Paula tenía los labios hinchados de tantos besos y los ojos somnolientos. Él le acarició la boca, pensando que nunca se cansaría de ella. Estaba exhausto de hacer el amor, pero seguía queriendo tumbarse a su lado, abrazándola. Tal vez, Alfredo Chaves había encontrado, al fin, su punto débil. Un talón de Aquiles que él mismo había ignorado hasta ese momento.
—Supongo que tenemos que levantarnos —comentó ella.
—Estaba pensando en llevarte al dormitorio.
—¿Y a qué estás esperando?
Pedro la tomó en sus brazos. Paula le rodeó los hombros, rozándolo con el pelo mientras la llevaba escaleras abajo.Era una delicia estar así, entre sus brazos, en su yate, pensó ella.
—¿Qué estás pensando? —preguntó él, cuando se dió cuenta de que Paula lo estaba mirando.
—Que esto es exactamente lo que necesitaba.
Pedro sentía lo mismo, pero no estaba dispuesto a admitirlo en voz alta. Sabía que debía tener cuidado, si no quería perder las riendas. Y sabía que aquello no había hecho más que empezar. Quería seguir haciéndole el amor, pues de ninguna manera se había saciado aún. La contempló tumbada en el centro de su cama. Quería más de ella.
—Tengo que ir a lavarme —dijo él.
No era romántico, pero el sexo no tenía por qué ser romántico. Descalzo, se fue al baño, se lavó y volvió a la cama con una toalla húmeda ytemplada para limpiarla con suavidad entre las piernas. Después, ella se acurrucó a su lado bajo el edredón. Pedro la rodeó con sus brazos y sintió el cálido aliento de ella en el pecho. Hasta entonces, no se había dado cuenta de que ella no había dicho nada desde que la había llevado al dormitorio.
—¿Estás bien? —preguntó él, acariciándole la espalda.
Ella se encogió de hombros.
—¿Paula?
—¿Sí?
—Habla conmigo —pidió él.
Quería conocer sus secretos. Sabía que, en ese momento, los dos eran vulnerables.
—No estoy segura de qué decir. Creí que podía acostarme contigo y seguir manteniendo las distancias durante las negociaciones, pero ahora ya no estoy tan segura. Igual esto no ha sido buena idea.
Pedro la miró a los ojos.
—Yo tampoco lo sé, pero creo que ha sido inevitable. No podíamos seguir esperando.
—¿Por qué?
—La atracción que sentimos es demasiado intensa —señaló él, sin querer reconocer del todo lo mucho que la necesitaba.
—Así es.
—Durante todo el día, me he estado distrayendo con tu escote cada vez que te inclinabas hacia delante para señalar algo en el mapa.
Paula se rio con suavidad.
—Lo recordaré la próxima vez.
—Seguro que sí. No le demos más vueltas —sugirió él—. Ahora no estamos negociando. Solo somos dos personas, un hombre y una mujer.
—Lo dices como si fuera muy fácil. Pero yo sé que todo tiene sus consecuencias.
—¿Y las consecuencias tienen que ser siempre malas?
—No, claro. Pero temo lastimar a mis abuelos… otra vez.
Pedro se incorporó sobre el codo, para observarla mejor.
—Cuéntamelo. ¿Qué has hecho para lastimarlos antes?
Paula se abrazó a sí misma, con un gesto que a Pedro no le gustó. Ella no tenía por qué sentirse desprotegida a su lado.
—No creo que sea una historia adecuada para contártela esta noche. Ya te hablaré de ello otro día —dijo ella.
—¿Mañana? —preguntó él—. ¿Después de prepararme la cena?
—No seas tan directivo —replicó ella, sonriendo.
—Es parte de mi encanto.
—Creo que sobreestimas tu encanto.
—¿De verdad?
—Bueno, solo un poco —respondió ella, acariciándole el pecho.
Pedro dejó de tener ganas de hablar. Solo quería hacerle el amor y sostenerla entre sus brazos mientras los dos se rendían al sueño.
A la mañana siguiente, Pedro se duchó en el baño de invitados y le dejó a Paula el de la habitación principal. Antes, recogió le ropa de ella y se la extendió en la cama,para que la encontrara cuando saliera de la ducha. Desde la primera vez que la había visto, se había sentido fuera de combate.Aquello no estaba bien, pues él era un hombre de negocios y no podía dejarse embaucar por una mujer. Además, no debía olvidar que Paula no era solo una mujer hermosa. También era un poderoso adversario. Sin embargo, de alguna manera, sabía que algo había cambiado en sus planes. Y,por mucho que hubiera querido mantener separados los negocios y su vida personal,la frontera se había difuminado.
Su agenda electrónica sonó, sacándole de sus pensamientos. Era un aviso de la reunión que tenía a las diez de la mañana con Sergio Strong. Todavía le quedaba una hora para prepararse, pero no iba a poder ser puntual si tenía que llevar el barco al muelle y dejar a Paula en su hotel, pensó.
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