jueves, 3 de mayo de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 33

Paula entró en el salón secándose las manos en un paño para preguntar si quería tomar el café en la terraza... Pero  Pedro estaba  tumbado  en  un  sofá  enorme  de  piel,  dormido,  y  los  zapatos  tirados sobre la alfombra.El  tiempo  pareció  detenerse  mientras  lo  miraba,  observando  cómo  su  pecho subía y bajaba suavemente, con los músculos de su torso marcándose bajo la camisa. Al  fijarse  en  la  sombra  de  barba  algo  se  encogió  dentro  de  ella  y  su  pobre  corazón  aceleró el ritmo. Sin pensar, tomó su chaqueta de la silla y se la llevó a la cara para olerla. Olía a cuero, a after shave, a ropa limpia... y algo más. El mismo aroma que respiraba cuando él estaba cerca. Aquel aroma era Pedro. «¿Cómo sería apretar la cara contra su piel cuando estuviera recién salido de la ducha?», se preguntó.«Deja de pensar tonterías», se dijo. «Vete de aquí antes de que se despierte y te encuentre oliendo sus cosas». Dejando escapar un suspiro, lo despertó.

—¿Cuánto tiempo llevo dormido? Lo siento —se disculpó, incorporándose.

—Sólo  unos  minutos.  Y  no  tienes  que  disculparte.  Llevas  un  par  de  días  sin  parar, es lógico.

—Estás siendo demasiado amable. Ven, siéntate a mi lado y habla conmigo un ratito —Pedro golpeó el sofá con la mano.

—¿Qué quieres saber?

—No sé... empecemos por el trabajo. ¿Por qué trabajas en la Pastelería Chaves en lugar de trabajar en un banco?

—Ah,  muy  sencillo.  Estar  tumbada  en  una  cama  de  hospital  te  da  mucho  tiempo  para  pensar  en  tus  prioridades.  Además,  siempre  fue  mi  sueño  retirarme  y  abrir una pastelería.

—¿Y por qué tú eres la única pastelera?

—Por falta de dinero. No puedo contratar a un equipo, pero Laura empieza sus estudios de catering en septiembre y el resto del tiempo será mi aprendiz... ¿Qué? No sacudas la cabeza.

—¿Laura?  Debes  de  tener  mucha  fe  para  invertir  tu  tiempo  y  tu  dinero  en  esa chica.

—Esa chica está cuidando de una madre enferma desde los trece años. Y es una buena cocinera, te lo aseguro. Ahora sólo tiene que aprender repostería.

—Tienes  razón.  Yo  sé  lo  que  es  cuidar  de  tu  familia  cuando  aún  eres  un  adolescente,  así  que  Laura debe  de  ser  una  chica  muy  especial.  Le  deseo  suerte  —sonrió Pedro—. Bueno, suerte para las dos, supongo. Pero eso no hace que tu vida sea menos solitaria.

—¿Y quién ha dicho que mi vida sea solitaria? —protestó Paula.

—No,  es  verdad,  no  lo  has  dicho.  ¿Volviste  a  trabajar  en  el  banco  al  salir  del  hospital?

Ella negó con la cabeza.

—Volví a Inglaterra en cuanto me dieron permiso para viajar. Los médicos de la empresa  estuvieron  de  acuerdo  en  que  mi  cuerpo  ya  no  estaba  preparado  para  el  estrés  de  mi  trabajo  en  el  banco.  Y  entonces,  de  repente,  Walter  Chaves y  su  mujer  anunciaron  que  iban  a  vender  su  parte  de  la  pastelería  para  irse  a  vivir  a  Austria  y  querían  que  mi  madre  se  fuera  con  ellos.  Un  mes  después,  decidí  comprar  la  pastelería y, como puedes ver, sigo aquí.

—¿Y tu carrera?

—Mi  jefe,  mis  amigos...  incluso  mi  madre,  pensaban  que  volvería  a  mi  trabajo  en  seis  meses,  pero  se  equivocaron.  Me  encanta  vivir  en  Londres.  Algunos  de  mis  mejores recuerdos están aquí, en la Pastelería Chaves.

—¿Entonces lo dejaste todo... tus amigos, tu trabajo, tu estilo de vida? ¿Todo lo que tenías?

—Lo cambié por lo que tengo ahora.

—¿Y no lo lamentas?

—A veces, algunas cosas. Echo de menos tener un enorme cuarto de baño, por ejemplo.  Las  cuentas  de  gastos...  y  unas  vacaciones  de  vez  en  cuando  no  estarían  mal.

—¿Y  dónde  estaba  tu  novio  cuando  ocurrió  todo  eso?  Caro me  ha  hablado  de  Marcos, el testigo de Pablo en la boda. ¿Estaba contigo cuando te dispararon?

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