—No estoy escondida. Solo estaba descansando.
—¿De la familia? —inquirió su hermano—. Supongo que, si no estás acostumbrada,pueden ser un poco agotadores.
Paula estaba de acuerdo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había asistido a una reunión familiar y no estaba segura de encajar. Le parecía una fiesta demasiado ruidosa y abarrotada.
—¿Tú sí estás acostumbrado?
—Es lo único que conozco —repuso Gonzalo, encogiéndose de hombros.
—¿Qué te parecería venir a Nueva York y vivir un tiempo conmigo?
Paula quería que su hermano conociera mundo y viera otras cosas aparte de su barrio, pero hasta entonces Gonzalo siempre se había negado a ir con ella a la gran ciudad.
—Lo he pensado, Pau, pero no creo que quiera hacerlo. Me gusta Miami y la familia y todo esto. No quiero irme de aquí.
Paula asintió. Comprendía lo que Gonzalo sentía. Cuando ella se había marchado,lo había pasado fatal. Había sufrido mucho por estar lejos de su hogar. Aquel primer mes de octubre en Nueva York le había parecido tan frío que había estado a punto de regresar. Solo la vergüenza por lo que había pasado se lo había impedido. Y había necesitado mucho tiempo para armarse de valor y convertirse en la mujer fuerte que era.
—Si cambias de idea, sabes que siempre serás bienvenido.
—Lo sé, hermana. ¿Qué te parece mi música?
—Me encanta. Eres un excelente DJ.
—Lo sé —repuso su hermano con una sonrisa arrogante—. Voy a utilizar a Pedro Alfonso para pinchar en Luna Azul.
—¿Cómo? No es un hombre que se deje utilizar fácilmente —señaló Paula.
Además, ella prefería que su hermano y Justin no pasaran mucho tiempo juntos.
—Él quiere algo de nosotros y yo le ayudaré a obtenerlo si él me ayuda a mí — afirmó Gonzalo.
—Ten cuidado. Pedro no tiene un pelo de tonto.
—Lo sé. Pero creo que podría funcionar.
—Dime si puedo ayudarte en algo —ofreció ella—. Pedro va a formar un comité para hablar del mercado. Tal vez, podría contratarte para pinchar en la fiesta de colocación de la primera piedra, si es que llegamos a un acuerdo.
—¡Genial! Me encanta la idea, Pau.
Paula lo abrazó con fuerza.
—Sabía que te gustaría.
Gonzalo era la persona que Selena más había echado de menos cuando se había ido. Su hermano tenía diez años entonces. Y solo había pasado un año desde que sus padres habían muerto. Pero no había podido quedarse a ayudar a criarlo, no después de que Fernando los hubiera timado a su familia y a ella. Se había sentido demasiado avergonzada.
—Ojalá pudieras volver a vivir aquí, pocha.
—No puedo.
Gonzlo asintió.
—Vamos a ir a tomar algo, ¿Quieres venir?
—Sí, gracias.
—Va a ser divertido. Además, mañana no tienes que trabajar —insistió su hermano.
—Es verdad. Estoy de vacaciones… más o menos —dijo ella, recordando la propuesta de Pedro de tener una aventura de vacaciones. Tal vez, no era tan mala idea… ¿En qué diablos estaba pensando?, se reprendió a sí misma.
—Vamos, disfruta un poco de la vida.
—De acuerdo —aceptó ella—. ¿Voy bien vestida así?
—Estás perfecta —aseguró Gonzalo—. Eh, chicos, Paula viene con nosotros.
—Estupendo, vamos.
Paula siguió a Gonzalo para unirse a Ezequiel, a Rodrigo y a unos cuantos primos suyos más. Había platos sucios por todas partes.
—Tengo que ayudar a recoger —dijo ella.
No quería dejarles todo el trabajo sucio asus abuelos.
—Nada de eso —protestó su abuela, rodeándola de la cintura—. Ve a divertirte con tus primos.
—Te queremos. Te llamaré por la mañana —se despidió su abuela.
—No voy a dormir en mi casa, abuelita.
—¿Y dónde vas a quedarte?
—En el Ritz. Llámame al móvil, ¿De acuerdo?
—Estoy preocupada por tí.
—El hotel es bonito y es un buen sitio para relajarse —señaló Paula.
—Bueno, entonces, está bien —dijo su abuela y la abrazó.
—No la llames demasiado temprano, abuelita —aconsejó Ezequiel—. Vamos a pasarnos toda la noche de fiesta. No pasa todos los días que la hija pródiga vuelva acasa.
Ezequiel la rodeó con el brazo mientras salían de la casa. Los dos habían crecidojuntos, sus madres eran gemelas y ellos habían nacido con ocho días de diferencia. Era más que un primo para ella. Era como un hermano mayor y su mejor amigo de la infancia.
—Es triste, pocha, que no te das cuenta de lo importante que eres para nosotros y de lo mucho que te hemos echado de menos.
—Pero yo tuve la culpa de…
—No tuviste la culpa de nada. Hiciste lo que pudiste para arreglar las cosas. Y eso pasó hace mucho tiempo. Deja de castigarte a tí misma.
—No me castigo.
—Sí lo haces. Y es hora de que pares. A Diego y Federico no les gustó la noticia de tener que retrasar las obras. Sobre todo, a Federico, que parecía dispuesto a utilizar todos sus contactos para hacer sufrir a la familia Chaves.
No hay comentarios:
Publicar un comentario