Brenda llegó con una botella y se dispuso a descorcharla, pero Pedro se la quitó de las manos.
—Gracias, Brenda, pero puedo hacerlo yo.
Paula lo miró con la cabeza inclinada. Acababa de llegar y tenía el horario cambiado aún, pero había sido capaz de acordarse del nombre de Brenda. No pudo evitar quedar impresionada. Mostraba una atención por los detalles que la sorprendía y eso no era frecuente. Sacó el corcho y dejó la botella en la mesa.
—No has dicho nada.
—Estoy esperando a entrar en la parte de trabajo de la cena.
Apretó los labios y lo miró de soslayo. Un trato era un trato. Mientras hablaran del Cascade no habría problemas.
—Resuelta —dijo sirviendo el vino—. Me gusta. Significa que estás concentrada.
—Un cumplido.
—Quizá. Me reservo el juicio. Espero también ver si eres rígida, testaruda y si piensas que siempre tienes razón.
—No me disculpo por ser organizada y eficiente —dijo tras beber un poco de agua.
—No deberías. Son cualidades admirables.
Paula miró por la ventana. Nunca había conocido a un hombre así. En Pedro había algo que lo hacía diferente y no era capaz de identificarlo. Resultaba muy sofisticado con su pelo cuidadosamente revuelto y el modo en que llevaba abierto el cuello de la camisa. En la mano derecha llevaba un anillo liso, nada ostentoso. Casi parecía antiguo. En el centro del óvalo de oro había un lirio. El mismo que en el logotipo de la empresa. La única joya que llevaba. Su conducta sugería que era un playboy, pero había algo más.
—Vamos a pedir —dijo él haciendo que dejara de mirar el anillo—. Podemos hablar de la comida y de lo que llegará a ser el Cascade —abrió la carta.
—¿Así?
—Por supuesto.
Paula miró su carta, aunque podría recitarla de memoria. Todo en él la sacaba de quicio.
—Deberíamos cambiarnos de mesa. Normalmente hay lista de espera por ésta y los huéspedes van primero.
—No hace falta, ya me he ocupado.
—¿Y cómo, si puedo preguntar, lo has hecho?
—Llamé y hablé con un amable caballero que está aquí celebrando con su esposa su veinte aniversario. Le he explicado quién era y le he dicho que el hotel estaría encantado de invitarlo a él y a su esposa a una cena de cinco platos en su habitación y a una botella de champán.
Paula lo miró boquiabierta sin poder evitarlo. Calculó mentalmente el precio de algo así. Era egoísta. Indulgente. Y todo por conseguir la mejor mesa.
—Habría sido más fácil y más barato cenar en otra mesa.
—Quizá —dijo Pedro con una sonrisa en los labios—, pero ellos tendrán un aniversario para recordar y yo disfruto de verte en la mejor mesa de la casa. Es... ¿cómo diría? Una obviedad.
—Es autoindulgente —dijo ignorando el cumplido.
—Por supuesto. ¿No debería ser indulgente el Cascade?
—¡Esa indulgencia nos va a sacar del negocio! —dijo casi en un susurro.
Se acercó un camarero a tomar nota. Sin perder un instante, Pedro pidió crema de calabaza de temporada y salmón, mientras que ella siguió mirando la carta. Con la conversación, se le había olvidado lo que quería.
—¿La pasta, señorita Chaves? —sugirió el camarero.
Paula cerró el cuaderno y asintió. Se llevaron las cartas y Pedro se inclinó hacia delante acercándose lo bastante como para que ella pudiera sentir el masculino aroma de su colonia. Cara y exclusiva, algo perfecto para él. Se le dilataron las pupilas cuando él le pasó un dedo por la muñeca. Le sorprendió tanto que ni siquiera fue capaz de apartar la mano.
—Los señores Townsend tendrán una noche de aniversario incomparable. El señor Townsend es un importante abogado, ¿Lo sabías? Su mujer está vinculada a numerosas obras benéficas. ¿Qué crees que les dirán a sus amigos cuando vuelvan a casa? ¿Que la habitación era preciosa? ¿Que las montañas eran espléndidas? Podrían decir eso de casi todos los hoteles de la zona —retiró el dedo de la delicada piel de su muñeca y la miró a los ojos—. Señalará lo especiales que se han sentido. La deliciosa cena que le sirvieron en la habitación unos excelentes camareros. Hablarán del champán y la rosa que le han regalado a la señora Townsend —se echó hacia atrás con gesto satisfecho—. No subestimes el poder de un cliente satisfecho, Paula. Recuperaremos con creces el dinero gastado. Los Townsend volverán. Y con ellos traerán una fila de amigos y parientes. Recordarán el romanticismo —alzó las cejas—. Eso es. Eso es en lo que necesita convertirse el Cascade. Saca tu agenda, Paula.
Cambiaba de tema con tanta frecuencia que le estaba costando seguirlo.
—¿De qué demonios estás hablando?
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