—Así, podremos actuar como has dicho, como dos personas que se sienten atraídas.
—¿Y tener una aventura sin consecuencias?
—Exacto. No tenemos por qué hablar de nuestras familias ni de sus intereses empresariales. Podemos actuar solo como dos personas que se han conocido y tienenuna historia juntas.
—¿Que termina cuando yo vuelva a casa?
A Pedro no le gustaba pensar que ella iba a volver a Nueva York, pero trató de responder de forma lógica y racional.
—Si eso es lo que los dos queremos, sí.
Ella se soltó de su mano, dejó de caminar y se giró para contemplar el mar. Pedro deseó conocerla lo suficiente para poder adivinar sus pensamientos.
—Ojalá pudiera ser tan sencillo —comentó ella—. Pero los dos sabemos que no es posible…
—No acepto un no por respuesta.
Paula lo miró y vio en sus ojos una chispa de determinación. Lo suyo no podía ser más que una aventura, sin compromiso. Pero él quería tenerla en su cama antes de tener que negociar con ella en la sala de juntas.
—No voy a dejar que me obligues a tomar una decisión como esta.
—¿Es eso lo que estoy haciendo o es lo que quieres pensar?
Ella se acercó, meneando las caderas. Pedro se quedó en blanco; necesitaba que esa mujer fuera suya. Y no iba a dejar que nada se interpusiera.
—Sé bien lo que pienso, Pedro Alfonso—aseguró ella, deteniéndose a unos milímetros de él—. Y sé muy bien lo que quiero.
Entonces, Paula se puso de puntillas, le agarró de la nuca y le plantó un beso que hizo que él se olvidara del mundo. Pedro se dejó embriagar por las sensaciones que lo recorrían. Tenía los pechos de ella pegados contra el torso. Su suave pelo le rozaba la mejilla. En ese momento, sintió su cálida lengua en la boca, deslizándose despacio, saboreándolo. Y él se dejó hacer. Diablos, aquella mujer era imparable. Había tomado las riendas y lo había dejado anonadado. Pedro la sujetó de la cintura, apretándola contra sí. Cuando ella iba a retirar la lengua, él se la sujetó con los labios. Un gemido escapó de su dulce boca. Pedro frotó su erección contra los muslos de ella, haciéndola gemir de nuevo. Aquella era la clase de negociación que él quería. Los dos. A solas. Un hombre contra una mujer. Y que el ganara el mejor. Paula había olvidado lo que era tomar las riendas en el terreno sexual. Solía hacerlo a todas horas en el trabajo, pero aquello era privado. Y le gustaba. Una embriagadora mezcla de pasión y poder la consumían. Había dado rienda suelta a su yo más oculto, más apasionado. No solo por la excitación que sentía por él, también porque necesitaba liberar su verdadera feminidad. Lo tomó de la mano y lo guió de regreso al hotel.
—¿Por qué perder el tiempo aquí cuando podemos estar en mi habitación?
—¿Tu habitación? Pensé que tenías dudas…
—Piensas demasiado —repuso ella. Tomar el control de la situación jugaría a su favor a la hora de negociar, se dijo—. Me gusta la idea de fingir una aventura de vacaciones. Hace mucho tiempo que no lo hago y estar contigo… bueno, digamos que eres el entretenimiento perfecto.
Pedro frunció el ceño, pero a ella no le importó. No era una tonta. Sabía que,aunque él también la deseaba, estaría calibrando de qué manera iba a utilizar su atracción en propio beneficio. Pero Paula no iba a permitirle hacerlo. Solo necesitaba una distracción, algo que lehiciera olvidar el pasado mientras estaba en Miami. Y Pedro era perfecto para el papel.
—Si estuviéramos de vacaciones, ahora iríamos a mi habitación —susurró ella,besándole el cuello.
Pedro asintió.
—Pero no estamos de vacaciones.
—¿Has cambiado de idea?
—No. Pero no me gusta la rapidez con que has cambiado de idea tú. ¿Qué está pasando por esa hermosa cabecita?
Ella se apartó. No podía seguir adelante. No estaba bien invitar a su habitación a un hombre de forma tan impulsiva. Él tenía razón. ¿En qué estaba pensando?, se reprendió a sí misma.
—Nada —negó ella—. Creo que ha sido un momento de locura transitoria, pero ya se me está pasando.
Paula se sintió pequeña y rechazada. Nunca antes había sido tan directa con un hombre. El vestido y la forma en que Pedro la había tratado le habían hecho sentir sexy, una tigresa. Pero, en ese momento, comenzó a darse cuenta de que seguía siendo solo Paula.
—Creo que deberíamos volver al hotel. Tengo que refrescarme antes de la cena.Nos veremos allí.
Ella se giró para irse. Quería, cuanto antes, refugiarse en la soledad de su habitación para poder pensar con calma.
—No. No voy a dejarte escapar —señaló él, tomándole de la mano—. ¿Qué te pasa?
Paula meneó la cabeza y tragó saliva.
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