Paula entró en el salón secándose las manos en un paño para preguntar si quería tomar el café en la terraza... Pero Pedro estaba tumbado en un sofá enorme de piel, dormido, y los zapatos tirados sobre la alfombra.El tiempo pareció detenerse mientras lo miraba, observando cómo su pecho subía y bajaba suavemente, con los músculos de su torso marcándose bajo la camisa. Al fijarse en la sombra de barba algo se encogió dentro de ella y su pobre corazón aceleró el ritmo. Sin pensar, tomó su chaqueta de la silla y se la llevó a la cara para olerla. Olía a cuero, a after shave, a ropa limpia... y algo más. El mismo aroma que respiraba cuando él estaba cerca. Aquel aroma era Pedro. «¿Cómo sería apretar la cara contra su piel cuando estuviera recién salido de la ducha?», se preguntó.«Deja de pensar tonterías», se dijo. «Vete de aquí antes de que se despierte y te encuentre oliendo sus cosas». Dejando escapar un suspiro, lo despertó.
—¿Cuánto tiempo llevo dormido? Lo siento —se disculpó, incorporándose.
—Sólo unos minutos. Y no tienes que disculparte. Llevas un par de días sin parar, es lógico.
—Estás siendo demasiado amable. Ven, siéntate a mi lado y habla conmigo un ratito —Pedro golpeó el sofá con la mano.
—¿Qué quieres saber?
—No sé... empecemos por el trabajo. ¿Por qué trabajas en la Pastelería Chaves en lugar de trabajar en un banco?
—Ah, muy sencillo. Estar tumbada en una cama de hospital te da mucho tiempo para pensar en tus prioridades. Además, siempre fue mi sueño retirarme y abrir una pastelería.
—¿Y por qué tú eres la única pastelera?
—Por falta de dinero. No puedo contratar a un equipo, pero Laura empieza sus estudios de catering en septiembre y el resto del tiempo será mi aprendiz... ¿Qué? No sacudas la cabeza.
—¿Laura? Debes de tener mucha fe para invertir tu tiempo y tu dinero en esa chica.
—Esa chica está cuidando de una madre enferma desde los trece años. Y es una buena cocinera, te lo aseguro. Ahora sólo tiene que aprender repostería.
—Tienes razón. Yo sé lo que es cuidar de tu familia cuando aún eres un adolescente, así que Laura debe de ser una chica muy especial. Le deseo suerte —sonrió Pedro—. Bueno, suerte para las dos, supongo. Pero eso no hace que tu vida sea menos solitaria.
—¿Y quién ha dicho que mi vida sea solitaria? —protestó Paula.
—No, es verdad, no lo has dicho. ¿Volviste a trabajar en el banco al salir del hospital?
Ella negó con la cabeza.
—Volví a Inglaterra en cuanto me dieron permiso para viajar. Los médicos de la empresa estuvieron de acuerdo en que mi cuerpo ya no estaba preparado para el estrés de mi trabajo en el banco. Y entonces, de repente, Walter Chaves y su mujer anunciaron que iban a vender su parte de la pastelería para irse a vivir a Austria y querían que mi madre se fuera con ellos. Un mes después, decidí comprar la pastelería y, como puedes ver, sigo aquí.
—¿Y tu carrera?
—Mi jefe, mis amigos... incluso mi madre, pensaban que volvería a mi trabajo en seis meses, pero se equivocaron. Me encanta vivir en Londres. Algunos de mis mejores recuerdos están aquí, en la Pastelería Chaves.
—¿Entonces lo dejaste todo... tus amigos, tu trabajo, tu estilo de vida? ¿Todo lo que tenías?
—Lo cambié por lo que tengo ahora.
—¿Y no lo lamentas?
—A veces, algunas cosas. Echo de menos tener un enorme cuarto de baño, por ejemplo. Las cuentas de gastos... y unas vacaciones de vez en cuando no estarían mal.
—¿Y dónde estaba tu novio cuando ocurrió todo eso? Caro me ha hablado de Marcos, el testigo de Pablo en la boda. ¿Estaba contigo cuando te dispararon?
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