime, Pau, ¿Qué te mueve? ¿Qué te hace levantarte por la mañana?«Que puedo hacerlo».Dejó  a  un  lado  la  respuesta  automática.  No  tenía  que  justificarse  ante  él.  No  tenía por qué saber que había tenido un resquicio por donde escapar, lo diferente que podría haber sido unos años antes.

—Esto no tiene nada que ver conmigo, es sobre lo que va a pasar con este hotel. Pablo  Verbeek  dimitió  cuando  lo  compraste.  ¿Qué  más  va  a  cambiar?  El  equipo  está  preocupado por los cambios y la inseguridad.  Si empieza a haber cartas de despido, la moral se va desmoronar.

—Eso es lo primero que has dicho con lo que estoy de acuerdo.

Paula se enfureció. Pedro había aparecido por allí hacía como mucho cuatro horas y  ya  había  decidido  que  en  todo  lo  demás  estaba  equivocada.  Sabía  cómo  hacer  su  trabajo  y  lo  hacía  bien,  a  pesar  de  ser  novata.  Aquello  iba  a  ser  otro  caso  de  dueños  que mandaban un emisario que ponía todo patas arriba y después se marchaban para que lo arreglara el personal. Suspiró. Todo había ido bien. ¿Por que tenía que suceder eso en ese momento?

—No  sé  qué  decir.  Es  evidente  que  tenemos  opiniones  distintas  y  no  tengo  ningún deseo de provocar ningún desacuerdo. Eres el jefe —cruzó las manos, alguien tenía que mantener la lógica.

—Describe el Cascade en tres palabras.

—¿Lo dices en serio?

—Completamente.  ¿Cuáles  son  las  tres  primeras  palabras  que  se  te  ocurren  cuando piensas en este hotel?

—Eficiencia, clase, rentabilidad —dijo las tres palabras con confianza.Tanto ella como el hotel se enorgullecían de ellas. Era la imagen que trataba de dar todos los días.

—Me lo temía —dejó de pasear por la habitación.

—¿Qué  hay  de  malo  en  ellas?    Tenemos  un  personal  eficiente,  un  establecimiento elegante y todo es rentable. Deberías alegrarte.

—Ven aquí —se dirigió a la puerta del balcón y la abrió.

Ella lo siguió llevándose el vino con ella. ¿Qué demonios estaba pasando?

—Mira eso.La  tarde  caía  y  los  rayos  del  sol  se  filtraban  a  través  de  las  sombras  de  los  árboles. Se le puso la piel de gallina por el frío.

—Sólo un minuto —murmuró él desapareciendo detrás.Cuando  volvió  le  echó  una  manta  por  los  hombros  y  le  quitó  el  vaso  de  la  mano.

Ella se puso tensa por el roce.

—Ahora, mira y dime, ¿Qué ves?

—El valle, los álamos, el río.

—No, Pau.

Su  cuerpo  estaba  cerca,  demasiado  cerca,  y  trató  de  dominar  el  pánico  que  le  crecía en el pecho. «Por favor, no me toques», rogó en silencio debatiéndose entre el temor  y  el  desconocido  anhelo  de  que  él  desobedeciera  sus  silenciosos  ruegos.  ¿Cómo sería que la acunara entre sus brazos? ¿Tortura o paraíso? Por cómo le latía el corazón supo que lo que sentía era pánico. Él se acercó y se agarró a la barandilla de acero. Respiró profundamente y cerró los ojos. Cuando los abrió, contempló la vista.

—Libertad. Ahora, lo que siento es libertad —su sonrisa era amplia y relajada—.  Mira  este  sitio.  Mira  dónde  estamos.  No  hay  un  sitio  en  el  mundo  como  éste.  El  Cascade puede  ser  una  joya  en  un  hermoso  reino.  Salvaje  y  libre  por  fuera.  Y  por  dentro... un lugar donde descansar, rejuvenecer, enamorarse. ¿Puedes sentir cómo te seduce, Pau?

Las lágrimas le escocían en los ojos, pero las contuvo.  Libertad. Descanso.Rejuvenecimiento. Todo   lo   que   había   pasado   años   buscando y exactamente lo que había encontrado en aquel hotel.Y,  con  sus  mejores  intenciones,  Pedro Alfonso estaba  a  punto  de  echarlo  todo  a  perder.

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