—No podemos hacer eso —protestó Pedro, tras darle un trago a su cerveza en la zona VIP de la azotea de Luna Azul.
—Lo sé, pero así me sentiría mejor. Dime qué otra cosa podemos hacer.
—Voy a ir a jugar al golf con el secretario de urbanismo. Espero que eso acelere el proceso. No hemos transgredido ninguna ley, ni hemos hecho nada que justifique las medidas cautelares que han interpuesto contra nosotros. No tenemos por qué preocuparnos. En urbanismo, hay una ordenanza que prevé mantener el mercado como parte de la comunidad. Creo que, con la creación del comité, podemos satisfacerese requisito.
—Bien. Entonces, no hay de qué preocuparnos.
—Fede, la burocracia siempre es lenta. Y tú quieres tenerlo todo para ahora mismo.Tendremos suerte si podemos empezar con las obras cuando habíamos previsto.
—Pues pienso estar en ese comité contigo y conseguir que los comerciantes localesparticipen en la ceremonia de colocación de la primera piedra —señaló Federico—. Así,lograremos ganamos su interés.
—Estoy de acuerdo —repuso Pedro—. Y tengo a un joven DJ que quiere pinchar música en la fiesta… es el nieto de Alfredo Chaves.
—Estoy orgulloso de tí. Sigue poniéndonos al día de tus progresos — dijo Federico.
—Lo haré. ¿Cómo van las demás cosas en el club? —quiso saber Pedro—.¿Necesitan algo?
—Tú consigue el permiso para empezar las obras y nosotros nos encargaremos del resto.
—Muy bien. He decidido irme a pasar unos días a un hotel.
—¿Qué? No puedes tomarte vacaciones —se quejó Federico—. Ahora, no.
—Supongo que no me he expresado bien. Trabajaré todos los días, pero por la noche voy a quedarme en el Ritz.
—¿Por qué? —preguntó Diego—. ¿Por qué no te quedas en tu casa?
Pedro no pensaba contarles a sus hermanos que la razón era una mujer.
—Hace mucho tiempo que no me tomo un respiro y quedarme en el Ritz me servirá para relajarme.
—Siempre que no dejes de trabajar, me parece bien —señaló Federico.
—Igual te mando saludos para algunos amigos que se quedan allí —indicó Diego.—No quiero tener que saludar a tus amigos famosos.
Diego se mezclaba siempre con celebridades, amigos que había hecho cuando había sido jugador de los Yankees. Y seguía usando sus contactos para el club. Sin embargo,había dejado de comportarse como un playboy cuando se había prometido con Nadia Miller, una guapa instructora de baile. Hacían buena pareja y parecían felices. Pero aunque Pedro se alegraba de que su hermano mantuviera contacto con el mundo de los famosos, no le apetecía tener que socializar con ellos. No tenía nada en común con la clase de gente que disfrutaba de ser famosa por su aspecto o su talento. Él siempre había preferido trabajar duro y pasar desapercibido.
—Al menos, podemos tomarnos algo mañana por la noche, he quedado en el Ritz—dijo Diego.
—¿Por qué? —replicó Pedro, solo para picar a su hermano.
—¡Porque sí! Además, pagarás tú —advirtió Diego y se excusó para responder una llamada del móvil.
—Me gusta este sitio —comentó Pedro, mientras la suave brisa le acariciaba la cara.
Federico arqueó una ceja.
—Me alegro. Tú ayudaste a construirlo.
—Lo sé. Me pregunto cómo sería si tuviéramos el apoyo de la comunidad — aventuró Pedro.
Federico se frotó el cuello y le dió un trago a su whisky.
—En los comienzos, se habría notado mucho la diferencia. Si no hubiera sido porque Diego se lesionó y tuvo que volver a casa, tal vez, el club no se habría hecho famoso. ¿Recuerdas aquel primer verano, cuando se sentaba en el fondo del cluby todos sus colegas del béisbol venían a verlo?
—Sí. Estuviste a punto de cambiar la sala de fiestas por un bar deportivo.
—Oye, en su momento, me pareció buena idea —se defendió Federico.
—Era buena idea. Pero me alegro de que no lo hiciéramos. Quiero traer aquí a Paula para que lo conozca.
—¿Quién es Paula?
Aunque Federico y él tenían el mismo poder en la compañía, Federico siempre sería su hermano mayor, protector y paternalista con él.
—Es la abogada que ha contratado Alfredo Chaves, y su nieta.
—¿Es guapa?
—Muy guapa.
—¿Y eso no te afecta? Si crees que sí, podemos utilizar a uno de nuestros ejecutivos para encargarse de las negociaciones.
—No —negó Pedro—. Lo tengo bajo control.
—¿Se queda en el Ritz?
Pedro asintió.
—No estoy tan seguro de que lo tengas bajo control —comentó Federico.
—No voy a decepcionarte ni a hacer nada que haga daño a Luna Azul.
—Lo sé —afirmó Federico—. ¿Y qué me dices de tí? ¿Vas a hacer algo que te haga daño a tí?
Pedro se terminó la bebida y se puso en pie.
—Soy el hombre de acero, Fede. No tengo corazón. Así que Paula no puede hacerme daño.
Pedro salió del club, deseando que no fuera cierto. Pero había aprendido hacía mucho que ni las mujeres ni el amor lograban llegar a su corazón. La atracción que sentía hacia Paula era poderosa, pero se consumiría por sí misma en poco tiempo, pensó.
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