martes, 5 de septiembre de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 33

Se agachó y acarició la piel de su pecho con la lengua.

—Te quiero a tí, cariño. Por eso estoy aquí, en mitad de un día de trabajo — respondió él sujetando el rostro de Paula contra su pecho.

Ella lamió el pezón de Pedro con la punta de la lengua. La noche anterior no había tenido tiempo suficientede explorar su cuerpo como le habría gustado. Pero en aquel momento, él no parecía tener prisa.

—¿Vas a tener problemas con tu jefe? —preguntó Paula con ironía.

Él dejó escapar un gemido mientras ella seguía bajando hasta más allá de la cintura. Nunca se había sentido tan cómoda con un hombre, tan libre para poder explorarlo y hacer lo que quisiera.

—Yo soy el jefe —dijo él.

—No en este edificio —dijo Federico desde la puerta.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Paula, muerta de vergüenza. ¿En qué demonios había estado pensando?

—Dile a tu hermano que se vaya —añadió en un susurro.

—Vete, Fede—dijo Pedro, sin retirar las manos de la cabeza de Paula, haciéndola sentirse protegida por él.

—No puedo. Necesito a Paula arriba —dijo, y girándose hacia ella, añadió— Me cuesta dinero cada minuto que llegues tarde.

Ella trató de separarse, pero Pedro no la dejó. Le hizo echar la cabeza hacia atrás y la besó lentamente, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo y su hermano no estuviera allí, observándolos.

—No dejes que Fede te intimide —susurró Pedro—. Contigo me siento como si fuéramos las únicas personas en el mundo.

Aquellas palabras la tranquilizaron y ella lo abrazó con fuerza. Luego se separó para volver al trabajo.

—¿Me dejas cinco minutos más, Fede?

—Sí, pero esperaré fuera y si oigo algo que no me parezca que sea de trabajo, Pepe, voy a llamar a mamá y decirle que tienes novia.

—Fede, por favor...

—Cinco minutos, Pau.

La puerta se cerró y Paula se quedó mirando fijamente a Pedro. No sabía qué decir. Nunca había estado en una situación igual. Pedro seguía con la camisa desabrochada y todavía tenía una erección. Ella se sentía excitada y lo último que deseaba en aquel momento era posar para unas fotos. Él se abrochó la camisa y la miró sonriente.

—Ya terminaremos esta noche. ¿Sabes dónde está mi oficina? —preguntó Pedro. Paula negó con la cabeza y él le dió una de sus tarjetas de visita—. Recógeme a las seis.

No estaba segura de poder esperar todo el día para volver a verlo, pensó mientras lo veía salir por la puerta. Eso la asustaba porque ningún hombre, ni siquiera  aquél con el que había estado a punto de casarse, la había marcado tanto.

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