—Sí. Soy copropietario de un club nocturno, ¿Recuerdas? —replicó él—. ¿Has bailado con muchos hombres?
—¿Estás celoso?
—Mucho —confesó él, acercándose. La acorraló contra la pared, junto al ascensor,hasta que sus labios casi se tocaron—. ¿Con quién has bailado?
—Con mis primos y mi hermano, pero me imaginaba que eras tú —admitió ella con los ojos entrecerrados—. Aunque debería habérmelo callado.
—No, has hecho muy bien en decírmelo —aseguró él, sintiendo que su tensión se relajaba.
Con suavidad, Pedro la besó en los labios y ella le rodeó el cuello con las manos.
—¿Eres buen bailarín? —quiso saber él cuando sus bocas se separaron.
—No lo sé. Nadie se ha quejado nunca.
—Sabía que dirías algo así. ¿Te gusta tenerme entre tus brazos?
Pedro se dió cuenta de que estaba un poco pasada de copas. De otra manera, ella no estaría diciendo esas cosas.
—Sí. ¿Te gusta a tí estar entre mis brazos?
—Claro que sí. Pero solo eres un rollo de vacaciones, no lo olvides —repuso ella.
—No lo olvidaré. ¿Qué habitación tienes?
—La número 3106. ¿Por qué?
—Creo que sería mejor ir a tu habitación en vez de estar en medio del pasillo.
—Buena idea. Estoy cansada, Pedro.
—Lo sé, tesoro.
—¿Tesoro? ¿Me has llamado tesoro?
—Sí. ¿Alguna objeción?
—No. Me gusta, pero todavía no nos conocemos lo bastante como para que me llames así.
—Eso podemos arreglarlo.
—¿Ah, sí?
—Sin duda.
—¿Dices siempre lo que piensas?
—A veces. Contigo, no puedo evitarlo. Al parecer, algo en tí me hace decir siempre la verdad.
Ella rió con un sonido delicioso para los oídos de Pedro. La ayudó a abrir la puerta de su habitación.
—Me hubiera gustado que vinieras antes.
—No es verdad. Has estado rehuyéndome.
—Tienes razón —admitió ella—. Pero una parte de mí quería traerte aquí. Es mucho más fácil comenzar una aventura si no tienes tiempo para sopesar las consecuencias.
—Así es. Pero no vamos a empezar nada esta noche.
—¿No? ¿Por qué no?
Pedro se inclinó y la besó. Los labios de ella estaban llenos de pasión y dulzura y, almismo tiempo, del sabor mentolado de los mojitos que llevaba bebiendo toda la noche. Él quería que ella estuviera en plena posesión de sus facultades cuando se convirtieran en amantes. Paula lo rodeó con sus brazos y lo miró.
—Me gusta abrazarte.
—Y a mí. Nunca había conocido a una mujer que encajara tan bien entre mis brazos. Tu cabeza me llega justo a la altura del hombro, tus pechos se amoldan a la perfección sobre el mío —señaló él y le acarició la espalda, hasta las caderas—. Y tus caderas están justo donde deben estar.
—Sí, estoy de acuerdo —susurró ella, frotándose contra él—. ¿Estás seguro de queno quieres quedarte conmigo esta noche?
—No, no estoy seguro —repuso él.
De todos modos, no iba a quedarse. Deseaba Paula, pero quería poseerla a su manera. Tampoco quería que fuera un encuentro de una sola noche. La rodeó con sus brazos y la besó con intensidad. Luego, tuvo que hacer un esfuerzo titánico para apartarse de ella.
—Buenas noches, Paula—dijo él y salió de su habitación.
¿Una aventura de vacaciones? Eso no se lo creía ni él, pensó Pedro. Todavía no se había acostado con ella y ya le importaba más de lo que quería admitir.
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